La cuca?a nacional
El gasto p¨²blico, con todos sus problemas, no puede ser, seg¨²n el autor, la cuca?a nacional, contra la que se descarguen todas las descalificaciones y reproches. Si queremos competir con Europa, integrarnos en ella, tendremos que hacer ma?ana lo que los europeos ya hicieron ayer, puesto que todav¨ªa no lo hemos hecho.
En toda sociedad humana existen necesidades que, por razones de eficacia o de equidad, se satisfacen de forma colectiva.Algunas de estas necesidades, por su propia naturaleza, s¨®lo pueden ser cubiertas a trav¨¦s de un bien o servicio p¨²blico. Pero trazar la frontera entre ¨¦stas y las que pueden o deben dejarse al arbitraje entre los recursos y las preferencias de cada individuo es una tarea imposible de resolver t¨¦cnicamente. Cada posible soluci¨®n reflejar¨ªa una concepci¨®n distinta de la organizaci¨®n social. La respuesta es de naturaleza pol¨ªtica, y por ello no pueden darla los economistas, desde una pretendida e inexistente neutralidad cient¨ªfica.
El largo proceso pol¨ªtico de formaci¨®n de las democracias occidentales ha ido configurando un sistema de colectivizaci¨®n pac¨ªfica de recursos, mediante mecanismos coercitivos que no dan derecho a contraprestaciones personales e inmediatas (los impuestos), o anticipando capacidad de gasto con cargo a los recursos sociales futuros (el d¨¦ficit p¨²blico).
De esta manera, las partes del producto social canalizadas por el presupuesto o el mercado describen y reflejan la conformaci¨®n de la sociedad europea.
Presupuesto y mercado son alternativas imperfectas ambas. Los mecanismos presupuestarios tiene el inconveniente del escaso incentivo que generan a la innovaci¨®n y a la productividad. En contrapartida, el presupuesto es un poderoso sistema de control de la actividad econ¨®mica y de las tensiones sociales. Por su parte, el gasto privado expresa directamente las preferencias individuales, exime a los poderes p¨²blicos de efectuar un n¨²mero elevado de dif¨ªciles arbitrajes y genera el est¨ªmulo de la competencia.
Pero el mercado s¨®lo puede funcionar, en condiciones de estabilidad social, si no existe una gran disparidad entre los recursos y las necesidades m¨ªnimas de cada individuo, cualesquiera que sean las causas de esta disparidad, que puede ser debida a acontecimientos imprevisibles o inevitables (paro, vejez, accidentes, enfermedad, etc¨¦tera), o a condiciones estructurales de desigualdad extrema en el reparto de la riqueza, las rentas o los conocimientos.
La disminuci¨®n del peso relativo del mercado en las econom¨ªas europeas hasta 1985, como respuesta a la crisis econ¨®mica, reflej¨® pac¨ªficamente esta limitaci¨®n intr¨ªnseca del mercado, como la reflejan, de forma no pac¨ªfica, las recientes revueltas sociales de Venezuela y Argentina.
En realidad, tanto el presupuesto como el mercado est¨¢n deformados por la actuaci¨®n de los grupos de inter¨¦s, por la creciente oligopolizaci¨®n de las sociedades occidentales y por la funcionalidad del mercado pol¨ªtico (y no me estoy refiriendo, naturalmente, a la compra de votos a 100 millones la unidad).
Habr¨ªa que evitar caer en ¨¦xtasis frente a ninguno de ambos sistemas y no hacer creer a la sociedad que, en todo momento y condici¨®n, cada peseta de gasto p¨²blico que se sustituye por otra de gasto privado es un paso m¨¢s hacia la felicidad individual y colectiva.
?C¨®mo se ha comportado la sociedad espa?ola frente a la alternativa gasto p¨²blico / gasto privado, en comparaci¨®n con la trayectoria hist¨®rica de los pa¨ªses europeos con los que deseamos converger en una unidad econ¨®mica y de cohesi¨®n social? La pregunta es pertinente, aunque s¨®lo sea para conocer cu¨¢n justificada pueda estar la persistente letan¨ªa que los sectores liberal-conservador desgranan sobre la sociedad espa?ola acerca de la expansi¨®n descontrolada y desaforada del gasto p¨²blico, origen y causa de todos los males del pa¨ªs, cualesquiera que sean ¨¦stos.
