La risa y el llanto reunifican a los alemanes
Electrizantes encuentros entre ciudadanos de la RFA y la RDA en una frontera de Baviera del Norte
En el paso fronterizo de Rudolphstein se ha hecho rutina la pregunta: "?Viene usted de visita o desea quedarse?". La mayor¨ªa, como Stephan, quiere pasar unas horas en Alemania Occidental, "sencillamente mirar, respirar el aire occidental, ver c¨®mo son las cosas aqu¨ª". Stephan, un joven aprendiz de mec¨¢nico, lleg¨® hasta la frontera junto a sus padres para hacer "un pic-nic de fin de semana", que espera repetir por muchos a?os. Miles como ¨¦l congestionaban ayer a mediod¨ªa el paso fronterizo, y una fila de 20 kil¨®metros de veh¨ªculos permanec¨ªa en Alemania del Este esperando su turno.
A 20 minutos de all¨ª, en la ciudad de Hof, en Baviera del Norte, el centro se hab¨ªa transformado en una gran sala de acogida. Era como vivier un trance donde las emociones colectivas contagiaron hasta a los m¨¢s sobrios. Los alemanes de Occidente, conocidos con los estereotipos de eficientes y controlados, han tenido en las ¨²ltimas d¨¦cadas pocos motivos para llorar y pocos para re¨ªrse, y verlos ahora que lloran y r¨ªen al mismo tiempo es una experiencia electrizante. Es un festival multitudinario que celebra con el ¨²ltimo sol oto?al una "reunificaci¨®n", explica un tendero de Hof, "que no es de los Estados, sino de las personas".Las orquestas locales, con uniformes folcl¨®ricos de Baviera y trompetas desentonadas, tocan marchas militares. Los barriles de cerveza se han instalado al aire libre y los due?os de locales la reparten gratis a sus hermanos germanoorientales. Los alemanes occidentales, euf¨®ricos; los visitantes, emocionados. Golpes de hombros, lagrimones y abrazos.
En los supermercados se han agotado los pl¨¢tanos, los limones y naranjas, los productos m¨¢s codiciados por los reci¨¦n llegados, que se pasean con expresi¨®n a¨²n at¨®nita en grupos familiares peque?os. Como Stephan, el aprendiz de mec¨¢nico, tambi¨¦n los otros hablan bajo, con timidez, y agradecen cada gesto generoso de la poblaci¨®n: un chocolate para los peque?os, una frase de bienvenida y, con incomodidad y verg¨¹enza, tambi¨¦n billetes de 10, 20 o 50 marcos de la RFA. Steplian pasea en Hof con una sonrisa premanente en la cara, sus manos en los bolsillos, y los hombros encogidos y tensos.
Se escuchan los vozarrones de los alemanes occidentales que celebran esta "revoluci¨®n de todo el pueblo alem¨¢n".
Flores en el parabrisas
Los polic¨ªas de Hof han tenido que hacer la vista gorda. Los vecinos de la RDA cometen infracciones de tr¨¢nsito y se han estacionado en v¨ªas peatonales, parques y entradas de garajes. Al regresar a sus veh¨ªculos muchos de ellos encontraron en los parabrisas flores y golosinas que les hab¨ªan dejado manos an¨®nimas.
Mientras la fila de veh¨ªculos en el paso fronterizo de Rudolphstein se hace cada vez m¨¢s larga, los que lograron entrar por la ma?ana temprano han recibido ya su dinero de bienvenida, 100 marcos [unas 6.400 pesetas], otorgados por el Gobierno con cargo a fondos p¨²blicos, que guardan como un tesoro y gastan moderadamente en frutas, ceniceros con el escudo de la ciudad y peri¨®dicos.
La RFA ha gastado millones de marcos en este dinero de bienvenida desde la apertura de la frontera, el pasado jueves. S¨®lo en Halmstedt, uno de los numerosos puestos fronterizos, los bancos pagaron un mill¨®n y medio de marcos a los miles de visitantes que, en su mayor¨ªa, se dejaban ese dinero en las tiendas y servicios de las ciudades. Los locales comerciales han extendido en varias horas los horarios de las tiendas y muchos de los visitantes del Este gastan todo su tiempo en mirar los escaparates, yendo de aqu¨ª para all¨¢.
Son m¨¢s numerosos los que se sienten de "vacaciones" que aquellos que est¨¢n decididos a quedarse. La ilusi¨®n de los turistas contrasta con la realidad de los inmigrantes.
Ayer se estaba desmantelando en Hof un campamento de emergencia instalado en el Freiheitshalle, un estadio de deportes techado. En medio del polideportivo, unos 100 camarotes alumbrados por enormes focos de ne¨®n que irritan a los m¨¢s pequenos y que s¨®lo se apagan a las diez de la noche. Los ¨²ltimos refugiados de Freiheitshalle ser¨ªan trasladados a un barrac¨®n militar cerca de N¨¹remberg porque para hoy estaba programado un partido de f¨²tbol-sala.
El ritual del tel¨¦fonoLos reci¨¦n llegados tienen un ritual que se repite en cada caso. Lo primero, llamar a los que quedaron en casa para avisar que est¨¢n bien. Hasta hace dos d¨ªas, la compa?¨ªa alemana no cobraba las llamadas telef¨®nicas de los refugiados. Ahora cada cual debe financi¨¢rselo.
El dinero de ayuda inicial, en el caso de los inmigrantes en el Freiheitshalle, se ha demorado m¨¢s de lo necesario, y algunos se quejaban de que no ten¨ªan ni siquiera un marco, el valor de la estampilla necesaria para enviar una carta desde la RFA a las ciudades de Dresden o Lelpzig, en la RDA.
Voluntarios de la cruz roja desalojan el polideportivo. Un centenar de personas esperan, con sus bultos y maletas, seguir viaje. Los ni?os, impacientes; los padres, preocupados.
Una se?ora, madre de cuatro hijos, pregunta en qu¨¦ escuela puede matricular al mayor de sus ni?os, que era seleccionado nacional de ciclismo en la RDA y estudiaba en un internado especial para dotados en deportes. Un funcionario de la Cruz Roja contesta impaciente: "No s¨¦, se?ora, d¨®nde puede ir. Eso de los deportes es una especialidad de los comunistas".
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