Todo el poder para los 'soviets'
En el crep¨²sculo del siglo XX, el eslogan m¨¢s propagado en la federaci¨®n rusa es el mismo que diera alientos a la nueva centuria de mano de los bolcheviques: "Todo el poder para los soviets". Los esfuerzos reformadores del presidente Gorbachov y el proceso general de la perestroika se quieren presentar as¨ª como una recuperaci¨®n del genuino leninismo, destruido por la burocracia y la tiran¨ªa de Stalin, apenas reverdecido con Jruschov y sepultado m¨¢s tarde en el estancamiento inmovilista de Breznev.Es ya una vulgaridad decir que, de seguir adelante, las reformas incoadas hoy en muchos de los pa¨ªses comunistas cambiar¨¢n la historia del mundo, y muy particularmente la de Europa, tanto o m¨¢s que lo hiciera la toma del Palacio de Invierno en Petrogrado. Sus repercusiones en la geoestrategia, el comercio, el sistema financiero mundial y las relaciones internacionales son a¨²n imprevisibles. Pero mucho m¨¢s fascinante resulta teorizar sobre las que tendr¨¢n en la conciencia intelectual de la izquierda, la posici¨®n de las vanguardias y la pervivencia del socialismo como proyecto.
En una situaci¨®n como la actual, todas las preguntas son leg¨ªtimas y todas la respuestas parecen posibles. Durante dos d¨ªas he asistido en Mosc¨², a principios de esta semana que acaba, a un seminario sobre el estado de la perestroika. En ¨¦l, un centenar de protagonistas del cambio represent¨®, ante los asombrados ojos de un peque?o grupo de intelectuales y periodistas de Occidente, un apasi,onado debate sobre el tema. Al margen de cualquier otra consideraci¨®n, la reflexi¨®n primera que me sugiri¨® el encuentro fue el extraordinario ambiente de libertad en el que se desarrollaron las discusiones. Todos sab¨ªamos ya que la glasnost hab¨ªa potenciado la transparencia informativa en el pa¨ªs, pero, al menos para m¨ª, resulta. ba impensable hasta ahora que se pudiera tildar p¨²blicamente a Gorbachov de d¨¦spota ilustrado, o se pudiera asegurar que sc le apoyaba sub conditione, o se osara reclamar una democrack parlamentaria con pluriparti. dismo, o se solicitara que al. guien dijera algo en contra de los fundamentos filos¨®ficos de marxismo, o, finalmente, se anunciara con tonos de cat¨¢s trofe la inminencia -si no si toman medidas- de un golpi de Estado o de una guerra civi en la URSS. Todo esto y mucho m¨¢s se lo o¨ªmos decir a pol¨ªticos, intelectuales y artistas sovi¨¦ticos, de manera p¨²blica y reiterada, en los salones del hotel Octabriskaia, un lugar emblem¨¢tico de la ortodoxia y verticalidad del Partido Comunista de la Uni¨®n Sovi¨¦tica (PCUS). Y la independencia y la claridad con que todas las opiniones fueron expuestas eran el s¨ªmbolo m¨¢s claro de algo que el historiador Batkin se encarg¨® de poner de relieve: el pueblo ha perdido el miedo.
