No se muevan
LA NECESIDAD de reconocimiento que al parecer experimentamos todos los humanos tiende a hacerse obsesiva en el caso de los pol¨ªticos y a expresarse prioritariamente en torno a la elaboraci¨®n de las listas electorales, momento dram¨¢tico por excelencia de la vida interna de los partidos. Sin embargo, en muchas ocasiones no es necesario recurrir al div¨¢n del psicoanalista para explicar los desbordamientos emocionales que suelen acompa?ar al proceso de elaboraci¨®n de las candidaturas. A partir de ciertas expectativas razonables de obtenci¨®n del esca?o, intereses materiales perfectamente identificables se adivinan tras las sordas batallas por el honor que se desarrollan en los comit¨¦s. Quien durante cuatro a?os se ha beneficiado del sueldo seguro (m¨¢s las dietas, m¨¢s los transportes gratis, m¨¢s otras ventajas pr¨¢cticas) que garantiza el cargo de diputado o senador encuentra duro renunciar a esa condici¨®n. Un famoso pensador alem¨¢n nacido en Tr¨¦veris en 1818 sentenci¨® con acierto, corrigiendo a Hegel, que es la existencia la que determina la conciencia de los individuos, y no al rev¨¦s.El poder de los aparatos de los partidos sobre las conciencias de los candidatos a aspirantes a parlamentarios es enorme. Desde que se anuncia la convocatoria de elecciones, los diputados que aspiran a mantener el puesto y los que suspiran por ocupar los huecos que se produzcan comparten la preocupaci¨®n por encontrar el equilibrio entre hacerse notar y no singularizarse en exceso. Entre los primeros, la consigna principal es no moverse. Los segundos se ven obligados a llamar algo la atenci¨®n, demostrar capacidad de iniciativa, incluso un poco de esp¨ªritu cr¨ªtico (de cr¨ªtica constructiva, se dice todav¨ªa). No mucho, porque esos aparatos acostumbran a ser implacables con el disidente. Disidente: el que est¨¢ en desacuerdo, pero se queda. Como Hern¨¢ndez Mancha y los suyos, castigados por su resistencia a la aplicaci¨®n expeditiva por parte de Fraga de los criterios autoritarios que los propios manchistas inscribieron en los estatutos cuando ellos eran el aparato. O como los miembros de Izquierda Socialista o Damborenea, culpables de discrepancia pol¨ªtica, acercamiento a la UGT y otros delitos nunca explicitados.
En el curso de la ahora finalizada legislatura se ha producido un inusual tr¨¢fico de diputados de un grupo a otro, la creaci¨®n de nuevos grupos y subgrupos, su reunificaci¨®n, el esc¨¢ndalo de los tr¨¢nsfugas. Hubo un momento en el que el Grupo Popular, que obtuvo 105 actas de diputado en 1986, se qued¨® con 68 esca?os. El CDS, que inici¨® la legislatura con 19 diputados, la ha llamado con 28, recibiendo incorporaciones de tres familias diferentes. Ello, m¨¢s la reacci¨®n de fastidio de la opini¨®n p¨²blica frente a tanta circulaci¨®n, ha sido esgrimido ahora por los aparatos para curarse en salud: m¨¢s vale no incluir en las listas a quienes, por su disidencia real o potencial, puedan ser tr¨¢nsfugas ma?ana. As¨ª, un vicio justifica otro, y el resultado es que sigue sin encontrarse ese equilibrio entre la discrepancia y la lealtad.
Hay casos especiales, El intento de modernizaci¨®n de la derecha es incompatible con la presencia de diputados como Juan Arespacochaga, tan dispuesto siempre a hacer la apolog¨ªa de Pinochet. La retirada de Tamames cabe considerarla una sabia decisi¨®n, beneficiosa para su actual partido. El gesto de Gerardo Iglesias, que ha admitido no haber nacido para diputado, le honra. Pablo Castellano ir¨¢ de n¨²mero dos de IU por Madrid, en perjuicio de Cristina Almeida. El ex diputado del PSOE ha anunciado que dimitir¨¢ de su puesto en el Consejo General del Poder Judicial. Coherente, aunque algo tard¨ªa, decisi¨®n. Carvajal ha comunicado que no repetir¨¢ como (aspirante a) presidente del Senado, pero ha sido un poco ingenuo al pedir por televisi¨®n una oportunidad en el Congreso: los pases estaban ya repartidos.
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