La m¨¢quina de hojalata
"Tengo dinero y me he hecho sensato: . me pregunto qu¨¦ habr¨¢ sido del, Tercer Mundo". La letra es de Bowie (con la Tin Machine) en Video crime, pero la m¨²sica la ha puesto toda una: generaci¨®n: la que a finales de los a?os sesenta ten¨ªa garantizado un cierto bienestar personal, privado, y se embarc¨® en una apuesta colectiva por cambiar el mundo p¨²blico. Veinte a?os despu¨¦s se han vuelto al mundo de lo privado, se han olvidado de las grandes metas, e identifican adem¨¢s la realizaci¨®n personal con tener dinero, o por lo menos con no hablar de otra cosa, hasta el punto de que m siquiera advierten el gesto de hast¨ªo de su interlocutor cuando le reconducen a sus obsesiones a partir de cualquier otro tema. La ra¨ªz de este giro es muy f¨¢cil de comprender. Un conocido m¨ªo, persona de muy buena cabeza, lleg¨® una noche acaba a finales de los setenta. Volv¨ªa de una reuni¨®n de su partido (el partido, en la ¨¦poca), y su mujer, tambi¨¦n militante, se hab¨ªa quedado en otra. No ten¨ªan hijos, y mientras devoraba unas salchichas sin cocinar, con pan de molde de fecha ignorada, ech¨® una ojeada al piso interior en el que viv¨ªan, o al que cuando menos sol¨ªan ir a dormir. Algo se le rompi¨® dentro, en esa situaci¨®n barojiana, y en muy pocas semanas se divorci¨®, dej¨® la militancia y una incierta carrera acad¨¦mica y se convirti¨® en ejecutivo de una empresa privada: la ¨²ltima vez que le vi estaba hecho un se?or.
Se puede elaborar una versi¨®n m¨¢s te¨®rica de la misma peripecia personal, y eso es lo que ha hecho Albert Hirschman en su libro Inter¨¦s privado y acci¨®n p¨²blica. Cuando una persona tiene pocas posibilidades de obtener una satisfacci¨®n privada adicional busca satisfacciones colectivas a trav¨¦s de la acci¨®n. p¨²blica, pero cuando el coste de esa acci¨®n p¨²blica comienza a ser excesivo para los resultados obtenidos es veros¨ªmil que invierta sus apuestas y se vuelque en el mundo de lo privado, donde adem¨¢s tendr¨¢ a estas alturas que recuperar el
tiempo perdido.Para Hirschiman se trata de un fen¨®meno generacional: los hijos del baby-boom de la posguerra se encontraron un mundo de pleno empleo, buenas oportunidades de carrera y muchos problemas p¨²blicos (el conservadurismo cultural, la herencia de la guerra fr¨ªa, las guerras calientes del Tercer Mundo). Cuando la crisis econ¨®mica y la edad les hicieron repararen los problemas personales que hab¨ªan pospuesto, se decidieron mayoritariamente por dar el giro, y ahora son se?ores bien instalados, profundamente c¨ªnicos respecto, a la pol¨ªtica incluso cuando (en algunos, pocos casos) mantienen un voto m¨¢s o menos rom¨¢ntico a favor de la izquierda.
Ese cambio generacional se ha traducido en anomia social: carencia de normal colectivas de actuaci¨®n. En medio del feroz darwinismo social provocado por la crisis s¨®lo un valor ha sobrevivido intacto: el ¨¦xito medido en dinero. De ah¨ª ese impudor (sleaze) del que nos habla Gabriel Jackson: cualquier medio es bueno para obtener dinero, aunque no sea ¨¦tico, mientras no se quebrante la ley. O mientras se, quebrante y no queden pruebas, se podr¨ªa a?adir. Siendo ¨¦sas las reglas del juego, no cabe extra?arse de que los marginales se entreguen a la violencia gratuita (wilding) o de que la ¨²nica norma cultural sea el todo vale (mientras d¨¦ dinero, se entiende).
A eso se le ha llamado posmodernidad: ausencia de hor mas sustantivas, pura anomia. Y conviene subrayar que los alaridos apocal¨ªptitos no sirven de nada frente a esta situaci¨®n. Peor a¨²n: resulta c¨®mico asistir a los intentos de los moralistas para buscar responsables. Es un fen¨®meno demasiado general para poderse explicar por la acci¨®n de los gobernantes. Tanto en Nueva York (o en Madrid) como en Buenos Aires s¨®lo se habla de dinero, pero las razones son muy distintas. S¨®lo los resultados son an¨¢logos: manadas de yuppies an¨®micos hacen almoneda de patrimonios productivos o morales en una carrera sin sentido, en una espiral de especulaci¨®n y ostentoso exhibicionismo.
A los moralistas les asalta (nos asalta) el oscuro sue?o de .un nuevo desplome burs¨¢til, de una r¨¢pida quiebra de esta falsa realidad de consumo y arribismo. Hay razones para desear que no sea as¨ª: en medio de tanta especulaci¨®n -est¨¢ surgiendo una nueva base productiva, y, si se me permite traer a colaci¨®n una vieja par¨¢bola, tiempo habr¨¢ de cortar la ciza?a cuando no se corra el riesgo de arrancar el trigo con ella. Tampoco parece que el sistema financiero sea hoy el mismo de 1.929: es muy posible que se den nuevos sustos, pero no que se nos aparezca el ¨¢ngel justiciero en forma de crash. As¨ª las cosas, lo mejor es no rasgarse demasiado las vestiduras y esperar con paciencia a que venga otra generaci¨®n que retome el desaf¨ªo de lo colectivo y, aunque tampoco cambie el mundo, sustancialmente, al menos logre que cambiemos de conversaci¨®n y volvamos a la ¨¦tica de lo colectivo recuperemos el sentido del trabajo m¨¢s all¨¢ del dinero y reconstruyamos en la realidad y no s¨®lo en las palabras el principi¨® de solidaridad. Entonces se desmontar¨¢ sola esta absurda m¨¢quina de hojalata.
Mientras, se pueden escuchar con atenci¨®n otras dos canciones de este ¨²ltimo y excelente disco de Bowie: I can't read shit anymore, y el viejo tema de Lennon A working-class hero is something to be.
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