Si bien la perestroika es un proceso desencadenado desde el poder, ha puesto en marcha fuerzas aut¨®nomas incontrolables: la gente ha recuperado la calle y d¨ªa a d¨ªa se lucha por conquistar parcelas de libertad. Un breve paseo por la peatonal avenida del Arbat, escenario de la incipiente movida moscovita, permite contemplar en el espacio de minutos la oposici¨®n popular a que un joven embriagado de felicidad y de alcohol sea detenido por la polic¨ªa o la cuestaci¨®n de un aventurado amateur de la pol¨ªtica para formar un partido pol¨ªtico georgiano. Detalles de este g¨¦nero me parecen tanto o m¨¢s significativos que los m¨ªtines diarios en la plaza de Puskin o las manifestaciones espont¨¢neas de protesta que con frecuencia se convocan en las rep¨²blicas perif¨¦ricas. Ser¨ªa rid¨ªculo suponer que todo ello configura una situaci¨®n de plena libertad de expresi¨®n en un pa¨ªs en el que todav¨ªa est¨¢n prohibidas las obras de Solyenitsin o en el que la Prensa, con la excepci¨®n de una decena de peri¨®dicos independientes -tolerados por las autoridades- sigue en manos directas o indirectas del Estado. Pero aun en los diarios oficiales y en la televisi¨®n se ha andado mucho trecho en la apertura, mucho m¨¢s del que es imaginable desde aqu¨ª. ?ste es un terreno en el que la democratizaci¨®n prometida por el l¨ªder sovi¨¦tico es real, y que provoca situaciones evocadoras para los espa?oles de los a?os de estertor del franquismo y de los del comienzo de la transici¨®n pol¨ªtica. Ese ejemplo espa?ol, del que distancian sin embargo a los rusos tantas cosas, es exhibido con insistencia por algunos, y mucho m¨¢s a¨²n cuando se refieren al proceso polaco. A mi pobre entender, guardando todas las diferencias del caso, la actitud de los diputados radicales, la expresi¨®n de los artistas, los sue?os de los intelectuales y las demandas de os j¨®venes, en definitiva el amb?ente o el rollo de la situaci¨®n, se parecen desde luego como un huevo a otro huevo a lo que vimos aqu¨ª hace una d¨¦cada.
Esa libertad de palabra, que es utilizada adem¨¢s en el Congreso sin ambages, permite a los visitantes recibir noticia directa -al margen las que se tienen ante el evidente desabastecimiento que sufre la capital sovi¨¦tica- acerca de lo ca¨®tico, y aun catastr¨®fico, del panorama econ¨®mico del pa¨ªs. Parece como si el certificado de defunci¨®n del modelo de econom¨ªa planificada hubiera sido firmado ya. Y en la defensa de la implantaci¨®n del mercado, en medio de un proceso que reclama sus or¨ªgenes leninistas, pudimos o¨ªr cosas tales como que no pod¨ªa haber verdadero socialismo sin econom¨ªa de mercado, o aun incluso que no pod¨ªa haber verdadero mercado sin verdadero socialismo. O sea, que si Lenin se hubiera sobrevivido a s¨ª mismo la URSS ser¨ªa ahora como Suecia o como Dinamarca o, para ser m¨¢s modestos, como la Espa?a de Felipe Gonz¨¢lez quiz¨¢. A un lado exageraciones, y teniendo en cuenta el hecho de que las cr¨ªticas ven¨ªan del sector radical del Congreso -algunos de cuyos miembros no son, sin embargo, tan lejanos a Gorbachov-, no cabe la m¨¢s m¨ªnima duda de que la Uni¨®n Sovi¨¦tica se encuentra ante un desaf¨ªo econ¨®mico de primera magnitud. Algunos recuerdan la NEP (nueva pol¨ªtica econ¨®mica) de Lenin como precedente real de la posibilidad de mercantilizar el modelo socialista; pero otros prefieren simplemente reclamar la creaci¨®n de una clase empresarial inteligente y honesta capaz de controlar el proceso de acumulaci¨®n de capital en manos privadas e invertir en el pa¨ªs. El seguimiento de las pol¨ªticas del plan -dicen- y el mantenimiento del monopolio estatal suponen a plazo medio, y aun a corto, la muerte econ¨®mica del pa¨ªs. Quienes cre¨ªamos que uno de los dogmas seguros del socialismo era la propiedad p¨²blica de los medios de producci¨®n -tanto o m¨¢s que el de la Sant¨ªsima Trinidad para la Iglesia- tenemos derecho a dudar sobre si verdaderamente estos aperturistas m¨¢s o menos gorbachovianos no est¨¢n ya sometiendo al juicio final el modelo sovi¨¦tico.
