Schuster mostr¨® grandes deficiencias como hombre de cierre en la defensa
ENVIADO ESPECIAL El cr¨¦dito de Schuster como escobero sufri¨® un da?o grav¨ªsimo en Riazor. Un equipo montado sobre sucesivos sistemas de seguridad conf¨ªa al defensa de cierre la llave del tesoro. Es una tarea delicada que requiere clase, agudez y decisi¨®n. Schuster suma casi todas las cualidades que definen a los astros del f¨²tbol, pero mediada la primera parte le falt¨® las cualidades finales de los escoberos: decisi¨®n y cintura. Dumistrescu le encar¨® junto al la l¨ªnea de fondo y le bail¨® un tango que acab¨® en gol. La deficiencia de Schuster en esa jugada, la primera que le requer¨ªa con urgencia, acab¨® con el excelente trabajo opresivo del Madrid, que hasta entonces hab¨ªa abrumado a la defensa del Steaua con una presi¨®n dur¨ªsima y un trabajo disciplinado y s¨®lido. La debilidad de Schuster en aquel mano a mano con Dumitrescu tomaba adem¨¢s una lectura a?adida: Gallego era, en aquel momento, jugador del Udinese italiano.
Hasta el empate de Dumitrescu, el Steaua estuvo a punto de acabar con uno de los principios inmutables del f¨²tbol. Seg¨²n el viejo axioma, el bal¨®n es redondo; el ¨¢rbitro, sospechoso, y los rumanos, inc¨®modos. La aridez de los rumanos se aprecia ya en las casacas, de amarillo t¨ªsico, naranja deste?ido o granate. Es un ataque a la est¨¦tica del f¨²tbol, de igual manera que apellidarse Bombescu y jugar de central parece una ofensa contra la l¨ªrica. Siguiendo este argumento, el Steaua es rumano a machamartillo. Tanto que Toschack le comentaba a Chendo: "Esto me huele a empate a cero". Y Chendo, en su papel de capit¨¢n, le replicaba: "S¨ª, mister, a cero".
La vieja incomodidad del Steaua por poco se va a pique en el primer tercio del partido. Los rugosos jugadores rumanos se aflojaron, casi se descompusieron, frente a la categ¨®rica presi¨®n del Real Madrid. El ataque al bal¨®n de los jugadores de Toshack comenzaba al borde del ¨¢rea de Lung, y lo iniciaba un tr¨ªo de artistas finos, como lo son Michel, Butrague?o y Mart¨ªn V¨¢zquez. Los tres ofrecieron una magn¨ªfica muestra de disciplina, intensidad y deseo.
El Madrid recuperaba el bal¨®n al asalto. Cuando no lo apresaba, el efecto era id¨¦ntico Los defensas del Steaua mane jaban mal la pelota, se desen tend¨ªan de ella, la entregaban muy mal y acaban por abrir incotables huecos para los env¨ªos profundos de Michel y el Buitre Butrague?o estuvo soberbio en el pase que permiti¨® el gol del Madrid. Observ¨® la carrera de Mart¨ªn V¨¢zquez y, con un toque sutil, le ofreci¨® una pelota rasa, muy golosa, que Mart¨ªn V¨¢zquez retras¨® hacia Michel cuyo regate fue seco, preciso y seguro.
El Madrid acababa en esos instantes con el mito del rumano desagradable. El Steaua estaba rendido, incapaz de aguantar el empuje de los jugadores de Toshack, entre los cuales sobresal¨ªan Michel y Burague?o. Michel, m¨¢s escorado hacia la parcela izquierda que en Santander, monopolizaba el centro del campo. Sin el efecto im¨¢n de Schuster, el bal¨®n corr¨ªa r¨¢pido hacia los huecos. La sincron¨ªa de Michel y Butrague?o condenaba al partido a una c¨®moda victoria del Madrid, pero all¨¢ por el minuto 30 el Steaua hil¨® una buena combinaci¨®n que termin¨® por perfilar a Dumistrescu por la izquierda. Luego, el quiebro a Schuster, y el gol. El partido cobr¨® otra vida.
El Steaua se transmut¨®. Toda la decadencia anterior dio paso a la finura y a la inteligencia de dos jugadores majestuosos, Hagi y Mosznay. Hagi, un zurdo rechonchete que provoca pasiones incontenibles en el calcio italiano, dispuso del bal¨®n como quiso. Pese a sus limitaciones f¨ªsicas, Hagi detroz¨® la l¨ªnea defensiva del Real Madrid. Lo hizo con toda clase de recursos t¨¦cnicos: quiebros, fintas, pases, remates, taconazos y puentes. El repertorio se complet¨® en la segunda parte con un disparo sorprendente desde 25 metros. El bal¨®n sali¨® zigzagueante desde la derecha y Buyo, probablemente mal colocado, fue incapaz de detenerlo. Para entonces, el Madrid hab¨ªa ca¨ªdo en el desconcierto, atacado por una crisis de desconfianza, provocada en su g¨¦nesis por la debilidad de Schuster en aquel mano a mano a Dimistrescu.
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