Repaso
Est¨¢bamos encaramados en un banco de los jardines de la plaza de Espa?a, en una ma?ana de noviembre que tra¨ªa un viento fresco sobre nuestras caras. Llev¨¢bamos all¨ª un buen rato esperando con una fruici¨®n contenida que, nunca antes ni despu¨¦s, he sentido ante una comitiva f¨²nebre. Al fin, apareci¨® el coche mortuorio a nuestra izquierda, acerc¨¢ndose lentamente desde la calle de Bail¨¦n. Lo vimos pasar con detenimiento, sin perdernos un detalle, hasta que enfil¨® por Ferraz arriba, camino de su l¨²gubre morada en la sierra madrile?a.Todo el mundo se dispers¨® haci¨¦ndose preguntas muy trascendentes sobre el futuro incierto que se avecinaba. Una sensaci¨®n de alivio nos invad¨ªa a muchos, y un temor almacenado nos manten¨ªa cautos y desconfiados. Con los restos mortales del vetusto dictador se iba una historia definitiva, tan real como simb¨®lica.
Al poco, cuando dobl¨¢bamos la esquina de la Gran V¨ªa, marchando pausadamente, me encontr¨¦ con un amigo al que no ve¨ªa desde hac¨ªa a?os. Nos saludamos alborozados, comentando el acontecimiento. Nos preguntamos por nuestras vidas. Hab¨ªa estado fuera, ligado a un organismo internacional, y hab¨ªa cogido un avi¨®n, s¨²bitamente, para ver con sus propios ojos lo que no acababa de creerse. Planeaba iniciar una nueva etapa en Espa?a, y sus palabras emanaban un entusiasmo juvenil cargado de esperanza. Nosotros -me dijo antes de despedirnos- nacemos hoy. Hasta ahora no hemos tenido la sensaci¨®n de ser casi nada. Ahora empieza nuestra mayor¨ªa de edad.
Pocos d¨ªas despu¨¦s, se produc¨ªan las primeras manifestaciones populares, sal¨ªan a la luz p¨²blica antiguos y nuevos partidos, y arreciaban las declaraciones en favor de la democracia. A medida que fueron pasando los meses -no digamos los a?os-, aquel r¨¦gimen iba siendo, cada vez m¨¢s, una antigualla perdida en la memoria, que nadie aceptaba como propia.
En estos tres lustros que casi han pasado ya han sucedido tantas cosas en nuestro pa¨ªs que, a veces, tenemos la idea de ser otros. Como si hubi¨¦ramos vuelto a nacer distintos. Pero ?somos, realmente, tan diferentes? En apariencia, al menos, todo ha cambiado. La gente es libre de decir lo que quiera. Hay un sistema democr¨¢tico que ha restituido el sentido de la dignidad ciudadana. La monarqu¨ªa goza de bastante popularidad, porque los Reyes han decidido parecerse lo menos posible a sus antecesores. Cada cual puede adscribirse al partido que desee, o darse a la saludable pr¨¢ctica de no pertenecer a ninguno. Se pueden hacer huelgas como en cualquier sociedad avanzada, y la libertad de costumbres nos sorprende, en ocasiones, por su amplitud. Muy bien.
Pero, es dif¨ªcil no haberse preguntado en todo este tiempo lo que m¨¢s asombro nos causaba durante el franquismo. ?C¨®mo puede un dictador permanecer en el poder por espacio de 36 a?os sin que nadie ponga en peligro su r¨¦gimen? En la Europa de nuestro entorno ha habido dictadores como en Espa?a, y algunos mucho m¨¢s ves¨¢nicos y temibles. Mas, ni se encuentra otro ejemplo de tanta longevidad, ni pudieron evitar que alg¨²n acontecimiento les privara del poder, al final. Lo que nos consum¨ªa a nosotros, lo que nos llenaba de verg¨¹enza y de congoja aquel d¨ªa de un mes de noviembre, era la ¨²ltima humillaci¨®n que nos hab¨ªa hecho el general, exhalando el ¨²ltimo suspiro en la cama, de muerte natural, de agotamiento biol¨®gico.