Uso colectivo e individual
?C¨®mo contestar¨ªa sin recurrir a juicios de valor? Midiendo con criterios homog¨¦neos (Sistema Europeo de Cuentas integradas, SEC) la parte de la renta nacional que en Espa?a y en Europa ha sido canalizada, a trav¨¦s del gasto p¨²blico, hacia la producci¨®n de bienes, servicios y equipamientos colectivos.
El gr¨¢fico que ilustra esta comparaci¨®n muestra cu¨¢n distinto ha sido en Espa?a y en Europa el reparto entre la utilizaci¨®n colectiva e individual de los recursos.
En media, durante los ¨²ltimos 20 a?os, la relaci¨®n gasto p¨²blico / PIB ha sido en Espa?a el 70% de la media comunitaria. La acumulaci¨®n temporal de estas diferencias a lo largo de casi un cuarto de siglo no puede conducir a los mismos resultados en t¨¦rminos. de equipamientos, infraestructuras, cantidad y calidad de servicios p¨²blicos.
Durante los 10 ¨²ltimos a?os del franquismo tard¨ªo, los europeos dedicaron entre 10 y 15 puntos porcentuales m¨¢s de su renta que nosotros de la nuestra a satisfacer necesidades colectivas y a acumular capital p¨²blico. Cuando muere Franco, el gasto p¨²blico en Espa?a es el 25% del gasto total, y en Europa, en media, el 40%.
Durante los a?os de la crisis (de 1973 a 1985), los europeos incrementan la parte de su renta que canalizan a trav¨¦s de mecanismos de decisi¨®n pol¨ªtica desde el 40% al 50%. En Espa?a pasamos del 25% en 1975 al 37% en 1982.
La expansi¨®n del gasto p¨²blico alcanz¨® en Europa su m¨¢ximo a principios de los ochenta, superando el 50% del PIB, iniciando despu¨¦s un reflujo gradual que conducir¨¢, previsiblemente, hacia un 45% de media.
Un pa¨ªs tan vecino y pr¨®ximo como Francia ha dedicado en los ¨²ltimos 10 a?os m¨¢s del 50% de su renta a la producci¨®n de bienes y servicios p¨²blicos. Los franceses, como el resto de nuestros socios europeos, pueden ahora disminuir su gasto p¨²blico porque han dejado detr¨¢s un largo per¨ªodo de acumulaci¨®n, muchos a?os de inversi¨®n que les permiten disponer de las infraestructuras b¨¢sicas de capital p¨²blico.
Ahora pueden dedicar una proporci¨®n mayor de su gasto p¨²blico al denostado gasto corriente, que es lo que da calidad a los servicios p¨²blicos. Ya construyeron sus escuelas, c¨¢rceles, juzgados, regad¨ªos y carreteras. Nosotros todav¨ªa no. Pero nadie se lo regal¨®. A nosotros tampoco nos lo regalar¨¢n, por muy importantes que sean las actuaciones del FEDER en Espa?a y por muy positivo que sea nuestro saldo presupuestario con la Comunidad Europea.
Insuficiencia fiscal
Ahora, cuando salimos de la crisis, nuestras carencias en servicios, infraestructuras y equipamientos son m¨¢s evidentes. Durante mucho tiempo, sectores importantes de la sociedad espaficila se han negado a pagar la factura de estas necesidades colectivas. El esc¨¢ndalo de las primas ¨²nicas est¨¢ ah¨ª para recordarlo.
La insuficiencia fiscal de la primera fase de la transici¨®n pol¨ªtica gener¨® un d¨¦ficit p¨²blico a cuya contenci¨®n hemos tenido que dedicar una parte importante de los mayores recursos p¨²blicos obtenidos desde 1983. Ello ha impedido que el esfuerzo fiscal se tradujese, al mismo ritmo que se produc¨ªa, en realizaciones tangibles. El actual boom econ¨®mico ha puesto m¨¢s de manifiesto el desequilibrio entre bienes p¨²blicos / bienes privados.
Por ello, el debate sobre la dimensi¨®n del gasto p¨²blico no puede plantearse igual para el europeo medio que para el espa?ol medio. Las historias de unos y otros son tan diferentes que las situaciones presentes no pueden ser iguales, y las estrategias futuras, tampoco.
Un exceso de gasto p¨²blico puede ser, como todos los excesos, un error, sobre todo por razones y en circunstancias coyunturales. Una insuficiente provisi¨®n de bienes p¨²blicos puede tambi¨¦n ser un error y generar costes mayores que los que ahorra.
