La batalla del 'Juicio final'
La acertada culminaci¨®n de la restauraci¨®n de la c¨²pula de la Capilla Sixtina hace que le llegue ahora el turno al gran fresco la ¨¦poca madura d¨¦ Miguel el Buonarotti situado sobre la pared frontal del fondo de la misma capilla: el Juicio final. Un magn¨ªfico conjunto de m¨¢s de 400 figuras, sometidas a una din¨¢mica de ascensi¨®n y descenso y a una impresionante sensaci¨®n de movimiento. Pero al restaurar el Juicio final no se trata s¨®lo de devolver a los colores su luminosidad perdida (aqu¨ª en alguna parte podr¨ªan ser menos luminosos) cuanto de plantearse si conviene tambi¨¦n devolver al fresco la desnudez que originalmente tuvo, y que el mojigato pudor de sucesivos pont¨ªfices hizo tapar, cubriendo 'los desnudos de pa?itos y gasas que Miguel ?ngel nunca pint¨®.Comenzado en abril de 1536
terminado oficialmente el d¨ªa de Todos los Santos de 1541, el Juicio final debe. considerarse como el momento extremo y aunador del arte miguelangesco. Pero porque la Iglesia que encarg¨® est¨¢ pintura -pese a la actitud abierta del pa
pa Pablo III- no era ya la Iglesia renacentista de Julio II o de Le¨®n X, el fresco, tal y como Miguel ?ngel lo concibiera, suscit¨® casi desde los inicios de su realizaci¨®n una enconada pendencia. Muy influido por las ideas reformistas, no luteranas, que el grupo casi her¨¦tico de Vittoria Colonna le suministr¨® (aquel Collegium de Emendanda Ecclesia, uno de cuyos iniciadores te¨®ricos hab¨ªa sido nuestro compatriota Juan de Vald¨¦s), y asimismo por lasideas resplandecientes de la divinidad del desnudo -encarna el desnudo el alma del hombre-, Miguel ?ngel, gran lector de Dante y admirador del.fresco de igual toma de Signorelli en la catedral de Orvieto, se lanza a la plasmaci¨®n del d¨ªa final, reprosentando (como casi siempre ¨¦l) una humanidad atormentada y bella a un tiempo, donde la idea de la salvaci¨®n por la fe en Cristo parece el gran tema de fondo. El hombre es doliente y desesperado -imperfecto el mundo-, pero por la caridad'y la sangre de la V¨ªctima, est¨¢ destinado a salvarse.Expresando el alma a trav¨¦s de? cuerpo, se permit¨¦ una serie de distorsiones y escorzos formidables. ?C¨®mo no se dio cuenta el papa Pablo III, que visita muchas veces al artista Mientras pintaba, del aura reformadora y explosiva de la pintura, o al menos de sus desnudos, si ya Adriano VI hab¨ªa llamado al techo de la Sixtina stufa d'ignudi, algo as¨ª,como saunalde desnudos? El Papa, al contrario, protegi¨®. a Miguel ?ngel de las habladur¨ªas que corr¨ªan sobre su relaci¨®n intelectual con la marquesa de Pescara, y a¨²n m¨¢s directamente cuando, en otra visita, al pintor, Biagio, maestro de ceremonias papal, se quej¨® y asombr¨® de la ingente cantidad de desnudos que iban a quedar sobre el altar. Enterado Buonarotti, pint¨® a Biagio como Minos, juez en los infiernos, rodeado de una monta?a de diablos. Cuando el interesado se contempl¨® se quej¨® al Papa, y ¨¦ste, bienhumorado, le respondi¨®: "Si a¨²n te hubiese. puesto en el purgatorio, hubiera podido hacer alguna plegaria para salvarte, pero en el infierno nada puedo, y no hay redenci¨®n ninguna" (Vasar?).
Bien que aquello s¨®lo fue el inicio del estupor que, poco a poco, sacudi¨® a Italia ante aquella pintura. Veronese, en 1573, cuando le reprocharon que hubiera pintado a un negro de Cristo, argument¨® muy cerca que en Roma Miguel ?ngel "hab¨ªa representado en la capilla del papa Sixto a nuestro Se?or, su Madre,san Juan, san Pedro y toda la corte celestial todos desnudos, incluida la Virgen Mar¨ªa, y en actitudes que una religi¨®n severa no ha podido inspirar". Aunque el gran ataque hab¨ªa venido ya cuando, en noviembre de 1545, Pietro Aretino -.que desde hac¨ªa tiempo deseaba un regalo art¨ªstico de Miguel ?ngel que ¨¦ste no le habla dado, y que hasta hab¨ªa llegado a decirle qu¨¦ deb¨ªa pintar en el Juicio, a lo que Miguel ?ngel muy amablemente no hizo caso- le escribi¨® una carta agresiva en la que aparte de sacar a p¨²blica luz su gusto por los j¨®venes ("s¨®lo os compro met¨¦is con los Gherardi o con los Toma?"), vuelve a decirle que su manera, "es m¨¢s propia de unos ba?os p¨²blicos que de la m¨¢s grande, capilla de la cristiandad", concluyendo que es "escarnecida la decencia de los m¨¢rtires y de la Virgen", que, hasta un propietario de burdel cerrar¨ªa los ojos para no ver tantas partes pudendas. y que, en fin, intenta, pintando as¨ª, "disminuir la creencia de su pr¨®jimo". Las acusaciones eran muy importantes, pues el tremendo Aretino -cuyas cartas,
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en copia, circulaban entre importantes personajes -acusa a Miguel ?ngel, sin mayores eufemismos, de sodomita, imp¨ªo y hereje, ya que tambi¨¦n ha hecho alusi¨®n a lo luterano de la obra. Pese a que el peligro era grande -y en v¨ªsperas del Concilio de Trento, la gran sanci¨®n de la contrarreforma-, Pablo III no se inmut¨® y continu¨® protegiendo la pintura. Produci¨¦ndose un foso entre los ideales del pintor y los de la Iglesia, Miguel ?ngel bien pudo haber sido reo de hoguera.
