Los toros: juicio de limpieza y catarsis letal
El arte de los toros presenta singularidades espec¨ªficas imposibles en otras manifestaciones est¨¦ticas. Y si el torero parece un artista especial ello no es s¨®lo efecto ret¨®rico, sino producto de una evidencia: mientras los dem¨¢s autores de obras de arte deben superar la resistencia que opone una doble amenaza (el p¨²blico y la cr¨ªtica), el torero, adem¨¢s de enfrentarse a tales riesgos, debe vencer un tercer enemigo, esencialmente m¨¢s peligroso todav¨ªa: el poder letal de su v¨ªctima.Que la cr¨ªtica suponga una temible amenaza no debe extra?ar. Es el principal obst¨¢culo a vencer y a convencer, pues son los cr¨ªticos quienes constituyen a los artistas, creando ex novo su genialidad al atribu¨ªrsela, etiquetarlos de tales y segregarlos as¨ª del resto de personas normales. La presunta diferencia espec¨ªfica entre el artesano y el artista s¨®lo puede ser reconocida por la cr¨ªtica, que monopoliza esta funci¨®n demarcadora, carente de m¨¢s criterio que la autorreferencia arbitraria.
El segundo riesgo a vencer es el que el p¨²blico plantea. En la sociedad de consumo de masas, donde impera la ley de la demanda y la soberan¨ªa reside no en el ciudadano, sino en el comsumidor, los artistas que triunfan s¨®lo son los capaces de encandilar a la opini¨®n p¨²blica, conquistar y acumular popularidad y encaramarse a los primeros lugares del ranking de ¨¦xitos que acaparan las estrellas de la cultura de masas: es el favor del p¨²blico quien otorga el triunfo, y su desprecio quien hunde en el anonimato. Y esta ley democr¨¢tica (pues anta?o el p¨²blico no contaba: s¨®lo los cr¨ªticos mercenarios, sobornados por los mecenas y los d¨¦spotas ilustrados) es todav¨ªa m¨¢s poderosa en el arte de los toros, como bien ha visto Savater: "Al matador le vienen graves amenazas del p¨²blico, no inferiores sino complementarias de las que el propio toro representa para ¨¦l; el m¨¢s temible que respetable p¨²blico de la plaza necesita que triunfe el torero, pero est¨¢ dispuesto a hacer valer los derechos del toro cuanto se precie para que tal victoria se cumpla o se consume la tragedia que la prestigia".
El tercer peligro enemigo del torero resulta del todo intransferible al resto de profesiones art¨ªsticas: es el riesgo de morir a causa de las acometidas del toro. Ninguna otra materia prima del arte resulta mortal de necesidad. Puede haber, por supuesto, accidentes (como un pintor de murales que muriese al caer del andamio). Pero la letal peligrosidad del toro no es un accidente, sino una necesidad sustancial: s¨®lo ella da sentido al arte de la faena. Por ello, si bien en el resto de actividades art¨ªsticas (o, para el caso, deportivas) resulta claramente aconsejable reducir su riesgo de accidentes y su margen de peligrosidad (pues su progreso formal y su pureza est¨¦tica se ver¨¢n multiplicados si se elimina la irrupci¨®n accidental del azar destructor), en el arte de los toros sucede exactamente a la inversa: su progreso formal y su pureza est¨¦tica dependen, precisamente, de que se amplifique y acreciente el peligro letal de las acometidas del animal.
De ah¨ª la perenne denuncia del fraude de la fiesta: el toro afeitado, el toro que se cae, el toro manso, el toro c¨®modo y el llamado toro de Sevilla constituyen el m¨¢ximo peligro que amenaza el futuro de la fiesta. Y de ah¨ª tambi¨¦n la perenne reivindicaci¨®n del toro-toro: bronco, violento, dificil y peligroso, es decir, con casta, bravura y trap¨ªo. Los ganaderos de reses bravas surgen en el siglo XVIII mediante la sistem¨¢tica aplicaci¨®n de la tienta como predarwinista selecci¨®n artificial, capaz de garantizar una evoluci¨®n hacia castas progresivamente m¨¢s bravas y peligrosas. Hoy, tal tendencia evolutiva hacia el incremento de la bravura parece frenada por la corrupta demanda de un toro m¨¢s comercial. Ello resulta un error de c¨¢lculo (si no algo peor), pues s¨®lo una apuesta decidida a favor del incremento de la bravura garantiza el progreso futuro de la fiesta.
