La automatizaci¨®n del trabajo
La revoluci¨®n cient¨ªfico-tecnol¨®gica ha disminuido la creaci¨®n de empleo en la agricultura y la industria en favor del sector servicios. El primer efecto de este trasvase es, a juicio del autor, una reducci¨®n en el crecimiento de la productividad. Esta situaci¨®n en Estados Unidos es responsable del aumento de su d¨¦ficit exterior.
En Estados Unidos, en 1850, del total de la energ¨ªa consumida en la producci¨®n los animales de tiro representaba el 79%; un 15%, la fuerza muscular humana, y el 6%, la m¨¢quina de vapor. En el a?o 2000, respectivamente, 0%, 0,5%. y 99,5%. En el mundo hay ya m¨¢s de 100.000 robots industriales, figurando Jap¨®n con 70.000, pero s¨®lo con 20 la India y Espa?a con 675. Sin embargo, la progresiva automatizaci¨®n del trabajo, determinante de la sociedad de consumo, si bien ha elevado los niveles de vida, no resuelve, sino que agrava, la desocupaci¨®n de trabajadores, que en los pa¨ªses industrializados de la Organizaci¨®n para la Cooperaci¨®n y el Desarrollo Econ¨®mico (OCDE) asciende a 31 millones, porque la producci¨®n exige ahora m¨¢s capital y menos trabajo.Durante siglo y medio, el maquinismo industrial, los transportes intercontinentales y nacionales, la producci¨®n de nuevos materiales sint¨¦ticos, la informaci¨®n telef¨®nica, telegr¨¢fica y telem¨¢tica, el paso de la herramienta simple a la m¨¢quina teledirigida por ordenadores y la progresiva automatizaci¨®n del trabajo han ido desarrollando una sociedad industrial avanzada, capaz de producir bienes manufacturados en masa que despu¨¦s de la Il Guerra Mundial -con la cibern¨¦tica- ha creado la sociedad de consumo, particularmente en Europa occidental, Jap¨®n y Estados Unidos.
El progreso tecnol¨®gico sostenido y progresivo, y en cierto modo acelerado, desde 1850 hasta estos finales del siglo XX ha registrado el paso de la m¨¢quina de vapor al motor el¨¦ctrico y de explosi¨®n, a la propulsi¨®n nuclear, a los misiles intercontinentales y los sat¨¦lites artificiales y, sobre todo, a las f¨¢bricas con cadenas de trabajo muy automatizadas, donde sube la intensidad de capital por trabajador mientras va disminuyendo el aporte del trabajo vivo como parte de los costes de producci¨®n.
En este sentido cabe subrayar como algo prodigioso que en la f¨¢brica de autom¨®viles Chrysler entran diariamente por sus puertas traseras unos 50 millones de piezas que, con el empleo de muchos robots y cadenas de montaje automatizadas, dan lugar a que salgan por sus puertas delanteras unos 10.000 automotores, o sea, un coche terminado cada 5,7 segundos. Pero esta gran productividad del trabajo no es exclusiva de Estados Unidos, sino que incluso es superada en algunas f¨¢bricas de autom¨®viles de Jap¨®n. Este pa¨ªs, a comienzos de la d¨¦cada de los ochenta, produc¨ªa por obrero y a?o unos 55 autom¨®viles, contra menos de la mitad en Europa occidental.
La elevada productividad del traba o en la industria automotriz japonesa se deber¨ªa en buena parte al hecho de que Jap¨®n, en 1985, empleaba en sus industrias de punta unos 70.000 robots, mientras Estados Unidos empleaba 20.000, Alemania Occidental 8.800, el Reino Unido 3.208, s¨®lo 675 Espa?a y ¨²nicamente 20 la India, un vasto subcontinente con 782 millones de habitantes.
Ello demostrar¨ªa que sin aplicar la revoluci¨®n cient¨ªfico-tecnol¨®gica a la industria, a la agricultura y a otros sectores de la producci¨®n material, un pa¨ªs tan grande y poblado como China, con sus 1.100 millones de habitantes, y la India adem¨¢s, tienen juntos ocho veces menos producto interior bruto (PIB) que Estados Unidos y cuatro veces menos que el peque?o Jap¨®n, que cabe varias veces en los territorios de China y de la India.
