Arabia Saud¨ª, un pa¨ªs que ha comprado su propio silencio
Las ejecuciones semanales conviven con la construcci¨®n futurista y el 'petrodolar' en la sociedad de Riad
Alakariya, el m¨¢s reciente de los centros comerciales inaugurados en Riad, la capital de Arabia Saud¨ª, constituye el mejor escaparate de las contradiciones que encierra este pa¨ªs de edificios futuristas ciudades del siglo XXI, pero cuya sociedad sigue anclada en 1409, a?o actual del calendario musulm¨¢n que el soldado de turno estampa en el pasaporte al entrar en el pa¨ªs. En una de las galer¨ªas de arte all¨ª instaladas exhibe sus cuadros el pr¨ªncipe Jalid al Faisal. Entre sus temas sorprende una colorista versi¨®n de la intifada palestina. Ni?os tirando piedras, en una alegor¨ªa de la libertad, inconcebible, sin embargo, en este reino.
"?Est¨¢ usted legalmente en el pa¨ªs? ?Qui¨¦n le ha invitado? Cree usted que yo estoy autorizado a hablar?". La cara tensa y el tono crispado de mi interlocutor, un prestigioso abogado de Riad, me hacen temer que conversar con un extranjero pueda constituir alg¨²n tipo de delito o se trata de una entrevista; inento tranquilizar al letrado, y le explico que s¨®lo deseo conocer el funcionamiento del sistema legal en su pa¨ªs. Cuando el hombre recompone por fin su imagen de plomo y se enzarza en una oscura y confusa explicaci¨®n acerca de la infalibilidad de la shar¨ªa (ley isl¨¢mica), comprendo que he sobrepasado sus posibilidades y desisto del intento.Sus explicaciones sobre el bajo nivel de criminalidad, "el menor del mundo", dif¨ªcilmente le convencen a ¨¦l mismo de la bondad de la pena capital como medida disuasoria. El respeto a la vida humana se convierte por obra y gracia de la shar¨ªa en una justificaci¨®n para la pena de muerte, que en este pa¨ªs se ejecuta por el procedimiento de la decapitaci¨®n a espada. Otros castigos ejemplares son el corte de una mano para los convictos de robos repetitivos, el de un pie para los asaltantes de caminos y la mutilaci¨®n cruzada para aquellos que hayan provocado problemas graves de seguridad.
"No, no existe la figura del abogado defensor porque creemos que la investigaci¨®n... Nunca hemos intentado tener un abogado defensor. La mejor defensa es la aplicaci¨®n de la ley. Aqu¨ª est¨¢ muy claro; ante la evidencia de que se ha cometido un crimen, se inicia una investigaci¨®n seria y profunda que determina qui¨¦n es el culpable. ?ste siempre termina por confesar".
Los que s¨ª se confunden a veces son los verdugos. Seg¨²n un m¨¦dico de origen palestino que ha tenido que participar en alguna ocasi¨®n en este ritual de muerte, muchos de los reos llegan a la ambulancia a¨²n con vida. Los doctores, voluntarios o designados, a 5.000 riales (unas 170.000 pesetas) el servicio, se encargan de acelerar el fin con una inyecci¨®n letal.
Ventajas econ¨®micas
Mientras tanto, en las reuniones de la incipiente clase media profesional consciente o no de esa realidad, se sigue defendiendo un sistema que, a fin de cuentas, proporciona sustanciosas ventajas econ¨®micas. En medio de las bromas sobre la Chop-chop Square (la Plaza Corta-corta), donde cada viernes, al grito de "Al¨¢-uakbar" (Dios es el m¨¢s grande), se llevan a cabo las ejecuciones, el ingeniero Milad Alami justifica la medida. "La sociedad tiene que proteger al individuo y los criminales atentan contra su seguridad", explica con la anuencia del resto de los presentes. Alami pertenece, sin embargo, a esa minor¨ªa ligeramente occidentalizada que, adem¨¢s de tener lo ¨²ltimo en electrodom¨¦sticos en su hogar y haber estudiado en el extranjero, ha incorporado algunos de nuestros valores a su sistema de vida. Vestido con la tradicional t¨²nica blanca y el pa?uelo a cuadros, no tiene empacho en reconocer que le ha faltado tiempo para afeitarse o en presentar a su mujer a un extranjero sin cubrirla toda de negro.Causa sorpresa que Alami viva con su familia en un apartamento alquilado en un bloque de pisos del centro. Este concepto vertical de la vivienda no ha sido en absoluto asimilado por una poblaci¨®n de origen beduino que sigue pensando su casa como una jaima (tienda). El ideal de hogar saud¨ª es ahora la casa independiente de planta baja y extensa, un lujo que s¨®lo la inmensidad del desierto y los petrod¨®lares le pueden permitir. El Estado facilita a sus nacionales terreno a precios irrisorios y cr¨¦ditos para la construcci¨®n de vivienda con un inter¨¦s simb¨®lico.
En estas condiciones, no es de extra?ar la desmesurada extensi¨®n que abarca Riad, donde el reci¨¦n llegado corre el riesgo de perderse en medio del ovillo de autopistas que conectan barrios cuadriculados. Sea cual sea el lujo que se permitan sus moradores en el interior, las casas saud¨ªes est¨¢n todas rodeadas de un alto muro que m¨¢s que constituir un sistema de defensa impide la visi¨®n. No en vano prism¨¢ticos y catalejos se encuentran entre los productos m¨¢s vendidos en la capital. Las casas compiten, si acaso, en su tama?o, y el hecho de que algunas tengan una estructura sim¨¦trica no corresponde a una falta de imaginaci¨®n, sino a una de las exigencias dom¨¦sticas de la poligamia. De acuerdo con el Cor¨¢n, el hombre puede tener hasta cuatro mujeres, a condici¨®n de que las trate con equidad. Esta pr¨¢ctica, abolida por la ley civil en la mayor¨ªa de los pa¨ªses isl¨¢micos, permanece vigente en el reino saud¨ª, donde el rey Fahed da ejemplo manteniendo a dos esposas.
"Para¨ªso de arquitectos"
La vida en este "para¨ªso de arquitectos", como ha calificado a Riad un observador occidental, transcurre a toque de oraci¨®n, al igual que en el resto del pa¨ªs. Desde el amanecer (fayer) hasta la noche (isha), todos los planes y actividades de sus habitantes est¨¢n marcados por la llamada al rezo. Oficinas, comercios, restaurantes y cualquier otro servicio de atenci¨®n al p¨²blico paralizan su funcionamiento a eso de las doce de la ma?ana, cuando en los incontables alminares de la capital, los almu¨¦danos llaman al un¨ªsono al duhur (oraci¨®n del mediod¨ªa). Durante 20 minutos las mezquitas se llenan. La operaci¨®n se repite hacia las 15.30, las 18.30 y las ocho de la tarde. A diferencia de otros pa¨ªses de la zona donde la pr¨¢ctica religiosa es, si bien aconsejable, no obligatoria, los saud¨ªes no tienen escape. Todo cierra por ley. Y por si existieran descuidos, un grupo de voluntarios p¨ªos, los llamados mutaui, recuerdan, vara en mano, el deber con Al¨¢.
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