El mercado electoral
CADA CUATRO a?os, los ciudadanos tienen la oportunidad de cambiar el signo del Gobierno. ?sa es la esencia de la democracia: la posibilidad de configurar mayor¨ªas alternativas. Pero el proceso electoral atraviesa, antes del momento decisivo en el que los ciudadanos depositan su voto, por al menos dos fases previas de importancia no desde?able: la designaci¨®n de los candidatos por parte de las c¨²pulas de los partidos y la elaboraci¨®n de los programas y ofertas electorales. Con m¨¢s pena que gloria ha transcurrido la primera fase: el sistema de listas cerradas impide a los ciudadanos la menor participaci¨®n en la selecci¨®n de los candidatos. Los especialistas preparan ahora los pro gramas, es decir, el conjunto de medidas que los partidos se comprometen a poner en pr¨¢ctica si el electorado les otorga su confianza. En esto tambi¨¦n las posibilidades de intervenci¨®n, no ya de los ciudadanos, sitio tan siquiera de los militantes de los partidos, son bastante escasas. Sin embargo, siendo la democracia un sistema de opini¨®n p¨²blica, los partidos no pueden dejar de tener en cuenta ciertas demandas o aspiraciones que de una u otra manera emanan de la sociedad. Y en esto hay indicios de que las cosas comienzan a cambiar.Lo que ha ocurrido con el asunto del servicio militar es bien significativo. La propuesta presentada por el Centro Democr¨¢tico y Social (CDS) en 1986 fue considerada una genialidad oportunista de Su¨¢rez. Pero ha resultado que aquella propuesta, si bien dejaba indiferentes a los pol¨ªticos, calaba profundamente en muchos millares de j¨®venes que no quieren hacer la mili. De rebote, los padres de esos j¨®venes han comenzado a interesarse por el asunto, obligando a los partidos a dejar de hacerse los distra¨ªdos al respecto.
Tal vez ello sea el reflejo de cambios sociales m¨¢s profundos. Asentada la democracia y realizada la experiencia de que la pasada por la izquierda (moderada) no produc¨ªa conmociones graves, los ciudadanos tienden a realizar sus opciones pol¨ªticas en funci¨®n de intereses sectoriales que les afectan de manera m¨¢s directa. Las lealtades incondicionales, que har¨ªan que, por ejemplo, los trabajadores industriales votasen en bloque a determinado partido, han sido sustituidas por formas mucho m¨¢s relativas de fidelidad. El sentido del voto depende ahora de factores mucho m¨¢s concretos e instrumentales, y ning¨²n partido puede dar por ganado el de cualquier sector social.
Por otro lado, las l¨ªneas maestras de los programas de todos los partidos -en relaci¨®n a la pol¨ªtica socioecon¨®mica, la pol¨ªtica internacional, etc¨¦tera se mueven entre m¨¢rgenes bastante estrechos. Ya no se confrontan modelos de sociedad, sino, m¨¢s modestamente, prioridades presupuestarlas. M¨ªrese lo ocurrido con el divorcio, e incluso con el aborto: la derecha protest¨®, pero la mayor¨ªa de sus votantes considerar¨ªa una extravagancia que alguien intentase ahora suprimir esas reformas legales. Y como la diferenciaci¨®n no es ya posible recurriendo a la fidelidad ideol¨®gica o a los proyectos ret¨®ricos de futuro, cada quisque busca los votos en sectores concretos de la sociedad: a?o sab¨¢tico para los ense?antes o desgravaci¨®n de los alquileres de vivienda o mili de tres meses o rebaja (le los impuestos o supresi¨®n de la selectividad universitaria. La oferta es amplia y con frecuencia contradictoria, incluso dentro de un mismo programa.
Tal despliegue no significa que por fin los partidos han comprendido que deben prestar mayor atenci¨®n a las preocupaciones reales del ciudadano medio. Tal abstracci¨®n no existe. Cada cual piensa que lo que a ¨¦l le preocupa -la ecolog¨ªa o las autopistas, la salida de la OTAN o la congelaci¨®n de los impuestos- es lo que preocupa a la mayor¨ªa y tiende a considerarse prototipo de ese ciudadano medio. Pero ocurre que en una democracia las elecciones sirven para que la madeja de intereses y aspiraciones parcialmente contradictorios que conforman la sociedad se exprese en una resultante parlamentaria que determina la mayor¨ªa y las minor¨ªas para cuatro a?os. Nada m¨¢s, pero nada menos.
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