Pero la pol¨ªtica de contenci¨®n del gasto p¨²blico llevada a cabo en los ¨²ltimos a?os es evidente. Entre 1973 y 1982, el gasto p¨²blico creci¨® 13,9 puntos, a una media de 1,54 puntos anuales. Entre 1983 y 1988, con datos provisionales de este ejercicio, el gasto p¨²blico ha crecido 2,9 puntos del PIB, alcanzando un m¨¢ximo en 1985 del 41,9% y disminuyendo despu¨¦s 1,8 puntos hasta el 40,1% provisional de 1988.
Es dif¨ªcil creer, a la vista de estos datos, que estemos asistiendo a un desbordamiento del gasto p¨²blico que sea el responsable de las tensiones que actualmente se est¨¢n produciendo sobre la demanda.
Durante 1988 el sector p¨²blico redujo su d¨¦ficit m¨¢s de lo previsto, increment¨® su gasto menos de lo que lo hizo el gasto total y redujo su apelaci¨®n monetaria al banco emisor. El car¨¢cter expansivo del presupuesto de 1989 no puede deducirse ¨²nicamente de una comparaci¨®n simplista y superficial de los cr¨¦ditos iniciales, sin tener en cuenta que el gasto presupuestado para 1989 recoge en buena medida las desviaciones observadas entre cr¨¦dito y gasto a lo largo de 1988.
Pero tambi¨¦n es evidente que la realizaci¨®n de los proyectos de infraestructura programados, imprescindibles si no queremos ahogar nuestro crecimiento, exige un incremento sustancial de la inversi¨®n p¨²blica, largo tiempo demorada. El nivel de calidad media exigible en los servicios p¨²blicos b¨¢sicos (educaci¨®n, justicia, seguridad, sanidad) implica las adecuadas dotaciones de funcionamiento (realmente se llaman gastos corrientes, pero tiene tan mala prensa esta denominaci¨®n que lo mejor ser¨¢ cambiar el nombre). Es bueno recordar que los gastos corrientes, tan necesarios y ¨²tiles como los de inversi¨®n, representan en Espa?a una proporci¨®n menor M gasto p¨²blico que en cualquier otro pa¨ªs europeo.
Estas necesidades estructurales pueden no acomodarse con las situaciones coyunturales y requerir la necesaria graduaci¨®n temporal de los proyectos. Pero Espa?a har¨ªa un mal negocio si no destinara los recursos necesarios para las necesidades que s¨®lo pueden satisfacerse a trav¨¦s de actuaciones p¨²blicas en sectores cuyas carencias son evidentes, para asegurar una mayor cohesi¨®n social y las necesarias econom¨ªas externas. Si estas actuaciones no se producen, como se han producido en Europa, soportaremos carencias estructurales b¨¢sicas que condicionar¨¢n negativamente nuestro desarrollo.Mu?eco de trapoEl gasto p¨²blico, con todos sus problemas, no puede ser el mufteco de trapo, la cuca?a nacional, contra el que se descarguen, desde todos los azimuts, todas las descalificaciones y reproches. Incluso desde una perspectiva pr¨¢ctica, una inadecuada provisi¨®n de infraestructuras y servicios puede impedir el adecuado disfrute de los bienes privados. Por decirlo caricaturescamente, demasiados coches para nuestras carreteras. No es nada evidente que el mayor bienestar social puede conseguirse en este momento hist¨®rico reduciendo el gasto p¨²blico en beneficio del consumo privado.
La necesaria contenci¨®n coyuntural del crecimiento de la demanda agregada de la econom¨ªa para acomodarla a la capacidad del sistema productivo y evitar las tensiones inflacionistas debe hacerse actuando a la vez, de forma ordenada y coherente, sobre el componente p¨²blico y el privado. Las medidas presupuestarias adoptadas y la evoluci¨®n del d¨¦ficit p¨²blico demuestran que a este Gobierno no se le puede reprochar que no cumpla con su responsabilidad de controlar el gasto p¨²blico, soportando a veces no pocos costes pol¨ªticos, para adaptarlo a las exigencias de la estabilidad econ¨®mica.
Pero no decidamos volver antes de haber ido. No dejemos de recorrer el camino que los pa¨ªses de Europa han caminado antes que nosotros, aunque parezca que nos los encontramos de regreso. Para parecernos a Europa, para competir con ella, para integrarnos en ella, tendremos que hacer ma?ana lo que los europeos ya hicieron ayer, puesto que todav¨ªa no lo hemos hecho.
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