Humillaci¨®n
Existe un consenso social, al menos aparente, en cuanto a la condena de determinadas perversiones may¨²sculas. Y as¨ª, de todos es sabido que es malo matar, torturar o robar. Luego, claro, hay infinitas excepciones: probos ciudadanos que celebran ferozmente los asesinatos de ETA; dulces padres de familia a los que les parece de perlas que se torture a un m¨ªsero chorizo, ladrones monumentales que, a fuerza de robar miles de millones de pesetas, se convierten en memorables pr¨®ceres de la patria. Por s¨®lo citar algunos casos. Pero, al menos, la conciencia social lo considera malo. Algo es algo.Pero hay otra tropel¨ªa harto com¨²n que no s¨®lo carece de una censura p¨²blica, sino que adem¨¢s parece gozar de encendidas simpat¨ªas ciudadanas. Me refiero al acto de humillar al pr¨®jimo, de quebrarle el espinazo de su dignidad. Que viene a ser una especie de asesinato, porque mata la propia estimaci¨®n; de tortura, porque produce doloros¨ªsimas heridas que a veces no alcanzan a curarse; de robo, en fin, porque arrebata el orgullo, delicado bien del ser humano, y lo hace trizas.
V¨¦ase, por ejemplo, la bofetada de Ruiz-Mateos a Boyer y el eco que ha tenido en toda la Prensa. Ese repugnante regodeo en la foto del ex ministro, con un Boyer de rostro desencajado e infinitamente desnudo sin sus gafas. Pero hay mucho m¨¢s. Est¨¢n. las relaciones laborales, sustancialmente entretejidas de menudas humillaciones. Las de gobernantes con gobernados, profesores con alumnos, amos con criados. Incluso el castigo al que se condena a los presos en nuestro sistema no es en puridad el de la falta de libertad, sino el de la degradaci¨®n. La prerrogativa de humillar parece formar parte del ¨¦xito y del poder. Es uno de los signos externos del triunfo, como comprarse un BMW. Supongo que hay personajes soberbios a los que tienta aplicar una cucharada de su propia medicina. Pero eso ser¨ªa como pedir la pena de muerte a los que matan o torturar a los que torturan. Es devorar a los can¨ªbales. Hay actividades tan repugnantes que envilecen a los que las practican.
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