Tomarse libertades
La precampa?a electoral y en cierta forma la campa?a misma de estos comicios tienen como principal novedad la inclusi¨®n de ofertas de los partidos sobre dos temas hasta hace poco tab¨²: la supresi¨®n de la mili obligatoria y la despenalizaci¨®n de las drogas. Es evidente que las dos demandas se han ganado su puesto al sol pol¨ªtico empujando desde abajo, es decir, que provienen de la exigencia p¨²blica y no de la genialidad de ning¨²n l¨ªder. Lo bonito del asunto estriba en que no son dos temas ideol¨®gicos, y por tanto perturban por igual a los doctrinarios de la izquierda y de la derecha. Indican cu¨¢l es el tipo de luchas pol¨ªticas que van a darse de ahora en adelante, una vez finiquitadas por general abandono las monsergas milenaristas del marxismo y convencida la gente menos beata de que lo que cuenta hoy es impedir la colectivizaci¨®n moral del socioliberalismo. Por supuesto, no faltan quienes protestan porque se les d¨¦ primac¨ªa a estas cuestiones, arguyendo que hay problemas m¨¢s importantes, ya que el servicio militar y la droga s¨®lo afectan directamente a una minor¨ªa de ciudadanos. Es la postura defensiva de los reaccionarios de todas las ¨¦pocas: cuando se reivindica un cambio estructural se amparan en la magnitud del asunto ("no comencemos la casa por el tejado"), y cuando se pide una transformaci¨®n puntual se descarta por nimia ("parece mentira que ahora me venga usted con tales caprichos"). En los casos de la supresi¨®n de la mili obligatoria y de la despenalizaci¨®n de las drogas se emplean conjuntamente ambos argumentos, a falta de uno: se trata de peque?eces y, adem¨¢s, son imposibles. Bueno, pues no se trata ni de minucias ni de imposibilidades, y conviene insistir en ello.Por el contrario, ambas demandas tienen mucho que ver con la ampliaci¨®n y conquista de libertades personales, proyecto individualista que presenta las posibilidades m¨¢s atendibles de modificar para mejor lo comunal. En un principio los dos temas se han planteado al modo de regeneracionismo colectivo, ¨²nico lenguaje permitido hasta hace poco para formular exigencias pol¨ªticas. De tal manera que oponerse a la milicia obligatoria ha pasado por hacer declaraciones contra la violencia instituida, los gastos de armamento, la humillaci¨®n del recluta y la amenaza nuclear, cuando no a profesar urbi et orbi convicciones religiosas antisanguinarias; y solicitar la despenalizaci¨®n de las drogas ha requerido reducir la argumentaci¨®n a que se trata del mejor modo de acabar con el gansterismo de las mafias y con las muertes por sobredosis o adulteraci¨®n. Naturalmente, todas estas razones son muy atendibles y de sobra convincentes, pero oscurecen un tanto lo m¨¢s positivamente subversivo de estos asuntos: el rechazo activo y pol¨ªtico de que el unanimismo estatista se imponga por encima de la opci¨®n individual. Por fortuna, ahora ya hay cada vez m¨¢s objetores de conciencia (es decir, personas que no quieren hacer la mili, ni lo que sustituye a la mili, ni lo que sustituye a lo que sustituye, etc¨¦tera) que no se enredan demasiado hablando de pacifismo ni de gastos militares, sino que -a este respecto- se limitan a dejar claro: que sea bueno, malo o regular el que haya ej¨¦rcitos, ellos no quieren dedicar ni un a?o, ni tres meses, ni tres d¨ªas de su vida a formar parte de ninguno y que niegan al Estado el derecho a imponer semejante servidumbre arcaica. Ojal¨¢ pronto tambi¨¦n en el terreno del antiprohibicionismo de drogas empiecen a abundar quienes afirmen que las drogas -m¨¢s all¨¢ de mafias y suicidas- son una de las posibilidades gratificantes, y por tanto uno de los derechos de los hombres del siglo XX, as¨ª como la informaci¨®n desprejuiciada sobre sus efectos, el control de su pureza y el equilibrio de mercado de su precio.