Si hacemos caso de los cr¨ªticos, y existen m¨¢s que fundadas razones para ello, la econom¨ªa del pa¨ªs se ha visto sometida a un proceso de depauperaci¨®n creciente, sobre todo a partir de 1970. La reducci¨®n de los inmensos gastos militares, de las ayudas a pa¨ªses amigos del exterior, de determinadas atenciones sociales y de la importaci¨®n incluso de alimentos -como el propio jefe de Gobierno ha sugerido en el Congreso- es algo que se reclama abiertamente para tratar de comenzar a poner remedio a las cosas. Otros insisten, en cambio, en la necesidad de subir los precios pol¨ªticos y subvencionados, entregar las tierras a los campesinos y llamar casi por cualquier m¨¦todo a la inversi¨®n extranjera. Es asombroso que un pa¨ªs rico en recursos, entre los que no escasean ni el petr¨®leo ni el oro, se haya visto abocado a una situaci¨®n tan ca¨®tica, presa de la burocracia, la ineficacia y la corrupci¨®n. La URSS, que durante a?os ha podido aventajar a Estados Unidos en la carrera espacial, ha perdido en cambio el tren de la realidad: su econom¨ªa es cada vez m¨¢s de pura supervivencia y se debate con dificultades a la hora de evitar convertirse en un nuevo pa¨ªs del Tercer Mundo. La escasez de un lado y la apertura pol¨ªtica del otro han avivado adem¨¢s la antorcha de los nacionalismos, que es h¨¢bilmente utilizada por los provocadores y los sectores reaccionarios del partido que se oponen a la perestroika. El propio Gorbachov ha tenido que desmentir en el Congreso la posibilidad de un golpe de Estado. El ejemplo de Jaruzelski planea, sin embargo, sobre muchas mentes. Sin duda, tambi¨¦n sus nefastas consecuencias finales para el partido comunista polaco.
No es de extra?ar que en medio de este guirigay surjan toda clase de contradicciones. Los intelectuales se muestran desorientados y aun desamparados, hu¨¦rfanos de un sistema de valores y de un nuevo m¨¦todo de an¨¢lisis a la hora de entender el derrumbamiento de un edificio ideol¨®gico que parec¨ªa de una solidez imperturbable. Su desesperaci¨®n es grande ante lo que consideran el estancamiento de la perestroika. Su des¨¢nimo y preocupaci¨®n, justificables cuando se contemplan los sucesos de China, los enfrentamientos de Uzbekist¨¢n o la represi¨®n de Georgia. Pero hay tambi¨¦n motivos de optimismo, pues los avances experimentados en el uso de la libertad son sencillamente espectaculares.
Quiz¨¢ el problema esencial resida ahora en la inexistencia de una plataforma de oposici¨®n verdaderamente estructurada y capaz de dialogar en el poder. Nadie juega en la URSS el papel aglutinador que Solidaridad ha llevado a cabo en Polonia. Antes bien, las fuerzas democr¨¢ticas se muestran dispersas, agrupadas s¨®lo en torno a los problemas de cada nacionalidad, pero incoherentes al fin, incapaces de presentar una alternativa, un programa cre¨ªble. Aun si el poder quisiera hablar con esos sectores dif¨ªcilmente podr¨ªa hacerlo, y la ventaja que de ello sacan los bur¨®cratas involucionistas es evidente.
En la tradici¨®n circense rusa existe un celebrado n¨²mero en el que dos muchachos combaten cuerpo a cuerpo violentamente hasta la victoria de uno de ellos. Es entonces, y s¨®lo entonces, cuando el espectador comprueba que en realidad se trataba de un solo combatiente adosado a un monigote con el que representaba la batalla. Bien puede compararse a Gorbachov con ese atleta. Inmerso en sus dos legitimidades pol¨ªticas, la revolucionaria como secretario del PCUS y la neodemocr¨¢tica como presidente del Soviet Supremo -algo hasta ahora in¨¦dito-, parece condenado a pelearse con ¨¦l mismo, o con su sombra, durante alg¨²n tiempo. Las exigencias del nuevo modelo al que la perestroika apunta demandan que sea el presidente Gorbachov el verdadero atleta y el secretario Gorbachov el monigote a abatir, si es que verdaderamente se quiere entregar todo el poder a los soviets. El PCUS perder¨ªa entonces su papel hegemonista y director de la pol¨ªtica. Un cambio sin precedentes y de consecuencias hoy imprevisibles.
En la Carta a los camaradas de Lenin, escrita en octubre de 1917, se puede leer: "Los soviets deben ser un rev¨®lver apuntando a la sien del Gobierno con la exigencia de convocar la Asamblea Constituyente". Gorbachov puede con justicia imaginar que una inmoderaci¨®n en los avances de la perestroika convertir¨ªa, tambi¨¦n hoy, a los soviets en ese arma amenazadora contra la estabilidad pol¨ªtica y la credibilidad del r¨¦gimen. Muchos temen que ¨¦sa fuera entonces la hora del recurso a la fuerza.
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