Espa?a y Portugal, ?autistas o federales?
Se necesitan con urgencia m¨¦dicos de Estado en Europa. Y si todo el continente padece un s¨ªndrome del pavor de reconocerse a s¨ª mismo, el hecho es que Espa?a y Portugal, sordomudos gemelos hist¨®ricos y cr¨®nicos, son uno de sus casos m¨¢s graves. ?C¨®mo es posible que dos enemigos viscerales como Francia y Alemania lleven 30 a?os de reconciliaci¨®n y aqu¨ª, en esta residencia para ancianos pol¨ªticos que llamamos Iberia, sigamos durmiendo en camas separadas? Espa?a y Portugal se han convertido en dos solteronas insoportables, aterrorizadas por el sexo de sus orgullos nacionales e incapaces de hacer un gesto de cari?o a sus posibilidades sociopol¨ªticas. Soy de los que creen que el amor es posible -incluso necesario- en la tercera edad. Espa?a y Portugal tienen que dejar a un lado tanta mascarilla al instant y hacerse el amor con todas sus arrugas. S¨®lo as¨ª podr¨¢n sorprenderse de su eterna juventud, lo que los llevar¨ªa a dise?ar un espacio econ¨®mico conjunto e incluso una uni¨®n pol¨ªtica que no tuviese miedo de la palabra federaci¨®n. El viaje de los Reyes de Espa?a deber¨ªa haber servido para una primera cita con el futuro, pero eso era obligaci¨®n de los mutuos Gobiernos, y ambos prefieren la comodidad de sus peleas dom¨¦sticas. Yo es que soy un ut¨®pico penitente.Un rey constitucional no puede dirigir la acci¨®n internacional -ni siquiera le es dado opinar libremente sobre ella-, aunque hubiera sido igual que tuviera ese privilegio, pues el Gobierno de Felipe Gonz¨¢lez nada tiene que ofrecer a los portugueses, ni el Gabinete de An¨ªbal Cavaco Silva puede mejorar esa oferta del silencio a los espa?oles. Por eso nos hubiese gustado a muchos (?o exagero tal vez en el n¨²mero?) que nuestro Rey olvidara sus solemnes discursos -cuidadosamente escritos por otros- e interpretase en los severos brindis lusitanos toda esa sinceridad campechana suya -que todos cuidan de ocultar- para hablar sin etiqueta de que ambos Estados caen en la imbecilidad hist¨®rica por darse la espalda. Pero, claro, hablar as¨ª hubiera sido un esc¨¢ndalo, y ni Madrid ni Lisboa est¨¢n preparadas para una ruptura semejante del gui¨®n. Tendremos entonces que esperar otro siglo, tal vez otro rey y, desde luego, otros Gobiernos para que esa evidencia (entender lo ib¨¦rico como raz¨®n pol¨ªtica sureuropea, no como verg¨¹enza familiar para esconder) llegue por s¨ª sola o desaparezca definitivamente. Y ese paso, o lo da Espa?a, o es nada, ya que Portugal no puede.
La verdad es que Espa?a acogota a Portugal. Por potencialidad econ¨®mica, por cerco geogr¨¢fico, por odiosa referencia de quien empieza a ser rico y no se acuerda de quien sigue siendo pobre. La renta por habitante espa?ola es dos veces superior a la portuguesa (6.700 d¨®lares por 2.900), y en cuanto al producto interior bruto las diferencias son de rubor (295.000 millones de d¨®lares por apenas 50.000).
As¨ª que en ¨¦stas estamos; nosotros trabajando en casa, y ellos que siguen emigrando hacia una Europa que ahora reconoce sus pasaportes pero que los emplea en semiesclavitud ah¨ª mismo, en Extremadura o en Galicia. Resulta que Portugal es ya el Magreb de Europa. Para una naci¨®n que se?al¨® majestuosamente el camino hacia la India, recort¨® tenazmente con sus cruceros de piedra todo el perfil africano y asi¨¢tico y coloniz¨® (muy mal, desde luego, pero en eso s¨ª que ambos pa¨ªses fueron hermanos en Am¨¦rica) esa inmensidad que se llama Brasil, el pago de la historia ha sido especialmente cruel.