El fondo del problema es, como casi siempre, el de si se toma en serio o no la libertad de elecci¨®n de los individuos. El tipo de sistema pol¨ªtico en el que afortunadamente vivimos se basa en que nadie sabe mejor que cada cual lo que le conviene y que es a cada cual a quien hay que asegurarle el ejercicio de la libertad (por medio de la ense?anza, la igualaci¨®n de oportunidades econ¨®micas de partida, el derecho de expresi¨®n e informaci¨®n) y exigirle la responsabilidad (jur¨ªdica, pol¨ªtica y social) de sus acciones de alcance p¨²blico. Pero los Estados que, desafortunadamente, se han instituido a partir de tal sistema subvencionan en nombre de posibles beneficios colectivos larenuncia al ejercicio de esa libertad y en numerosas ocasiones la imponen en nombre de principios sagrados de orden patri¨®tico o moral. As¨ª en los casos que nos ocupan. Cuando conviene (casi siempre en ocasiones relacionadas con las transacciones bancarias o convocatorias electorales) el individuo es plenamente libre, por pobre, analfabeto o anciano que sea; para otras cosas (drogas, servicio militar, aborto, etc¨¦tera) a todo el mundo se le trata c¨®mo si fuera menor de edad o paral¨ªtico mental irrecuperable. Si alguien dice que la mili debe ser voluntaria es un elitista, porque de tal modo est¨¢ procurando que al Ej¨¦rcito no vayan m¨¢s que los hijos de las familias humildes, que son los m¨¢s necesitados de empleo; la despenalizaci¨®n de la droga es elitista porque s¨®lo funcionar¨ªa bien para intelectuales, pero los j¨®venes parados o la gente sin instrucci¨®n caer¨ªan como moscas si se aprobara tal medida. Seg¨²n ese razonamiento, lo menos elitista ser¨ªa prohibir el voto a cuantos por estrechez econ¨®mica, analfabetismo o pocas luces van a votar a cualquier sinverg¨¹enza que les pongan delante. Quiz¨¢ tambi¨¦n haya que impedir votar a las mujeres, que son demasiado emotivas, y a los ateos, que como no respetan lo m¨¢s sagrado son capaces de cualquier felon¨ªa... En fin, que como toda libertad es condicionada (?y condicionante!: las drogas que elijo tomar pueden esclavizarme tanto como el hijo que quiero tener o la carrera que decido estudiar) lo mejor es dejar al Estado la decisi¨®n de cu¨¢ndo tiene que tratarnos como libres y cu¨¢ndo no.
Los dem¨®cratas americanos que critican las medidas totalitarias tomadas por el presidente Bush en el tema de las drogas dicen que lo que hay que hacer es combatir las razones que llevan a la gente a consumirlas: ?y si la raz¨®n principal de la mayor¨ªa es que quieren tomarlas? ?Habr¨¢ que luchar tambi¨¦n contra esa voluntad hasta que quieran lo que Bush dice que tienen que querer? Se exige a los objetores de conciencia que justifiquen por razones religiosas, pol¨ªticas o lo que fuere su rechazo a la obligaci¨®n militar, como si hubiera otra objeci¨®n de conciencia m¨¢s b¨¢sica y convincente que la fundamental de todas: no quiero.
