MARIANO AGUIRRE Viaje al pa¨ªs de las estatuas
El disco de m¨¢s ¨¦xito en Mosc¨² es Back in the USSR (De regreso en la URSS), selecci¨®n de cl¨¢sicos del rock and roll que Paul McCartney grab¨® como homenaje a la perestroika (reestructuraci¨®n) y de la que prohibi¨® su distribuci¨®n en el mundo occidental. En una de las mejores tiendas de Mosc¨² no es posible comprarlo en rublos: Black in the USSR s¨®lo es accesible a los turistas o a quienes especulan con d¨®lares.La URSS est¨¢ marcada por paradojas y contradicciones, como la del disco de Paul McCartney. El proceso de la reforma pol¨ªtica y econ¨®mica es visto con m¨¢s esperanzas fuera de la URSS que dentro de ella. Hay un c¨ªrculo de los reformadores -o sea, miembros del aparato de gesti¨®n del Estado, intelectuales y miembros m¨¢s avanzados del PCUS- que basan su entusiasmo en la necesidad imperiosa de que la perestroika, la glasnost (transparencia) y la demokratizatsiya triunfen porque, de otro modo, la URSS entrar¨¢ en una crisis estructural de dif¨ªcil soluci¨®n. Su entusiasmo est¨¢ marcado por el temor al fracaso.
Un excelente ejemplo de las contradicciones ha sido la reciente huelga de los mineros. Para Mijail Gorbachov, las reivindicaciones b¨¢sicas de los trabajadores han sido un est¨ªmulo a la reforma que le ha servido para atacar al sector duro que se resiste a los cambios. Pero las concesiones a los mineros le han costado mucho dinero al tener que importar de Occidente muchos bienes de consumo. Gorbachov inici¨® una revoluci¨®n desde arriba y ahora necesita la presi¨®n desde abajo. Pero el cambio no puede hacerse con compras de urgencia a Occidente. ?Qu¨¦ ir¨¢ m¨¢s r¨¢pido, la reforma o la crisis?
La huelga de corte autogestionario contra el socialismo real ha sido un complejo respiro. Hasta ahora gente en la calle significaba revueltas nacionalistas con dos or¨ªgenes, generalmente entrelazados: antiguos problemas ¨¦tnicos y fronterizos que quedaron reprimidos por el manto m¨ªtico de la revoluci¨®n, y las provocaciones de sectores contrarios a la reforma que han aprovechado esos problemas para debilitar el proceso pol¨ªtico.
Todas las explicaciones sobre la dificultad de la reforma son v¨¢lidas, pero en una gran parte de la poblaci¨®n se detecta cinismo y decepci¨®n. Despu¨¦s de tres a?os de gesti¨®n, Mijail Gorbachov corre el riesgo de ser m¨¢s popular y generar m¨¢s esperanzas en los obreros de la Rep¨²blica Federal de Alemania que en su propio pa¨ªs. Para Occidente representa a un l¨ªder pol¨ªtico modernizador. Pero dentro de la URSS, y una vez pasada la euforia de contar con un secretario general que no es de m¨¢rmol, el interrogante es hacia d¨®nde va la reforma.
"Tenemos que desarrollar en tres d¨¦cadas la industria, fabricar bienes de consumo, ganar un puesto en el mercado internacional, avanzar tecnol¨®gicamente y no perder la esencia de servicio a la poblaci¨®n, la idea del comunismo", nos dice un funcionario de la diplomacia. La agenda de trabajo es atractiva, pero el camino no est¨¢ claro. Se ha abierto moderadamente la puerta a la creaci¨®n de empresas mixtas con capital extranjero y, de forma muy limitada, a la iniciativa privada.
La gran duda es qu¨¦ va a pasar si para lograr una mejor inserci¨®n en el mercado internacional la URSS necesita introducir racionalidad capitalista en la producci¨®n. Uno mira con ingratitud a un camarero que hace cuatro viajes hasta el interior de su comercio para servir un caf¨¦ y piensa: "Si la perestroika se pone de verdad en marcha atropellar¨¢ a este hombre y lo dejar¨¢ tirado en una zanja". Una mayor efectividad laboral y creciente l¨®gica de libre mercado acabar¨¢ con el desempleo encubierto. La URSS podr¨ªa transformarse en un interesante doble mercado para las empresas de Occidente: mano de obra barata y d¨®cil y un sector que vaya desarrollando una cierta capacidad de consumo.
Frente al hotel Rosya, un edificio gigantesco con miles de habitaciones ca¨®ticamente administrado, sin ordenador y sin conserje, se extiende una larga fila de taxis. Los conductores est¨¢n descansando. Ninguno acepta llevar a un pasajero si no es por 10 veces el precio real de la carrera. El aparato que marca el precio ha dejado de tener su funci¨®n. Como en otras cosas, el precio verdadero est¨¢ en la cabeza de la gente.
"Nos estamos convirtiendo en un pa¨ªs de especuladores" nos dice un funcionario de 35 a?os. "El desabastecimiento se deb¨ªa a la mala gesti¨®n en la producci¨®n y ahora hay que sumar la especulaci¨®n y el estraperlo". Un diplom¨¢tico, por ejemplo, alquil¨® un piso que no ten¨ªa muebles de cocina. Cuando sali¨® a comprarlos hab¨ªa desabastecimiento en ese momento en Mosc¨². Al fin los consigui¨® en la asociaci¨®n de lisiados de guerra.
