El 92: Madrid capital cultural de Europa
Han dispuesto los hados que Madrid sea en 1992 capital de la cultura europea. C¨®mo va a serlo, quienes vivan lo ver¨¢n. C¨®mo debe serlo, desde ahora debemos decirlo los Vecinos de Madrid para quienes cultura no sea una palabra vana. Entre ellos me encuentro.A mi modo de ver, Madrid no podr¨¢ mostrarse a sus habitantes y visitantes como ocasional capital de la cultura europea si no cumple decorosamente los deberes que le impone esta doble condici¨®n: ser capital de su propio pa¨ªs y ser gran ciudad de? mundo occidental. Dir¨¦ sumariamente c¨®mo veo yo la estructura de la deseable respuesta de Madrid a tan grave reto.
I.-Ahora, entonces y siempre, Madrid debe ser espejo, modelo, casa y escenario de la total cultura espa?ola.
?C¨®mo Madrid debe ser tal espejo?. Por lo pronto, no olvidando que Espa?a es una pa¨ªs culturalmente diverso. Por imperativos de la historia y del idioma, en Espa?a hay una cultura castellana, otra catalana, otra gallega y otra vasca. Y por exigencia conjunta de la diversidad regional en el uso del idioma com¨²n y en el modo colectivo de vivir, hay en nuestro pa¨ªs, dentro de la cultura de habla castellana, modalidades estrictamente castellanas, andaluzas, aragonesas, valencianas, extreme?as, asturianas, murcianas. ?C¨®mo Madrid puede ser espejo de esta m¨²ltiple diversidad?.
Naturalmente, conociendo -por lo menos en el nivel mental de sus minor¨ªas rectoras: facultades universitarias, ateneos, sociedades diversas- las manifestaciones culturales de tal diversidad. Esto es, haciendo que sea satisfactoria la respuesta a las interrogaciones siguientes: ?cu¨¢ntas de las personas verdaderamente cultas de Madrid son capaces de leer un poema, un cuento o un ensayo en catal¨¢n o en gallego?; ?la cultura en euskera est¨¢ de alg¨²n modo representada en Madrid?; ?cu¨¢ntos madrile?os saben c¨®mo anda la vida literaria en Sevilla, en Zaragoza o en Valencia?; ?con cu¨¢ntos libros catalanes o gallegos puede uno toparse en nuestras librer¨ªas?.
Adem¨¢s de espejo de la total cultura espa?ola, Madrid ha de ser su modelo. En tanto que espejo, la cultura de Madrid debe ser reflejante; en tanto que modelo, debe ser creadora. Madrid no cumplir¨ªa aceptablemente su misi¨®n si de su seno no salieran hacia todas las ciudades del pa¨ªs creaciones filos¨®ficas, cient¨ªficas y literarias dignas de servir de modelo a los espa?oles todos. En el primer tercio de nuestro siglo, eso fueron la histolog¨ªa de Cajal, la poes¨ªa de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez y Antonio Machado, la prosa de Azor¨ªn, el esperpento de Valle-Incl¨¢n, el pensamiento y el estilo de Ortega, la novel¨ªstica de Baroja, la filolog¨ªa y la historiograf¨ªa de Men¨¦ndez Pidal y As¨ªn Palacios.
Cuidado: en modo alguno pretendo afirmar que s¨®lo Madrid debe ser modelo cultural de Espa?a. En principio, toda ciudad puede y debe serlo. Y en primer t¨¦rmino, claro est¨¢, Barcelona. Con Maragall, el primer Ors, Gaud¨ª, Picasso, Casas, Nonell, Turr¨® y Pi y Su?er, modelo para toda Espa?a fue la vigorosa Barcelona de comienzos de siglo, y acaso habr¨ªa cambiado nuestra suerte nacional si aquel modelo barcelon¨¦s hubiese sido m¨¢s atendido.
Vengamos, sin embargo, a Madrid, a este Madrid, y pregunt¨¦monos: la producci¨®n filos¨®fica, cient¨ªfica y literaria de quienes en ¨¦l vivimos, ?est¨¢ a la altura que demogr¨¢fica, econ¨®mica y tur¨ªsticamente ha alcanzado? No lo s¨¦. Quien lo sepa, que lo diga.
Madrid debe asimismo ser casa y escenario de cuantos espa?oles a Madrid vengan; y especialmente, puesto que hablo de cultura, de los espa?oles real y verdaderamente cultos. Que Madrid es ciudad acogedora, nadie se atrever¨¢ a ponerlo en duda; aunque, como contrapartida, Madrid es tambi¨¦n la ciudad donde ha nacido la acepci¨®n despectiva del t¨¦rmino provinciano. Pero, desde mi actual punto de vista, m¨¢s me importa preguntarme si viene cumpliendo de manera suficiente su deber de ser escenario de toda la cultura espa?ola, lugar donde todo espa?ol eminente, cualesquiera que sean su procedencia y su lengua, puede comparecer y brillar ante todo el pa¨ªs.
No una, sino tres son las preguntas que a tal respecto me hago. La primera tiene como fondo un recuerdo personal. El t¨ªmido germen que hace m¨¢s de treinta a?os fueron los cursos sobre literatura catalana, a cargo de Jordi Rubi¨®, Carles Riba y Josep Mar¨ªa de Sagarra, en la Universidad madrile?a, ?d¨®nde ha quedado? Mi segunda pregunta va a ser un corolario a la traducci¨®n castellana que de la estrofa culminante del Himne iberic de Maragall hice yo tiempo atr¨¢s:
"Deja la onda marina su canto en cada playa, / mas tierra adentro se oye s¨®lo un eco final, / que de un cabo hasta el otro habla de amor a todos / y se hace poco a poco c¨¢ntico de hermandad".