Sin el peligro letal que el toro aporta no hay posible arte de tauromaquia. Esta evidencia se desprende no s¨®lo de su materialidad est¨¦tica (la bravura del toro es la materia prima de la faena, como la dureza del m¨¢rmol lo es de la escultura), sino, especialmente, de su f¨²nci¨®n social. En efecto, pudiera pensarse que se diese una evoluci¨®n de la fiesta en un sentido amplificador de su esteticismo formal (mera coreograf¨ªa de composturas hier¨¢ticas y rituales a la japonesa), en detrimento de su capacidad de producir la catarsis de la tragedia. Incluso cabr¨ªa la posibilidad de que ello aumentase la popularidad y la espectacularidad de la fiesta (circo americano de c¨®modos toritos alegres y juguetones, brillantemente domesticados por arrogantes pega pases amanerados y resplandecientes). Pero, sin duda, ello destruir¨ªa un valor esencial: el de la soberan¨ªa letal, residente en la bravura insobornable del animal.
El toreo profesional a pie se institucionaliza durante el ocaso estamental del antiguo r¨¦gimen. Y se constituye as¨ª la pri mera profesi¨®n libre, no sometida a reserva ni privilegio gremial. Los toreros compiten libremente entre s¨ª, tratando de probar su superior val¨ªa, y ganando con ello sus t¨ªtulos de cr¨¦dito ante una opini¨®n p¨²blica libre y democr¨¢ticamente expresada. Por ello, el torero representa un ejemplo moral, un modelo de ¨¦tica profesional (la verg¨¹enza torera), que es el primero que aparece en la Espa?a moderna. No habiendo podido prender aqu¨ª el calvinismo por causas obvias, ni ninguna otra clase de tensi¨®n ¨¦tica intramundana (por emplear la conocida expresi¨®n weberiana para calificar el motor del esp¨ªritu del capitalismo), s¨®lo la verg¨¹enza torera ha podido ser el espejo de la responsabilidad profesional.
La condici¨®n de posibilidad de la libre competencia profesional es la igualdad de oportunidades. Tal condici¨®n dif¨ªcilmente se da en Espa?a, corrupto pa¨ªs sobornado por el clientelismo, el enchufismo y el amiguismo (por no hablar de la herencia familiar, las barreras de clase y el desnudo privilegio estamental). Pues bien, el torero representa el ¨²nico ejemplo posible de limpieza en un pa¨ªs de trampas, juego sucio y cartas marcadas. Y limpieza aut¨¦ntica, indudable, probada, p¨²blica y notoria. Porque, como es obvio, a los cr¨ªticos se les puede sobornar y al p¨²blico se le puede enga?ar (dando gato por liebre) o hasta comprar (halagando su golosa credulidad con vanidosos efectismos de pacotilla). Pero al toro, si es bravo (es decir, si posee aut¨¦ntica acometividad letal, no s¨®lo mera estampa de c¨®modas hechuras), no se le puede sobornar, enga?ar ni comprar.
El p¨²blico, por temible que sea, puede ser domado. Y la cr¨ªtica, claro est¨¢, siempre puede ser domesticada, para que coma mansamente de nuestra mano. Pero si hay garant¨ªas de que el toro sea lo suficientemente bravo para que no pueda ser domado ni domesticado, en tal caso, y s¨®lo en tal caso, la limpieza del juicio estar¨¢ garantizada. S¨®lo el toro bravo resulta indomable e indomesticable, es decir, insobornable, luego, necesariamente letal.
De ah¨ª la exigencia de que haya primac¨ªa de la letalidad: s¨®lo as¨ª se garantiza la perfecta igualdad de oportunidades, el juego limpio y la imparcialidad absoluta de la competencia profesional. No hay enchufes, ni influencias, ni herencias, ni privilegios, ni sobornos: no puede haber favoritismo posible ante' el poder inminente del toro letal. No hay sitio, pues, para p¨ªcaros, se?oritos ni sinverg¨¹enzas (sempiterna lacra de la incultura profesional espa?ola): s¨®lo para el l¨ªmpido espejo de la verg¨¹enza torera, en el que pueda contemplar su ominoso reflejo la amenaza letal, predestinada a testimoniar con su muerte la limpieza de la prueba.
Toro bravo, con soberan¨ªa, plenitud de derechos y poder de matar: ¨¦se es el ¨²nico juicio verdadero de limpieza. Y, por tanto, catarsis letal predestinada: eso es la verg¨¹enza torera como tensi¨®n ¨¦tica weberiana (funci¨®n c¨ªvica de la tauromaquia).
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