La apertura pol¨ªtica est¨¢ mostrando una cara diferente de la URSS. La primera vez que llegu¨¦ a Mosc¨² sent¨ª cierta melancol¨ªa ante el conjunto arquitect¨®nico de la plaza Roja, el Kremlin, las tumbas de John Reed y de Lenin, el palacio de la ¨¦poca de los zares convertido en gran almac¨¦n, y los colores intensos de una iglesia ortodoxa. Dos a?os despu¨¦s me asomo a la misma plaza y me resulta una postal ideol¨®gica, algo as¨ª como un recortable insertado ortop¨¦dicamente sobre una dura realidad.
Ahora pienso en el Mosc¨² fr¨ªo, ortodoxo y pat¨¦tico de los a?os del estalinismo de la excelente novela Los ni?os del Arbat, de Anatoli Rybakov, o en la pel¨ªcula La peque?a Vera, que cuenta, a trav¨¦s de una joven protagonista, las miserias, en el sentido que le daba Wilhelm Reich, de la vida cotidiana de una familia de un barrio perif¨¦rico actual. El discurso oficial de siete d¨¦cadas est¨¢ tan muerto como las estatuas.
El recuento de los mitos fallidos puede empezar por cualquier parte. Se repiten en las publicaciones sovi¨¦ticas las denuncias, por ejemplo, contra una sanidad te¨®ricamente igualitaria para todos, pero estratificada para que la elite del poder tenga lo bueno. Y la cat¨¢strofe ecol¨®gica del mar Aral, por el uso indiscriminado de fertilizantes, est¨¢ destruyendo literalmente la vida de Turkmenist¨¢n.
Los problemas sociales circulan por las calles y los j¨®venes son las principales v¨ªctimas. Seg¨²n un informe encargado por el Soviet de Mosc¨², el 58,3% de los alumnos de las escuelas t¨¦cnico-profesionales de la capital son aficionados al alcohol. Y la delincuencia juvenil creci¨® en 1988 un 73,6%. Despu¨¦s de sembrar el pa¨ªs con estatuas de Lenin, los j¨®venes se aburren y llevan chapas con los rostros de Madonna y Rambo.
Son las once de la noche y estamos en la amplia y moderna discoteca del complejo tur¨ªstico Dagomys, junto al mar Negro. El pinchadiscos, parecido a Sylvester Stallone, acompa?a la m¨²sica con gestos, bailes y comentarios en ingl¨¦s y ruso. En la pista, bellas mujeres con minifaldas bailan con entusiasmo. Son un s¨ªmbolo del cambio.
Contrastan estas j¨®venes esbeltas y occidentalizadas con las (muchas) ancianas pobres que van por la calle con sus piernas inflamadas de a?os, las manos con callos por transportar bolsas llenas de esperanzas, un pa?uelo en la cabeza, el delantal. Basta entrar en un mercado para encontrarlas vendiendo frutas. O en una estaci¨®n de ferrocarril atestada de sudor a las doce de la noche para verlas con sus nietos e hijos dormidos en la falda, como si llevaran un siglo esperando un mismo tren que no est¨¢ previsto que llegue a horario. Estas ancianas tienen la edad de la revoluci¨®n y se les ha pedido todo para darles casi nada a cambio. Algunas llevan en el voluminoso pecho las m¨²ltiples insignias que indican que son hero¨ªnas de la II Guerra Mundial. Son s¨ªmbolos de lo que debe cambiar.
La reforma se encuentra atrapada entre varios fuegos. Por arriba, el sector recalcitrante de la burocracia: miembros del PCUS, oficiales de las fuerzas armadas, funcionarios capaces de obstaculizar. Quieren conservar sus privilegios y no desean cr¨ªticas sobre una realidad que han dise?ado. Son conservadores que no desean que se pida verdadero socialismo en el sentido solidario, ni que la mujer deje un papel subordinado, ni que los hombres cambien el vodka por la pol¨ªtica, ni que la sociedad pierda su car¨¢cter asexuado y apol¨ªtico.
En el ¨¢mbito internacional ven con desconfianza los pasos arriesgados que da Gorbachov porque es m¨¢s f¨¢cil la inercia que la renovaci¨®n de la pol¨ªtica internacional. Prefieren m¨¢s misiles cada vez que Washington se rearma y dureza en las conversaciones para que se sepa que los herederos de Lenin no se rinden. En el fondo intuyen que la URSS ha sido superpotencia por sus armas nucleares y no por sus avances cient¨ªfico-tecnol¨®gicos ni por su expansi¨®n econ¨®mica.
Por debajo, los reformadores se encuentran con una mayor¨ªa silenciosa que no quiere conmociones en su apat¨ªa subvencionada. Desencantados del comunismo y con ideas generalmente falsas e id¨ªlicas sobre el mundo capitalista, buscan el sueldo oficial, los malos servicios p¨²blicos. Esta gente s¨®lo se excita ligeramente ante la visi¨®n de un d¨®lar.
Entre estos dos polos est¨¢n los sectores que consideran que la reforma debe ser impulsada porque es una oportunidad ¨²nica. Un amplio espectro que va desde Andrei Sajarov hasta los mineros le da un apoyo cr¨ªtico a un proceso del que, en general, piensan que va lento o que tiene demasiadas limitaciones.
Despu¨¦s de 70 a?os, la URSS vuelve a ser un foco de atenci¨®n sobre el que muchos hacen apuestas en favor del fracaso o del avance, por el retorno al capitalismo o un triunfo de ave f¨¦nix del comunismo. El resultado es imprevisible, pero el mundo no ser¨¢ el mismo despu¨¦s de la perestroika.
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