Debe de haber pocas personas que crean seriamente que tener durante m¨¢s de un a?o y contra su voluntad a la mayor¨ªa de los j¨®venes de un pa¨ªs haciendo guardias con fusiles viejos es el mejor m¨¦todo de defensa en la ¨¦poca de los misiles. Y a¨²n menos ser¨¢n los que opinen que la asc¨¦tica del uniforme, m¨¢s dada a imponer la obediencia ciega
que a fomentar la capacidad de decidir por uno mismo y argumentar la propia opci¨®n sea la v¨ªa regia para tomar conciencia ciudadana en un Estado moderno. De aqu¨ª los argumentos tan pintorescos que se inventan para sustentar el servicio militar obligatorio. Cierto general afirma que un ej¨¦rcito profesional ser¨ªa cosa de "mercenarios". Para empezar, los mercenarios son quienes sirven por un sueldo en una milicia extranjera, lo cual no es el caso. Pero si lo que se pretende decir es que mercenario es el que cobra por lo que hace, entonces aqu¨ª todos somos mercenarios, empezando por el general en cuesti¨®n. ?Por qu¨¦ no propone entonces que se suprima el sueldo a todos los militares que hoy lo cobran si tanto le repugna el mercenariazgo? Narc¨ªs Serra proclama que el servicio militar obligatorio es una conquista de la Revoluci¨®n Francesa y que por tanto ser¨ªa reaccionario renunciar a ¨¦l. Hombre, si vamos a eso, la primera conquista de dicha revoluci¨®n fue guillotinar a los reyes; y, francamente, no me imagino al jacobino Serra con el hacha al hombro camino de la Zarzuela para cobrarse la parte que le corresponde de la herencia del bicentenario. De modo que menos lobos o a empezar por donde se debe...
?Ser¨ªa precisa una reforma constitucional para pasar del servicio militar obligatorio al profesional? Si no me equivoco, lo que la Constituci¨®n dice es que todos los espa?oles tenemos la obligaci¨®n de contribuir a la defensa de la patria. Supongo que pagar los impuestos de los que. provendr¨¢n los fondos para gastos militares es ya una indudable contribuci¨®n. Adem¨¢s, a la patria no s¨®lo se la defiende militarmente, ?no? Impedir que la libertad de los ciudadanos se vea sometida por el Estado a una prestaci¨®n personal obligatoria ya es contribuir eficazmente a la defensa de lo mejor de la patria: de modo que habr¨¢ que tener a los objetores de conciencia por h¨¦roes (y a menudo m¨¢rtires) del precepto constitucional. Por cierto, poco despu¨¦s de las elecciones comenzar¨¢n los juicios contra objetores insumisos que se niegan tambi¨¦n al servicio sustitutorio al de armas. Se arriesgan a penas serias de c¨¢rcel por mero delito de coherencia: ?no deber¨ªan comprometerse de alg¨²n modo con ellos los partidos que se dicen progresistas? ?No deber¨ªamos comprometernos con ellos los ciudadanos partidarios de un servicio militar profesional? Lo ¨²nico imposible es avanzar si no se atreve nadie a dar el primer paso.
En cuanto al tema de la despenalizaci¨®n de las drogas, lo contundente de la argumentaci¨®n a favor lo confirman los juegos malabares que tienen que hacer con la dial¨¦ctica quienes se oponen a ella. Por ejemplo, Javier Tusell despachando en estas mismas p¨¢ginas en cuanto historiador los tres vol¨²menes abrumadoramente eruditos de la Historia de las drogas, de Escohotado, como una visi¨®n maniquea a lo Indiana Jones. Supongo que se trata de un rasgo de humor destinado a entretener al personal mientras se documenta a fondo sobre un tema que ignora; esperemos que acabe pronto sus estudios y nos d¨¦ alg¨²n motivo para el debate tan bueno como el que ahora nos ha dado para re¨ªr. O el propio Felipe Gonz¨¢lez hablando de lo imposible de la legalizaci¨®n en un solo pa¨ªs, como si alguien hubiese propuesto sin m¨¢s cosa semejante. Lo que se pide, repit¨¢moslo por en¨¦sima vez, es la aceptaci¨®n pol¨ªtica de que el uso de las drogas, hoy satanizadas, debe ser despenalizado, y el compromiso de iniciar un debate internacional en este sentido. De nuevo, lo ¨²nico imposible es avanzar sin dar ni un paso o retrocediendo. Y es que la cuesti¨®n estriba en c¨®mo tomarse eficazmente las libertades. Las elecciones democr¨¢ticas est¨¢n para que los ciudadanos se tomen las libertades con y por medio de los pol¨ªticos, no para que legitimen a los pol¨ªticos que han decidido tomarse libertades con los ciudadanos.
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