'Espa?a es'
Escribo estas l¨ªneas indeciso entre si levantar la voz o levantar la ceja. Tras un mes de vacaciones pasadas en Francia, me sumerjo otra vez en la carpeton¨ªa, en su enrarecido sistema nervioso, crispado el sangu¨ªneo (circulatorio). Vengo de recorrer 4.000 kil¨®metros en autom¨®vil por el pa¨ªs vecino (autom¨®vil personal utilitario, con 100.000 pesetas de vi¨¢tico para el mes). No me dejo seducir por el autocontentamiento europe¨ªsta que aqu¨ª reina. Miro por encima de la ret¨®rica del aparato oficial y, al verbalizar lo que veo y sufro, concluyo: "No, cabe duda, de esta parte de los Pirineos empieza lo diferente". Es diferente la naturaleza, pero lo subraya la incuria.Incuria privada. Al bar en que hago mi primer alto se entra sorteando un sinuoso parapeto de envases de bebidas vac¨ªos. A poca distancia, un pago hecho una pena de desperdicios y basuras. En el solar de enfrente, dos borricos dando castizo color local a la extranjer¨ªa que puertea por all¨ª. Dentro del local (bar), ruidos a todo pastel y los consabidos desechos a pie de barra. Pido el precio de mi consumici¨®n. El camarero mira los vasos vac¨ªos, hace sus cuentas moviendo los labios en silencio, se da un tiempo de concentraci¨®n y, sin comprobantes de ning¨²n g¨¦nero, suelta el total (el mismo servicio en localidad no muy distinta arrojar¨¢ un saldo de sencillo contra doble). Me pregunto: ?No existen tablas de precios?, ?no hay m¨¢quinas registradoras?, ?hemos entrado en geograf¨ªa donde reina el arbitrio... ? ?Y aquel desorden, aquella suciedad, aquel ruido ... ! ("Comenz¨® uno a hablar muy alto. ?ste", dijo Andrenio, "espa?ol es".)
Incuria p¨²blica. Hago el trayecto de carretera desde El Portal¨¦, por Sabi?¨¢nigo, hasta Huesca, en horas t¨®rridas (era a primeros de agosto). Compare... y si sabe de algo peor, consu¨¦lese.
"Arte diab¨®lica es, dijo...", que en las rutas francesas no se ve a nadie que las trabaje y todo parece terminado y expedito, en tanto que en las espa?olas todo anda revuelto y nada tiene visos de acabarse. ?Lo que hubiera dado por alg¨²n espacio de aparcamiento en el camino, aunque fuese inh¨®spito! Medito en los oscuros ancestros que parecen fomentar la guerra al ¨¢rbol, sobre todo en los bordes de las calzadas. Rememoro los consabidos versos:
"Al destierro con doce de los suyos -polvo, sudor y hierro el Cid cabalga". Mi reflexi¨®n ahora es ¨¦sta: "En materia de adecentamiento civil, una generaci¨®n perdida".-
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