Y es que Portugal es s¨®lo una imaginaci¨®n (Espa?a tambi¨¦n, pero los espa?oles no queremos reconocerlo). Sin un soporte industrial, con una perspectiva agraria siempre enfermiza clim¨¢tica y notorialmente (la revoluci¨®n de los claveles hace tiempo que olvid¨® la reforma agraria), y un turismo de padrenuestro que Espa?a filtra obligatoriamente por su superioridad posicional y estructural, Portugal se come los codos y se aferra a canonj¨ªas de potencia so?adora, como la de preservar sus mandos atl¨¢nticos (Iberlant) de la OTAN. Sin embargo, Portugal, por milagro geopol¨ªtico o sabidur¨ªa popular, no sabe nada ni de pataletas autonomistas (digamos separatismos o nacionalismos hist¨®ricos para contentar a las partes) ni mucho menos de terrorismos esquizoides. Tuvo su 1898 muy tarde (independencia de Angola y Mozambique, junio-noviembre de 1975), pag¨® un precio justo por ello, el golpe militar spinolista-carvalhista (todo ej¨¦rcito colonial que se retira presenta su factura) que espant¨® ese espantajo con gafas que era el r¨¦gimen caetanista, y luego de una borrachera monumental de ilusiones se qued¨® con 800.000 exiliados por sorpresa y una hacienda desplumada.
Con infinita paciencia, esp¨ªritu com¨²n de los pueblos peninsulares, Portugal se ha empe?ado en salir de ese tremendo agujero descapitalizado por una geograf¨ªa implacable y una nobleza burgo-bancaria que vio el muerto y se fue a Sur¨¢frica o R¨ªo de Janeiro. Quien pod¨ªa ayudarla estaba al lado, pero bastante ten¨ªamos con descolgar tanto retrato joseantoniano y generalisimado de las paredes de Espa?a. Ahora, terminada la disculpa de la transici¨®n, s¨ª podemos, pero nos falta coraz¨®n y cabeza.
Una uni¨®n pol¨ªtica peninsular es siempre una utop¨ªa, un contradi¨®s permanente. Sin embargo, la conjunci¨®n de ambos Estados, primero en lo econ¨®mico y despu¨¦s en lo parlamentario, evitar¨ªa mutuas angustias. La potencia espa?ola ser¨ªa lluvia de mayo sobre una parcela lusitana penosamente agostada. A su vez, la serenidad portuguesa ser¨ªa b¨¢lsamo natural eficac¨ªsimo de esa crispaci¨®n espa?ola que nos empuja a degollarnos entre la periferia y el centro. La configuraci¨®n de una entidad superior, en lo pragm¨¢tico y en lo espiritual, liberar¨ªa a esa vieja dama agresora de s¨ª misma que es Espa?a de muchas de sus fobias ancestrales. Estamos todav¨ªa pendientes, aqu¨ª, en la Iberia oriental, de enterrar todo un medievalismo ¨¦tnico (Euskadi) y un provincianismo paralizante (Catalu?a). Hagamos Europa en esta raz¨®n maltratada del continente y situemos su ejemplo como edificio a escala para lecci¨®n de esa costosa ineptitud que se llama Estrasburgo y a la que juegan 12 Gobiernos y sus incautas sociedades respectivas. Europa, esta pen¨ªnsula tambi¨¦n, se merece algo m¨¢s de rigor y de audacia.
Dos Parlamentos que se re¨²nan semestralmente; un grupo parlamentario espa?ol y portugu¨¦s presente en sus C¨¢maras rec¨ªprocas con derecho a voto en los debates que afecten a pol¨ªticas comunes; una reforma de las leyes electorales para que ambos pueblos puedan elegir conjuntamente sus representantes europeos (lo mismo podr¨ªamos hacer con Francia), y despu¨¦s nacionales y municipales (en ¨¢reas fronterizas o de estrategia econ¨®mica complementaria); una rotaci¨®n anual de los mandos defensivos superiores a nivel de la OTAN (mientras ¨¦sta dure), y una articulaci¨®n de unidades fijas hispano-portuguesas en un urgente y ¨²nico ej¨¦rcito peninsular voluntario y reducido asim¨¦tricamente (tres partes menos para Espa?a y una para Portugal), m¨¢s cap¨ªtulos presupuestarios proporcionales en ambos Estados para proyectos educativos, asistenciales, de comunicaciones, y hacia estructuras agroindustriales o tecnol¨®gicas afines. No es federaci¨®n, pero se le parece mucho y es bastante para empezar. Y reservo otras propuestas que me callo, no sea que me crucifique cualquier centrista lisboeta-madrile?o de los muchos que circulan e intimidan con ese carnet.
La disyuntiva es: seguir como hasta ahora, autistas terminales, defensores de una paz mental sin riesgos, o federalizar (federaci¨®n viene de foedus, pacto, alianza) nuestras realidades para hacer de tanto encuentro hist¨®rico un bien com¨²n para nuestros pueblos. No s¨¦ si alguien creer¨¢ en estas razones, ni siquiera si superar¨¢n la obvia indiferencia, pero s¨ª puedo afirmar que, sin correr ning¨²n peligro, yo percibo una sonrisa c¨®mplice en el recuerdo de Pessoa y Pi y Margall, porque ?qu¨¦ ser¨ªa de los pueblos sin algo de poes¨ªa y honestidad?
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