Pero el asombro ante la pintura, reproducida en copias, crec¨ªa, y a la muerte del Pap¨¢ que la hab¨ªa encargado, el proceso empez¨®. Entre 1550 y 1555, mientras rein¨® Julio III, se vistieron las figuras tenidas como m¨¢s indecorosas; bien que el gran peligro para la obra lleg¨®, cuando Pablo IV, el antiguo cardenal Carafa que ya hab¨ªa sido enemigo de su realizaci¨®n, so?¨® con destruirla. Miguel ?ngel, que entre 1555 y 1.559 era un anciano de 80 a?os y un verdadero mito viviente logr¨® que la obra se salvase, pero no pudo impedir que un antiguo disc¨ªpulo suyo, Daniele da Volterra, fuese encargado de tapar las zonas ¨ªntimas de la mayor¨ªa de las figuras. Tal labor hecha pese a todo con respeto al artista, lemereci¨® al de Volterr¨¢ el sobrenombre de il braghettogne, que viene a ser como el bragador, o el bragazas. El siguiente papa, P¨ªo IV, a¨²n hizo a?adir nuevos tejidos, con el benepl¨¢cito de gentes tan cercanas al Buonarotti como su disc¨ªpulo Ammanati, en Florencia. Todo esto'ocurr¨ªa en vida de Miguel ?ngel, que muri¨® en 1564, un a?o antes del fin del pontificado de P¨ªo IV. Las cosas habr¨ªan de ponerse peor; bajo P¨ªo V (1566-1572), se record¨® que el cardenal Giampietro Carafa hab¨ªa querido destruir la obra, y, pese a las ya existentes bragas, se juzg¨® necesario. Un pintor a¨²n no muy conocido, El Greco, dijo que Miguel ?ngel "hab¨ªa sido un gran artista, pero.un triste pintor", y que, limpia la pared, todo quedar¨ªa dispuesto para alg¨²n tema m¨¢s conveniente. No sabemos qui¨¦n impidi¨® el destrozo. Bajo Clemente VIII (1592-1605), la, amenaza vuelve a ser total.
Entonces la Academia de San Lucas, recurriendo a sucesivos acopios de platonismo como argucia, logr¨® que la obra se salvara, aunque no sin que se le agreguen nuevos calzones En 1762, Clemente XIII contin¨²a con la labor vestidora, y a¨²n en 1.936, P¨ªo XI (sin duda asustado por los colosos desnudos de Mussolini) hizo tapar m¨¢s partes.
?Qu¨¦ hacer hoy? ?Ser fieles al triste proceso hist¨®rico de opresi¨®n y censura, como quieren algunos te¨®ricos, o hacer caer los pa?os, como sugieren quienes se desean m¨¢s fieles al artista y a lo que ¨¦ste quiso hacer? Dado que lo que la historia ha agregado no representa valor alguno para la pintura en s¨ª, y que su testimonio (real) es meramente de conciencia, no parece dif¨ªcil deducir que nitiestra obligaci¨®n est¨¢ para con el fresco que sali¨® de la voluntad del artista, un aliento todav¨ªa renaciente en un mundo que tornaba, a poblarse de sombras. Giulio Carlo Arg¨¢n, poco sospechoso de conservador en principio sacado a flote otro problema: ?qu¨¦. ocurrir¨ªa a quitar los pa?os si los pintores sucesivas no hubiesen tapado sino raspado los sexos y desnudos?
La t¨¦cnica restauradora tiene, hoy, supongo (con rayosX o. an¨¢lisis estratigr¨¢ficos), medios; suficientes, para conocer ese punto, y si, como parece en algunas zonas. de la pintura, los sexos hubiesen sido s¨®lo disimulados -es decir, si no se ha da?ado la obra-, es evidente que el Juicio miguelangelesco debe re cuperar cm su fulgor la desnudez originaria. ?Vale m¨¢s la conciencia de,una equivocaci¨®n o la conciencia pintada de una luminosidad? Bastantes testimonios de las cerrazones y pacater¨ªas humanas hay ya como para que rer conservar uno que no da sino que obstruye. Haciendo caer los pa?os, los amantes del arte de volver¨ªan al gran Buonarotti lo que le pertenece, y la Iglesia cat¨®lica, que se dice renovada, podr¨ªa limpiarse tambi¨¦n -pues a ella toca hacerlo- de uno de sus errores seculares, y de la traza terrible de lo que la Inquisici¨®n signific¨®.
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