Los cuadernos de Picasso
Hoy tengo que hablar de Picasso, de aquel grande y relampagueante amigo. En el d¨ªa de su muerte se desataron en la Costa Azul todos los elementos, como si hubiera desaparecido un gran dios, y la lluvia, los vientos, los truenos y los rayos tuvieran que lamentarlo con resonancia. Yo hice expresamente un viaje desde Roma, acompa?ado del pintor Jos¨¦ Ortega, para sentir aquellos sus ¨²ltimos instantes en la tierra. Ahora salgo con otro gran pintor, Manuel Rivera, para ver la exposici¨®n de sus cuadernos en una sala de la Real Academia de San Fernando.Antes de entrar me compro el cat¨¢logo -bastante caro por cierto-, en cuya portada se lee, en franc¨¦s: "Je suis le cahier appartenant a Monsieur Picasso peintre, 13 Rue Ravighan, Paris XVIII".
Despu¨¦s... comienza la gran reolina, el zootropo gigante en el que empiezan a girar desde 1894, en Barcelona, hasta 1964, en Francia, sus millones de dibujos, que forman un total de 175 cuadernos, que andaban dispersos por el mundo hasta que fueron reunidos por la familia y expuestos por primera vez en The Pace Gallery, de Nueva York, entre mayo y agosto de 1986, componiendo el retrato m¨¢s sorprendente de la imaginaci¨®n creadora de un pintor que tuvo la portentosa ocurrencia de firmar todo cuanto hac¨ªa, se?alando no s¨®lo el a?o en que lo creaba, sino tambi¨¦n el d¨ªa en que era realizado.
Contemplar esta exposici¨®n es ver en movimiento la mano electrizada del pintor malague?o, la aparici¨®n anticipada de muchas ideas para sus creaciones posteriores, como Las se?oritas de A vi?¨®n, El rapto de las sabinas, El almuerzo en el campo... Nunca la obra de un pintor, el chorro permanente de las ideas que la componen, puede mirarse as¨ª, en un v¨¦rtigo tan relampagueante y agitado. Casi no hay que mirar, como si se contemplara un ¨¢rbol y quisiera uno separar todas sus hojas para verlas una a una. No son los detalles, son los miles de uvas que forman el racimo, el gran marco genial, el v¨¦rtigo que llena los a?os de manos, de ojos, de tetas, de culos, de combinaciones sorprendentes, de todas esas marejadas de l¨ªneas sin fin que se invaden, se enlazan y desenlazan, salidas como de un chorro, un incontenible torrente.
Y contemplamos nuevamente al inconmensurable Picasso que yo viv¨ª sobre todo en los ¨²ltimos a?os de mi amistad, aquel vertiginoso Picasso en furia, Picasso en llama, Picasso en ira, Picasso en c¨®lera, en tromba, en toro, en sangre, en perro, en rabia, en ira, en grito, en luz, en sombra, en guerra... Todos aquellos Picasso que en los ¨²ltimos a?os de su vida invadieron los inmensos salones del castillo de los Papas de Avi?¨®n, cuando su final exaltaci¨®n er¨®tica, los ¨²ltimos grandes espasmos de su vida, al borde ya de sus 90 a?os: hambre vital, devoradora hambre / de vivir el minuto, el segundo preciso. / Son las profundas horas, / las m¨¢s cargadas de pasi¨®n, de asombro / que este siglo soporta ya escalando las cimas / de los 100 a?os. Oigo, / el mundo entero escucha / el tiempo fecundando la sangre / que t¨² haces reventar en explosiones / de colores, de l¨ªneas y palabras / que a diario resuenan / y resonar¨¢n -siempre.
Aqu¨ª encontramos ya, en estos prodigiosos cuadernos, su tremendo arranque vital, su permanente dinamismo, su obsesi¨®n de no dejar un solo minuto de su existencia sin ser registrado. Comienza a ser ya aquel toro potente que llevaba en su sangre y no dej¨® de correr hasta ese segundo en que el coraz¨®n le hinc¨® la espada de su ¨²ltimo latido casi a los 92 a?os de su existencia.
Pero en estos cuadernos est¨¢n los comienzos de su vida, cuando por su ventana abiertade par en par se le entraba ya el siglo XX con sus saltimbanquis y arlequines, camino de Cezanne del reci¨¦n nacido cubismo sorprendente.
Estos dibujos salteados de sus asombrosos retratos, ya con sus famosos ojos insufribles, sus tajantes y fijas pupilas como dos botones de pardo fuego.
Yo no puedo en esta exposici¨®n de sus cuadernos sacarme del recuerdo la presencia del Picasso de los ¨²ltimos a?os, de aquel al que yo le llevaba cada d¨ªa los poemas que le iba escribiendo y aquel pr¨®logo para su poema-relato-enredadera El entierro del conde de Orgaz.
Se puede pensar en esta exposici¨®n que Picasso no tiene comienzo ni tampoco fin. Es un extra?o brote que le naci¨® a la tierra. Un extra?o brote siempre en acci¨®n, desde el primer momento que vio la luz. La libertad naci¨® con ¨¦l. ?l la trajo. Y la expandi¨® por todo el siglo XX. Y aqu¨ª estamos ante su nacimiento.
En el principio fue la acci¨®n. Y cuando Dios -dicen- cre¨® el mundo le abri¨® la mano y dijo: "Pinta".
Y como acci¨®n es libertad, aunque visible siempre en toda su obra, quiso algunas veces recordarlo: "He dedicado mi vida a la libertad y quiero continuar siendo libre".
La libertad que ¨¦l trajo, o de la que es la m¨¢xima expresi¨®n de nuestro siglo, aqu¨ª est¨¢. Vedla aqu¨ª, desde los m¨¢s lejanos comienzos de su vida. En estos prodigiosos cuadernos. La impuso con tal pasi¨®n y fuerza que no habr¨¢ nadie que pueda ya borrarla:
T¨² dominas el siglo. / Si resbalas los ojos desde arriba, / desde esa alta colina donde hoy vives, / ver¨¢s el mar, el mar por ti creado, / bajar de ti, subir a ti en constante, / perpetua pleamar ilimitada.
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