Miles se hincha a tocar
ENVIADO ESPECIAL
Seg¨²n una frase de Jardiel Poncela, Nueva York es la ciudad m¨¢s parecida a Madrid que menos se parece a Madrid. La afirmaci¨®n puede ser v¨¢lida todav¨ªa para el espa?olito que viene aqu¨ª como el de la canci¨®n de Mecano, con la botella de Fundador, pero lo m¨¢s probable es que valga s¨®lo como reflejo de una realidad m¨¢s general: que todas las grandes ciudades se parecen a Nueva York, pero ninguna es. La diferencia es menos de calidad que de cantidad. Nueva York es distinta porque en ella hay m¨¢s de todo, o todo es m¨¢s. Los edificios son m¨¢s altos, los baches m¨¢s profundos, la agitaci¨®n m¨¢s fren¨¦tica, la cochambre m¨¢s cochambrosa.
Para el aficionado al jazz, esta caracter¨ªstica de Nueva York tiene muchas ventajas. En Nueva York hay m¨¢s jazz y los m¨²sicos tocan m¨¢s que en cualquier otro sitio. Tomemos como ejemplo a Miles Davis, estrella de la primera jornada, el pasado viernes, del festival de esta ciudad. Mientras que en otros lugares apenas cumple, aqu¨ª Miles se ha hinchado a tocar. Incluso concedi¨® momentos de sinceridad inesperada, como un breve solo iniciado frente a un altavoz con una rara cita de La ¨²ltima vez que vi Par¨ªs. El repertorio lo ha variado un poco, porque tiene nuevo disco, pero todav¨ªa interpreta Human nature y Time after time sin que se le pueda reprochar, porque aqu¨ª es tambi¨¦n lo que m¨¢s se le aplaude.
Las siete alarmas
Sigue llevando Miles en su grupo a Kenny Garrett, que aqu¨ª adem¨¢s del saxo toca mucho la flauta, y a Foley McCreary, ese guitarra que juega al despiste porque toca un bajo que suena como si se hubieran disparado siete alarmas. Las principales novedades del grupo son que ya no est¨¢ en ¨¦l la saltarina percusionista Marilyn Mazur, y que se ha incorporado a los teclados Kel Akagi, aquel japon¨¦s insidioso a quien vimos en Madrid con Al DiMeola.En la primera parte del concierto de Miles actu¨® la otra gran figura de la trompeta, Wynton Marsalis, lo que da un indicio m¨¢s de c¨®mo las gastan por aqu¨ª. El plus neoyorquino lo cumple Marsalis a?adiendo, en algunas tomas, hasta cuatro instrumentos -un tromb¨®n, un clarinete y dos saxos- a la formaci¨®n de cuarteto que le conoc¨ªamos. Con la ampliaci¨®n del grupo, Wynton desarrolla a placer esa nueva vena expresionista, a lo Cootic Williams, que ya mostr¨® en el Epitaph de Charles Mingus. El resultado es que Wynton Marsalis, siempre tachado de antiguo, ha reaccionado y¨¦ndose casi a la prehistoria. Quien quer¨ªa parecerse al Miles Davis de los sesenta recuerda ahora al Ellington de los veinte, el primer Louis Armstrong y las orquesta de ragtime.
Gracias a que hubo dos pases del concierto de Miles y Wynton en el Lincoln Center, pudimos ir antes al del cantante Joe Williams en el Carnegie Hall. Celebraba Williams su 70 cumplea?os rodeado de amigos, empezando por un p¨²blico compuesto por partidarios. Salieron a escena para dar r¨¦plica a Williams la cantante Marlena Shaw y una banda de Count Basle muy rara; no porque la dirigiera Frank Foster, que en esos menesteres es habitual, sino porque no ten¨ªa guitarra. Marlena estuvo cordial y en¨¦rgica, que es lo suyo, y la banda son¨® ajustad¨ªsima y disciplinad¨ªsima. Pero nadie acompa?¨® mejor a Joe Williams que su propio pianista, el extraordinario Norman Simmons.
Horas antes de que empezaran los conciertos, hacia el mediod¨ªa, hubo una fiesta al aire libre en Gracie Mansion. Por si el nombre no les suena, aclaro que es la residencia del alcalde Koch. Pronunci¨® ¨¦ste un discurso diciendo lo que suelen decir los alcaldes cuando inauguran cosas y, tras el turno de oradores, el escenario qued¨® para una big band muy competente, la de Loren Schoenberg. Se sum¨® pronto a ella Lionel Hampton, y otros m¨²sicos siguieron su ejemplo. Lleg¨® un momento en el que escuchamos juntos a Milt Jackson, Billy Taylor y Mel Lewis en un Green Dolphin Street, que, antes del festival, ya val¨ªa por todo un festival, demostrando otra vez la superioridad jazz¨ªstica de Nueva York.
Babelia
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