Ese c¨¢ntico ?resuena ya en Madrid?. Es cierto que la presencia de la cultura catalana en Madrid ha crecido durante los ¨²ltimos a?os; pero -y ¨¦sta es mi tercera interrogaci¨®n- ?en medida suficiente? Otro tanto cabe preguntarse en lo tocante a las restantes culturas regionales.
II.-Madrid, gran ciudad de Europa, y en consecuencia de Occidente. Madrid, pues, en tanto que espejo, modelo y escenario de la cultura occidental.
Ser¨¢ Madrid espejo de la cultura euroamericana cuando refleje con viviente fidelidad cuanto en el orden filos¨®fico, cient¨ªfico y literario sea importante en Europa y Am¨¦rica. Denunci¨® Ortega la tibetanizaci¨®n, la hermetizaci¨®n hacia el exterior, en que a veces ha vivido Espa?a; y cuando esto ocurre -tambi¨¦n de Ortega es la frase- Madrid se convierte en Madridejos. Aunque los madrile?os madrile?istas sigan diciendo que "de Madrid al cielo". Pues bien: frente al tibetanismo, la apertura; frente a la tentaci¨®n de ser se?uelo de uno mismo, la voluntad de ser espejo de todo lo importante.
No hay ciudad de alguna entidad, y menos si es capital de un Estado, que no sea espejo del mundo a que pertenece. La Universidad con sus m¨²ltiples c¨¢tedras, los Institutos culturales de los distintos pa¨ªses y toda una red de instituciones diversas, desde las revistas y los ateneos hasta las sociedades cient¨ªficas y literarias, cumplen esa funci¨®n especular. El problema consiste en saber c¨®mo.
Una palabra, t¨®pica entre nosotros desde Ortega, da la clave de ese deber: la palabra autenticidad. Y cuando la autenticidad ata?e a la funci¨®n de un espejo, tres son sus principales requisitos: la integridad (en este caso, que todo lo humanamente importante de la cultura occidental sea reflejado), la actualidad (que la reflexi¨®n no se refiera a lo que fue y ya no es aquello que se refleja) y la lealtad (que la exposici¨®n del pensamiento ajeno sea fiel a los que ¨¦ste realmente es, y no a lo que sobre ¨¦l quiera decir el expositor). "?Conoce usted la Critica de la raz¨®n pura?", preguntaban hace a?os a un examinando. El cual, adoctrinado sin integridad, actualidad y lealtad suficientes, respondi¨®: "No, se?or, pero s¨¦ refutarla". La mutilaci¨®n, el retraso y la deformaci¨®n por pereza o por temor hacen imposible la autenticidad del espejo. Dar al espejo una superficie alabeada, como la de aquellos de la calle del Gato que sirvieron a Valle-Incl¨¢n para ejemplificar su teor¨ªa del esperpento, es un c¨®modo expediente para transmutar Apolos en Vulcanos o Vulcanos en Apolos. Con gran frecuencia, tal es el proceder del fan¨¢tico.
Los rectores de la cultura de Madrid deben preguntarse si nuestra ciudad cumple en medida suficiente esta funci¨®n especular. Si sus universidades, los Institutos culturales que en Madrid act¨²an y las distintas sociedades intelectuales y literarias procuran con el ah¨ªnco necesario que la realidad actual del pensamiento y del arte de Occidente sea aut¨¦nticamente reflejada. No poco va haci¨¦ndose en este sentido. ?Lo suficiente para ser con dignidad, durante un a?o, capital de la cultura europea? Mal vamos a quedar en 1992 si nuestra respuesta no es satisfactoria.
No s¨®lo espejo; tambi¨¦n modelo del mundo occidental debe ser -a su modo, en su medida- la cultura de Madrid. Dentro de la unitas multiplex que por esencia es la cultura de Occidente, todos sus miembros, cada cual como y cuanto pueda, deben aspirar a que de su seno salgan novedades imitables. Sin la vehemente desmesura con que la ambici¨®n unamuniana lo propuso, as¨ª veo yo la consigna de "espa?olizar a Europa".
El n¨²mero y la ¨ªndole de los libros traducidos a los distintos idiomas cultos, de las piezas teatrales representadas en escenarios extranjeros, de los filmes proyectados allende las fronteras, de los autores en las revistas de curso internacional, de los conferenciantes en tribunas cient¨ªficas prestigiosas, mide la condici¨®n de modelo de una ciudad. Algo hace Madrid en ese sentido. ?Tanto como podr¨ªa hacer?.
III.-Madrid, capital permanente de la cultura espa?ola; qu¨¦ entra?able misi¨®n, para que las dos palabras que han sido r¨¦mora principal de la deseable unidad de Espa?a -la palabra centralismo, en cuanto a la visi¨®n de Madrid desde las provincias; la palabra provincianismo, en cuanto a la visi¨®n de las provincias desde Madrid- pierdan para siempre su viejo y t¨®pico sentido peyorativo. Madrid, capital por un a?o de la cultura europea; qu¨¦ hermoso punto de partida para que la necesaria europeizaci¨®n de Espa?a y la posible espa?olizaci¨®n de Europa dejen de ser receta o consigna y se vayan convirtiendo en cotidiana, habitual realidad. Las cenizas de Costa, Unamuno y Ortega se llenar¨¢n de transmundana emoci¨®n si esto sucede. Ser¨¢n, si se me permite abusar una vez m¨¢s de la estupenda expresi¨®n quevedesca, polvo enamorado.
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