Celia, en los infiernos
Cuando, hace ya no pocos meses, supe que hab¨ªa salido a la luz un nuevo, postrer y ya inesperado volumen de la antigua serie de relatos de Elena Fort¨²n sobre la ni?a Celia, y que este volumen p¨®stumo, Celia en la revoluci¨®n, hac¨ªa atravesar a la tierna protagonista, ya una jovencita, por las penosas peripecias de nuestra guerra civil, tuve intenci¨®n de leerlo sin demora. Pero en los prop¨®sitos humanos, aun lo m¨¢s factibles, interfieren con frecuencia peque?os obst¨¢culos dilatorios, y s¨®lo ahora, durante las calurosas pausas estivales de este a?o, he podido al fin evocar en sus p¨¢ginas no s¨®lo los crueles azares a que, como tantos otros inocentes seres humanos, se viera sometida esa delicada criatura de ficci¨®n hace ya m¨¢s de medio siglo, a partir de un aciago 18 de julio, sino tambi¨¦n los tiempos subsiguientes, cuando, exiliado en Buenos Aires, trat¨¦ y estim¨¦ cordialmente a la autora de unos relatos que hac¨ªan las delicias de mi hija, ni?a ella entonces como la hero¨ªna del cuento y v¨ªctima a su vez de una odisea comparable a la que, en el reci¨¦n rescatado texto, atribuye Elena Fort¨²n a su inmarcesible Celia.A ¨¦sta, a la figura imaginar¨ªa, la sublevaci¨®n la sorprender¨¢ en Segovia, donde enseguida es asesinado su abuelo. Y, supongo que a causa de la identidad de ocasi¨®n y lugar, la lectura de ese primer cap¨ªtulo en la nueva Celia me ha tra¨ªdo a la memoria la pel¨ªcula titulada La prima Ang¨¦lica, por m¨¢s que tan espl¨¦ndida obra cinematogr¨¢fica de Saura se benefici¨® de un distanciamiento temporal y emotivo que contrasta art¨ªsticamente con la inmediatez de las p¨¢ginas manuscritas, a ra¨ªz de los tr¨¢gicos acontecimientos, por mi amiga Elena (el borrador a l¨¢piz est¨¢ fechado a 13 de julio de 1943) y exhumadas ahora. En el volumen que acabo de leer, episodio con que se cierra la serie de aventuras de Ceba, ¨¦sta, la ni?a que antes se enfrentaba con cierto asombro pero tambi¨¦n con inteligente desenfado al mundo de sus mayores, y a quien ya en vol¨²menes previos la desgracia hab¨ªa empezado a madurar, aparece aqu¨ª prematuramente adulta por la presi¨®n de unas circunstancias que har¨¢n pat¨¦tica, aunque no menos en¨¦rgica, su reacci¨®n frente a ese mundo cuyo aspecto, para ella como para todos los espa?oles, se hab¨ªa vuelto de pronto tan siniestro.
Y si el inicio del relato me record¨®, como digo, una pel¨ªcula notable, el contenido de las vivencias referidas en el resto de las p¨¢ginas del libro -esto es, la dilatada experiencia de la guerra civil vivida por una criatura ajena, en raz¨®n de su corta edad, a los t¨¦rminos del conflicto- me har¨ªa pensar, quiz¨¢ para contraste, en aquellas novelas de Max Aub que se proponen, en cambio, rendir testimonio de los atroces acontecimientos de la guerra civil desde diversas perspectivas, adoptando para el efecto, alternativamente, el punto de vista de muy variados personajes, a partir cada uno de su respectiva situaci¨®n y actuaci¨®n. Las novelas ilustres de Max Aub nos presentan la contienda espa?ola en conversaciones, hablada; quiero decir, verbalizada, opinada, discutida, controvertida -incansablemente y hasta el agotamiento- al hilo mismo de la acci¨®n, por los numerosos personajes que en ella pululan. Y quien se sintiera tentado a ver en esto un defecto por cuanto afecta al arte de novelar, considere tan s¨®lo que es a trav¨¦s de las palabras que les infunden sentido como adquieren sentido y realidad las conductas humanas. Los motivos personales, los impulsos del sentimiento, las espontaneidades del car¨¢cter se articulan -o, mejor, se funden- en la pr¨¢ctica con razonamientos, convicciones ideol¨®gicas, justificaciones morales y toda clase de otros elementos discursivos mediante los cuales reciben los crudos hechos una dimensi¨®n trascendente. Pero no es esto lo que en la presente ocasi¨®n importa; y si lo aduzco es, seg¨²n indicaba antes, para marcar el contraste con el relato de Elena Fort¨²n, que muy deliberadamente coloca a su hero¨ªna en una actitud de espectadora at¨®nita y v¨ªctima no participante frente a una conflagraci¨®n b¨¦lica cuyos postulados de principio desconoce y se abstiene de juzgar -actitud del personaje imaginario que no era, por cierto, la de la autora misma en su realidad pr¨¢ctica-