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Esto es lo que nos impulsa a reflexionar sobre las ra¨ªces del franquismo de una forma poco convencional, poniendo m¨¢s empe?o en averiguar sus causas, y en analizar las razones de su duraci¨®n, que pasi¨®n ideol¨®gica en interpretar sus efectos seg¨²n las conveniencias de quien ofrece sus opiniones. A estas alturas ya no podemos creer que aquello fue algo impuesto y sostenido por la simple fuerza de las armas y la f¨¦rrea voluntad desp¨®tica de una minor¨ªa pervertida. No se entender¨ªa c¨®mo tan pocos pudieron mantener dominados a la inmensa mayor¨ªa por tan largo per¨ªodo. Ni se explicar¨ªa del todo la existencia de otras dictaduras en nuestro pasado, ni de otras guerras civiles. Por eso, hay que ser un poco heterodoxo para mirar el acervo com¨²n. Los fen¨®menos sociales no se comprenden a la luz de meros accidentes, o de la buena voluntad para hacer que los acontecimientos se tornen de nuestro gusto. La historia acostumbra a producirse de otra forma.
Porque hay algo situado en el origen de los comportamientos pol¨ªticos, y que condiciona hasta los movimientos sociales y es la cultura. La manera de ser de los pueblos. Algo que no es casual, ni ef¨ªmero. Por eso, podemos inquirirnos sobre el destino de la cultura que hizo posible tan interminable r¨¦gimen. Muy poco despu¨¦s de aquel f¨²nebre cortejo se inici¨® una tendencia que luego ha ido increment¨¢ndose, y que consist¨ªa en que nadie se identificaba con la dictadura, salvo algunos ultras pintorescos y desenfrenados Todos los dem¨¢s, es decir, la mayor¨ªa abrumadora y casi absoluta, han aparentado ser aje nos a ella. Y, por momentos, parece como si s¨®lo se hubiera tratado de un destello fugaz y mal¨¦fico de un solo hombre, que tuvo capacidad para trazar una simple an¨¦dcota en la historia colectiva de un pueblo.
Pero sabemos que no fue as¨ª Y recordamos con escalofr¨ªos la indolencia social, la mezquindad que a todos nos envolv¨ªa en nuestra categor¨ªa de s¨²bditos la sequedad que invad¨ªa nuestras vidas, la escasez de partidos pol¨ªticos clandestinos decididos a luchar, el sometimiento generalizado ante aquella infamia.
Parece claro que el r¨¦gimen no contaba con el apoyo expl¨ªcito de la mayor¨ªa. Pero no se trata de que los m¨¢s legitimaran abiertamente al general, aunque, tal vez debamos pensa
que las guerras no las ganan unos pocos, ni los reg¨ªmenes se sostienen mucho tiempo contra la decisi¨®n de la mayor parte. Esto ya no es relevante, ahora Lo que s¨ª tiene que preocupar nos es la dimensi¨®n moral del franquismo, su enraizamiento en la expresi¨®n viciada de una cultura, que es la nuestra.
?Acaso hab¨ªa una mayor parte de espa?oles que eran franquistas, activa, o pasivamente? ??ramos indiferentes. ?Nos limit¨¢bamos a genera una cultura que posibilitaba la dictadura, como en el pasado. posibilit¨® el absolutismo, o en el presente posibilita la democracia? Nos confunde explicar lo que no nos agrada. Pero es raro que nadie se reconozca en es pasado. Que se contemple la historia como un relato ajeno del que han desaparecido los protagonistas. Algunos pensar¨¢n que fue un r¨¦gimen que mantuvo aherrojada la buena fe de los espa?oles durante casi cuatro d¨¦cadas, por el arbitrio de un d¨¦spota impostor. Mejor as¨ª.
Lo peligroso ser¨ªa que al socaire de los nuevos vientos democr¨¢ticos se intentara ocultar el esp¨ªritu que hizo posible y persistente la dictadura. Con todo este fren¨¦tico cambio de las personas y de las opiniones que se est¨¢ produciendo entre nosotros, parece. como si siempre hubi¨¦ramos vivido inmaculados. Pero habr¨ªa que ver si las transformaciones son tan profundas como la velocidad a la que se producen, o son m¨¢s superficiales que aut¨¦nticas.
Porque es embarazoso permanecer indiferentes ante los comportamientos sociales que se pueden observar a lo largo y ancho de Espa?a, en muchos sectores e ideolog¨ªas, que desmienten un poco la intensidad de las mutaciones.
Aqu¨ª y all¨¢ sobresalen las artima?as de esa vieja cultura. No hay m¨¢s que fijarse en el recelo con que se contempla la innovaci¨®n por parte de algunas instituciones. O en la creciente incapacidad de an¨¢lisis de la prensa, ejemplarizada en su predilecci¨®n por el chisme y la superficialidad. O en el culto a la violencia que sigue definiendo la existencia de algunos n¨²cleos pol¨ªticos. O en la jerga y el adem¨¢n de millones de patriotas, de todas las patrias, que hoy pueblan este antiguo solar con una ins¨®lita estulticia, que nos trae a la memoria recuerdos no tan lejanos.
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