Y es que las industrias atrasadas y las agriculturas de subsistencia, en China y la India, todav¨ªa emplean mucha mano de obra no cualificada, poca energ¨ªa mec¨¢nica y mucha tracci¨®n animal. Al respecto, nos parece oportuno se?alar que Estados Unidos, desde 1850 a 1950, en su producci¨®n material pas¨® -en el empleo de fuerza muscular humana- del 15% del total de la energ¨ªa consumida a s¨®lo un 3%, en la energ¨ªa animal utilizada descendi¨® del 79% al 1% y, en cambio, las m¨¢quinas pasaron del 6% al 96%; pero hacia el a?o 2000 la tracci¨®n animal ser¨ªa igual a cero, el aporte de fuerza humana el 0,5% y la maquinaria, cada vez m¨¢s automatizada, representar¨ªa el 99,5%. Ello explicar¨ªa que la industria norteamericana se encamine a muy corto plazo a emplear s¨®lo, m¨¢s o menos, el 10% de la fuerza laboral total y la agricultura, aproximadamente, el 2%. Sin embargo, contradictoriamente, un 88% de esa fuerza en servicios -donde aumenta bastante menos la productividad del trabajo que en la industria y la agricultura- condenar¨ªa, con una excesiva burocratizaci¨®n, a una ganancia anual de productividad -como ahora- de menos del 1%, teniendo as¨ª Estados Unidos un gran d¨¦ficit presupuestario y de su balanza de comercio exterior -por haber pasado de una poderosa econom¨ªa de producci¨®n a una de servicios, con mucho consumo improductivo- y cuya tasa de ahorro es seis veces menor que en Jap¨®n.
Atrofia burocr¨¢tica
Si la revoluci¨®n cient¨ªfico-tecnol¨®gica, parad¨®jicamente, conduce a una atrofia burocr¨¢tica, con muchos millones de personas en servicios terciarios o cuaternarios, como sucede en Estados Unidos, se explicar¨ªa que este pa¨ªs tenga un d¨¦ficit en su balanza de comercio con Jap¨®n de m¨¢s de 50.000 millones de d¨®lares y que dependa en gran parte de ¨¦ste para llenar el profundo d¨¦ficit de su presupuesto federal o para suplir el escaso ahorro americano y su escasa inversi¨®n de capital, que lentifica su progreso econ¨®mico.
No todo es maravilloso en la revoluci¨®n cient¨ªfico-tecnol¨®gica secular: las m¨¢quinas programadas o cefalizadas suplen m¨¢s trabajo del que ellas crean, o de lo contrario no justificar¨ªan su utilizaci¨®n con el fin de aumentar la productividad del trabajo y, a su vez, procurar m¨¢s competitividad comercial a las f¨¢bricas que las empleen sobre las f¨¢bricas con mucho gasto de mano de obra y altos costes de producci¨®n, con mucha utilizaci¨®n de maquinaria obsoleta.
La lucha por la productividad creciente y los costes de producci¨®n decrecientes, por la agresiva competitividad en el mercado nacional e internacional, ha colocado a Jap¨®n, Corea del Sur, Taiwan y Singapur con muchas ventajas comerciales en el mercado mundial.
Incre¨ªblemente, Corea del Sur, que era un pa¨ªs subdesarrollado hace 20 a?os, export¨® en 1988 productos manufacturados por valor de 66.394 millones de d¨®lares -mas que toda la industria atrasada de Am¨¦rica Latina- ?C¨®mo ha sido posible ese milagro coreano? Sencillamente, porque la productividad del trabajo ha ascendido a los niveles de los pa¨ªses industrializados, pero, en vez de una semana laboral de menos de 40 horas para ¨¦stos, Corea trabaja m¨¢s de 48 horas, y se dice que hasta 55 horas, con pocos d¨ªas de vacaciones para los obreros. Jap¨®n, en menor medida que Corea pero con salarios m¨¢s bajos que en Europa occidental y Estados Unidos, con igual o mayor productividad del trabajo que en estas dos regiones, se est¨¢ quedando con buena parte del comercio de ellas, lo cual le permite acumular todos los a?os cerca de 90.000 millones de d¨®lares en su balanza comercial exterior.
Esta situaci¨®n ventajosa para Jap¨®n, Corea del Sur, Taiwan, Hong-Kong y Singapur es responsable en buena parte del deterioro del d¨®lar y de 31 millones de desocupados en !os pa¨ªses de la OCDE. Mientras estos pa¨ªses exporten con ventaja competitiva comercial (la servidumbre de sus obreros), Europa occidental y Estados Unidos tendr¨¢n que tomar medidas proteccionistas para defenderse de la competencia comercial desleal aunque quisieran mantenerse fieles al mercado mundial abierto.
Mientras combinen los nuevos pa¨ªses industrializados asi¨¢ticos largas jornadas de trabajo (mucha plusval¨ªa absoluta) con igual o mayor productividad tecnol¨®gica (plusval¨ªa relativa) que Estados Unidos y Europa occidental, la perspectiva del comercio internacional ser¨¢ m¨¢s favorable al proteccionismo que al libre cambio, y la coyuntura mundial, m¨¢s propicia a la depresi¨®n que a la prosperidad mientras al progreso microelectr¨®nico no vaya unido igual progreso socioecon¨®mico y pol¨ªtico universal.
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