El fin de un imperio
Un fantasma recorre Espa?a: el pluralismo televisivo. Con su llegada se pone fin as¨ª al imperio del monopolio televisivo, monopolio no s¨®lo porque la televisi¨®n estaba en manos del Estado hasta hace poco, sino tambi¨¦n porque los espa?oles, en el espacio de unos a?os, han pasado de disponer de un canal y medio a poder disfrutar de un amplio abanico de opciones, distribuidas entre emisoras extranjeras (a trav¨¦s de la parab¨®lica), regionales y, pronto ya, privadas de alcance nacional.A partir de ahora ese m¨¢gico artilugio que es el telemando tendr¨¢ ya una utilidad entre nosotros, pues no servir¨¢ s¨®lo para corregir el volumen o el tono del color, sino fundamentalmente para que podamos cambiar de emisoras y, al igual que otros europeos, consigamos tambi¨¦n no ver ning¨²n programa en concreto, queriendo verlos todos a la vez. El hecho en s¨ª es de tales consecuencias que bien vale la pena que nos detengamos en algunas de ellas, porque estoy seguro de que va a transformar en muchos aspectos la vida cotidiana de los espa?oles.
Desde la fecha de su aparici¨®n generalizada en los a?os sesenta hasta no hace mucho, la televisi¨®n aparec¨ªa como la vertebraci¨®n esencial de la patria. En un pa¨ªs en el que la Prensa escrita goza de un n¨²merus clausus de lectores, la informaci¨®n se transmit¨ªa sobre todo por la televisi¨®n, y alrededor de ella se desarrollaba la vida familiar y social. Si la televisi¨®n no dec¨ªa nada de un suceso es que ¨¦ste no hab¨ªa existido, y si alguien lograba aparecer en la peque?a pantalla era halagado por sus conocidos como si se tratase de un h¨¦roe nacional. Todos ve¨ªan la televisi¨®n y todos ve¨ªan la misma televisi¨®n.
Tal fen¨®meno lo conoc¨ªan y lo saboreaban los pol¨ªticos. Y si durante la dictadura la televisi¨®n era utilizada especialmente para distraer la atenci¨®n de los ciudadanos a fin de que no se ocupasen de otros menesteres m¨¢s peligrosos -como el ejercicio de pensar-, con la llegada de la democracia se mostr¨® como el talism¨¢n insustituible para ganar las elecciones. A semejanza de la conocida teor¨ªa de Mackinder sobre el heartland, formulada en 1918, nuestros pol¨ªticos tambi¨¦n formularon una teor¨ªa semejante a este dominio: "Quien posea la mayor¨ªa gubernamental poseer¨¢ la televisi¨®n, y quien posea la televisi¨®n poseer¨¢ Espa?a". Lo curioso, sin embargo, de este pensamiento circular es que a veces, como lo demuestra el fracaso de la UCD, la teor¨ªa fallaba. Es igual, porque en la mente colectiva la idea de la superpotencia de este medio segu¨ªa cabalgando triunfalmente.
Era posible, por tanto, sustentar la tesis de que, si la influencia de la televisi¨®n en pol¨ªtica es siempre grande, en el caso de existir un monopolio televisivo tal influencia es entonces total. Consecuentemente, era normal que cada vez que se acercaran unas elecciones, a falta de una reglamentaci¨®n equitativa aceptada por todos,
Pasa a la p¨¢gina siguiente
Viene de la p¨¢gina anterior
arreciasen los continuos rifirrafes ente los diversos partidos pol¨ªticos a fin de calentarse con el mayor volumen de los rayos del astro herciano.
En este sentido, pues, todo est¨¢ cambiando, pero a diferencia de la conocida sentencia lampedusiana, nada seguir¨¢ igual. El terremoto del pluralismo televisivo conlleva secuelas irremediables, todav¨ªa tempranas para su exacto conocimiento. Me aventuro, con todo, a esbozar alguna espec¨ªfica en nuestra vida cotidiana y, por supuesto, en nuestra pol¨ªtica. La pretendida influencia de la televisi¨®n sobre la opini¨®n p¨²blica espa?ola no se deb¨ªa tanto al hecho de que existiese ¨¦sta, considerada como medio de comunicaci¨®n de masas privilegiado para conformar la opini¨®n, sino sobre todo a que era ¨²nica. Al contemplar todas las noches los mismos programas, los ciudadanos dispon¨ªan de un fruct¨ªfero arsenal de cuestiones que se comentaban al d¨ªa siguiente en el lugar de trabajo. Lo mismo se tratase de actos deportivos o art¨ªsticos que de car¨¢cter pol¨ªtico, los espa?oles deliberaban sobre ello y constitu¨ªa uno de los temas principales de conversaciones, tertulias o controversias. Pero esto, para bien o para mal, se ha acabado.
El di¨¢logo social a partir de ahora ser¨¢ m¨¢s dif¨ªcil. Cuando alguien intente conversar sobre lo visto en la televisi¨®n el d¨ªa anterior se encontrar¨¢ que si ¨¦l se detuvo en el canal uno su interlocutor contempl¨® el programa del canal cinco. El ameno coloquio ser¨¢ pr¨¢cticamente imposible y la televisi¨®n conocer¨¢ as¨ª su cenit como referente conversacional nacional. Los espa?oles se har¨¢n m¨¢s ensimismados, y las charlas y las tomas de caf¨¦ languidecer¨¢n, salvo que se busquen nuevos argumentos comunes.
Semejante proceso afectar¨¢ tambi¨¦n a la pol¨ªtica. La presumida acci¨®n de la televisi¨®n sobre las actitudes pol¨ªticas de los ciudadanos dejar¨¢ de ser m¨¢s o menos cierta a causa de la p¨¦rdida del monopolio televisivo. Son muchos los estudios que nos revelan que en el terreno pol¨ªtico la mayor influencia no procede de ese medio privilegiado que es la televisi¨®n, sino m¨¢s bien de los contactos personales y del prestigio de los llamados "l¨ªderes de opini¨®n", esto es, de las personas que en todos los grupos sociales llevan la voz cantante. Al existir una sola televisi¨®n, la influencia que ejerc¨ªan estas personas implicaba que se asignase a ese medio un plus de influencia. Pero ¨¦sta no proven¨ªa realmente de ¨¦l, sino que al haber un solo canal y ver todos lo mismo, la influencia que se proyectaba a trav¨¦s del "l¨ªder de opini¨®n", por un fen¨®meno de transferencia, se asignaba al medio en lugar de al mensajero.
Con la llegada del pluralismo televisivo, ese fen¨®meno desaparecer¨¢ y pronto nuestros pol¨ªticos se convencer¨¢n de que ya no basta con la televisi¨®n para ganar unas elecciones. Entonces, cuando se aproximen ¨¦stas, no surgir¨¢n las tradicionales disputas por los espacios televisivos, y entonces tambi¨¦n ser¨¢ un prodigio que alguien conozca el nombre del otrora todopoderoso director general del Ente.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.