Malestar ante los s¨ªntomas de 'canibalismo' de la televisi¨®n italiana
El cineasta brit¨¢nico Peter Greenaway, que ha sido magistralmente radiografiado por el diario La Repubblica como "el maestro del bluff", ha puesto de moda aqu¨ª la palabreja canibalismo. Su aparatoso y mentiroso filme can¨ªbal El cocinero, el ladr¨®n y el amante de ¨¦sta ha sido adoptado de la noche a la ma?ana por la burla italiana, que lo ha aplicado a algunos aspectos poco claros de la cocina de la Mostra. La variante m¨¢s virulenta de? t¨¦rmino hace referencia al ostensible exceso de presencia de la televisi¨®n italiana en el Lido. Las telec¨¢maras tienen hambre de cine y lo devoran.
ENVIADO ESPECIAL,Es m¨¢s o menos lo mismo que hace dos a?os ocurri¨® en Cannes, aunque all¨ª la solemnidad francesa lo bautiz¨® como fagocitaci¨®n. La pregunta est¨¢ en las calles: ?el cine y sus festivales se est¨¢n convirtiendo en simples pretextos para ser televisados? Mientras tanto, la actriz Irene Papas devolvi¨® con su bello rostro el cine puro a esta Mostra, acosada por el gigantesco consumo audiovisual.El milagro tuvo lugar dentro de la pel¨ªcula de otro brit¨¢nico, llamado Paul Cox. Su t¨ªtulo es La isla, y en ella Irene Papas da una lecci¨®n de gracia, de facilidad y de oficio que le hace la primera candidata a un premio de interpretaci¨®n. Es un filme sencillo y a veces incluso conmovedor, que describe, m¨¢s que narra, la vida de tres mujeres inteligentes y cultivadas en el peque?o y elemental universo de una isla del mar Egeo, donde se han autoexiliado de las contradicciones de una civ¨ªlizaci¨®n que les ha herido, convertido en despojos, en gente sin lugar.
El partido que Paul Cox saca de los actores naturales de esa islita es m¨¢s que notable y, sin llegar a sus alturas, recuerda al legendario Stromboli, de Roberto Rossellini, del que Cox es un lejano y no desde?able alumno. Sin ser excepcional, la pel¨ªcula est¨¢ viva, logra instantes de gran emotividad con poco esfuerzo, y lo hace con sencillez, con amor y conocimiento de lo que dice. Es la primera pel¨ªcula seria del concurso.
El otro filme de la secci¨®n oficial es obra de otro brit¨¢nico, Henry Haglom, pero ¨¦ste enrolado en el cine independiente norteamericano. Su pel¨ªcula, tambi¨¦n sencilla e inteligente, se titula Primero de a?o, y es una comedia con variantes dram¨¢ticas bien intuidas, pero no tan bien finalizadas.
Hay torpeza estil¨ªstica en su incursi¨®n dentro de un grupo de mujeres neoyorquinas que ven finalizar una etapa de su vida con la llegada de un intruso californiano, que un d¨ªa primero de enero llega a Nueva York para instalarse en el apartamento que ellas ocupan y han de desalojar.
Nada del otro mundo, pero comparadas sus medianas calidades con el engendro sobre el SIDA con que nos humill¨® Lina Werthinuller, los excesos aleg¨®ricos del checo Jarubisko, que pretende hacer cine libre amordazado por el miedo, de la descomunal y casi pintoresca capacidad para mentir con la c¨¢mara de Peter Greenasvay y de otras memece s innombrables, el humilde filme norteamericano se sostiene con dignidad.
Puertas adentro del Palacio del Cinema, el cine se manifiesta. Mejor o peor, ocurre. Pero a las puertas del viejo edificio mussoliniano, la televisi¨®n italiana, a trav¨¦s de su RAIDUE, espera a que sus oficiantes salgan a la calle para apropiarse de ellos. Estamos ante un aut¨¦ntico acoso. Cuentan que el viejo maestro Peter Brook afirm¨® que se sent¨ªa f¨²silado por un pelot¨®n de telec¨¢maras a la salida de la proyecci¨®n de su hermoso Mahabarata. No exageraba. El tinglado montado en directo por al segunda emisora televisiva de la RAI se parece a esos sistemas de seguridad instalados en algunos opulentos edificios bancarios, donde uno no puede dar un solo paso sin ser vigilado por el ojo fr¨ªo de una telec¨¢mara.
El actor holand¨¦s Rutger Hauer, al encontrarse frente a la bater¨ªa de lentes que lo cercaban a la salida de su presencia en el infeccioso filme-SIDA de Lina Werthuller In una notte di chiaro di luna, levant¨® los brazos no como signo de victoria sino todo lo contrario, de derrota: un "me rindo" de pel¨ªcula del Oeste.
El malestar generado por esta vigilancia ha sido detectado por la Prensa, casi sin excepci¨®n, y se oye alg¨²n que otro lamento de la gente del cine y de los peri¨®dicos que suena a "Soy un cineasta, o soy un periodista, no un delincuente".
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