?Por qu¨¦, pues, adoptar¨ªa la escritora semejante tesitura al redactar una obra que, con toda evidencia, tiene valor testimonial, que traslada al papel sus propias experiencias personales durante un conflicto dentro del cual tuvo tomada ella desde el comienzo una posici¨®n muy firme, tanto que sin vacilar -sin las vacilaciones que atribuye, en cambio, a su protagonista- emprendi¨® el camino del exilio al Hegar el momento en que, derrotada la causa de la Rep¨²blica, no le quedaba otra alternativa sino someterse al r¨¦gimen de sus enemigos? Sin duda, porque as¨ª conven¨ªa a su proyecto literario. Elena Fort¨²n -ello es obvio- no se hab¨ªa propuesto escribir una obra de propaganda pol¨ªtica; se hab¨ªa propuesto expresar en im¨¢genes algo mucho m¨¢s profundo que las posturas te¨®r¨ªcas y los principios pol¨ªtico-sociales; el sufrimiento padecido por todo un pueblo y las diversas maneras en que la naturaleza humana se revela bajo condiciones de tal dureza, desde los casos de brutalidad o perversidad suma hasta los de la m¨¢s desprendida generosidad. A trav¨¦s de esta pintura suya de los desastres de la guerra, el cuadro que traza nos presenta a la doliente humanidad desde una perspectiva que supera los sentimientos de angustia, de rabia, de impotencia, de miedo, de desamparo, con una visi¨®n ap¨ªadada, donde la compasi¨®n envuelve como una dulce niebla el abigarrado y confuso conjunto. Por otra parte, aun cuando la escritora se proyecta a s¨ª misma en la protagonista del cuento y le hace seguir sus propios pasos, no hubiera podido olvidar en el proceso de transferencia que se trata ahora, dentro del ¨¢mbito ficcional, de una muchachita adolescente en quien mal encajar¨ªan las preocupaciones, ideas y prejuicios de los adultos.
Resultado de todo esto es que de aquella guerra s¨®lo se nos transm¨¢te en sus p¨¢ginas el puro horror y ¨¦ste, en porciones excesivas, con detrimento del equilibrio que una obra de arte requiere. La introducci¨®n de algunosotros elementos narrativos hubiera podido, acaso, no paliar ese horror, sino incluso acentuarlo todav¨ªa, aunque de forma ¨ªndirecta, a la vez que daba al lector un respiro, procur¨¢ndole, al iluminar sectores distintos del cuadro representado, el alivio de alguna variaci¨®n.
Pero esta observaci¨®n m¨ªa no debe valer como una cr¨ªtica. T¨¦ngase en cuenta que estamos comentando, no una obra acabada que su autora hubiera entregado a la imprenta, sino un proyecto -ella misma design¨® como borrador su manuscrito- que, incluso en estado tal, merece la mayor consideraci¨®n. Constituye, en efecto, un texto de calidad superior. Su prosa es tensa, limpia, funcional, y muy capaz, sin embargo, de sugerir aquello que expresamente no ha dicho, marca ¨¦sta infalible de la destreza art¨ªstica en el trabajo literario. Sus descripciones, sin adornos, resultan eficaces; sus di¨¢logos, caracterizadores, y los movimientos del ¨¢nimo, aun dentro de las situaciones m¨¢s brutales, m¨¢s afiletivas o desesperadas, se encuentran reflejados con delicadeza. En suma, que este libro, en cuanto pieza que pone t¨¦rmino y cierra una serie muy distinguida de relatos juveniles, y, adem¨¢s, en raz¨®n de su particular valor e inter¨¦s como testimonio pat¨¦tico de la guerra civil, rendido por una mujer de calidades morales muy altas que era, adem¨¢s, escritora consumada, tiene, sin duda, derecho a ocupar un lugar respetable en la historia de nuestras letras contempor¨¢neas. El descubrimiento de su original m¨¢s de medio siglo despu¨¦s de escrito, y su publicaci¨®n reciente en bien cuidada edici¨®n, me brindan la oportunidad de rendir un tard¨ªo homenaje a su autora y de evocar a la misma vez aquellos a?os de nuestro com¨²n exilio en Buenos Aires, entre amigos, muchos de los cuales, como ella, han ido desapareciendo luego uno tras otro; aquellos a?os en que todos est¨¢bamos pendientes -con el alma en un hilo, como suele decirse-, a la espera de la decisi¨®n del destino en la II Guerra Mundial... Era el tiempo en que, a veces, Elena Fort¨²n aparec¨ªa por mi casa, y mi hija contemplaba a la visitante con t¨ªmida curiosidad, porque yo le hab¨ªa advertido que aquella se?ora tan cari?osa era quien hab¨ªa escrito los cuentos de Ceba que tanto la recreaban y complac¨ªan a ella en sus lecturas infantiles.
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