'Perestroika' para todos
El autor propone la instauraci¨®n de un nuevo r¨¦gimen intermedio entre el capitalismo y el socialismo, sistemas que califica de socialmente ineficientes. Se tratar¨ªa de una s¨ªntesis: la propiedad social de los medios de producci¨®n y el cambio-gesti¨®n y usufructo privado, con control fiscal democr¨¢tico, de los mismos.
Como, al parecer, la Historia (con may¨²scula) no es la narrada por Michael Ende y se halla en su pen¨²ltima p¨¢gina, ser¨¢ cosa de apresurarse a decir algo o hacer alg¨²n gesto, aun a sabiendas de que no va a quedar plasmado en el ¨¢lbum de fotos de Alfonso Guerra, donde s¨®lo figuran inm¨®viles estatuas en marm¨®reo silencio anticipador de la poshistoria universal.Lo que uno quisiera decir y se?alar es que esto que llaman Occidente necesita con urgencia un Gorbachov (como se demostr¨® de forma bastante llamativa en la visita que el Gorbachov por antonomasia realiz¨® no ha mucho a la RFA). No es que al otro lado del Elba no lo necesiten, aunque a veces no parezcan darse cuenta. Pero a este lado no andamos menos menesterosos de esa medicina ni menos inconscientes de que ello es as¨ª.
En el sector no americano de Eurasia necesitan liberar la vida econ¨®mica y la vida cultural de la tutela omn¨ªmoda de un Estado monocolor reacio a la participaci¨®n pol¨ªtica real de todos aquellos a quienes dice representar. La revoluci¨®n -aut¨®ctona o importada- fue capaz de crear bases productivas aut¨®nomas relativamente poderosas en los sectores estrat¨¦gicos de la industria (energ¨ªa, transportes, bienes de equipo) e implant¨® mecanismos de distribuci¨®n y prestaciones sociales (en educaci¨®n y sanidad, especialmente) que eliminaban las grandes desigualdades sociales heredadas. Pero fracas¨® comparativamente en el desarrollo de la producci¨®n agraria y de la industria de bienes de consumo final. Ese fracaso, reiterado, ha acabado deslegitimando, a los ojos de las grandes masas, algo ya ?leg¨ªtimo de por s¨ª: la monopolizaci¨®n de la vida pol¨ªtica en manos de una elite elegida por el azar de la lucha revolucionaria, pero no confirmada en su puesto por ning¨²n veredicto aut¨¦nticamente democr¨¢tico.
Algunos ya han emprendido esa senda revitalizando al partido que hab¨ªa acaparado hasta ahora todos los poderes y se hab¨ªa dormido en los correspondientes laureles. Operaci¨®n que ha exigido la apertura de los medios de comunicaci¨®n a las voces discrepantes de la l¨ªnea oficial, la apertura del juego pol¨ªtico a organizaciones opositoras y la apertura de los mecanismos productivos y distributivos a la licitaci¨®n mercantil, aunque sin renuncia al papel cardinal del sector p¨²blico y a un grado mayor o menor de planificaci¨®n central.
Dicen por aqu¨ª que con eso no hacen sino enmendar el error de haber intentado montar imposibles tinglados socioecon¨®micos opuestos al liberal-capitalista. Que la perorata sobre la vuelta a los or¨ªgenes leninistas no es m¨¢s que la cortina de humo con que los que han puesto rumbo a Occidente tratan de ocultar su maniobra a los guardianes de la ortodoxia. Es posible. Pero tambi¨¦n lo es que los que hacen consustancial la democracia y los derechos humanos a la econom¨ªa y la ¨¦tica social capitalistas est¨¦n ti?endo de purpurina una realidad nada dorada. Una realidad donde las revueltas del pan, las dictaduras militares y los escuadrones de la muerte, las villas miseria, las jornadas coreanas (semanas laborales de 60 horas) y los PLD (as¨¦pticas siglas para designar a los parados de larga duraci¨®n) son el contrapunto inevitable de los grandes negocios transnacionales, las multimillonarias operaciones burs¨¢tiles y la sobreabundancia de art¨ªculos en los escaparates.
Las comparaciones
A la hora de juzgar la superioridad pol¨ªtica y econ¨®mica del mundo capitalista sobre el socialista convendr¨ªa no perder de vista que, si ¨¦ste incluye, por ejemplo, Ruman¨ªa, Etiop¨ªa, Camboya y Angola, aqu¨¦l cuenta entre las perlas de su corona con Argentina, Per¨², Chile, Colombia, Hait¨ª, Guatemala, El Salvador, Somalia, Sud¨¢n, Chad, Filipinas, Bangladesh, Pakist¨¢n, etc¨¦tera. No estar¨ªa de m¨¢s, pues (aparte de comparar el conjunto de las legislaciones de uno y otro lado), comparar la renta per c¨¢pita media del mundo capitalista con la magnitud correspondiente del mundo socialista. Puede ser un buen ¨ªndice para medir el grado de fracaso de cada uno de los sistemas. El lector que tenga paciencia para efectuar ese c¨¢lculo (con los datos del ¨²ltimo anuario de EL PA?S, por ejemplo) se llevar¨¢ posiblemente una buena sorpresa.
Pero no hace falta irse a la periferia de este sistema nuestro tan eficiente, seg¨²n dicen, para descubrir en ¨¦l aspectos que piden a voces su particular raci¨®n de perestroika. (Entre par¨¦ntesis, no es l¨ªcito confundir eficacia con eficiencia: la primera consiste en la capacidad de lograr los objetivos propuestos independientemente de los medios arbitrados para ello; la segunda, en cambio, se expresa mediante una funci¨®n de optimizaci¨®n, es decir, la obtenci¨®n de resultados m¨¢ximos con unos medios dados. Seg¨²n eso, est¨¢ claro que la econom¨ªa de libre empresa sin planificaci¨®n vinculante es altamente eficaz..., precisamente porque deja en la cuneta monta?as de competidores menos aptos, y se desentiende, por principio -los Gobiernos ponen a veces parches para apa?ar algo el desaguisado-, de los costes sociales que eso supone.) Digo, pues, que basta leer las estad¨ªsticas (incluso las afeitadas) del paro en Europa occidental para darse cuenta de que un sistema con ese grado de eficiencia social necesita soluciones sim¨¦tricas a la polaca: introducci¨®n de elementos del sistema socioecon¨®mico opuesto para frenar su vertiginosa ca¨ªda en la sociedad dual.
Al hablar de soluciones sim¨¦tricas parece que se est¨¢ abonando lo que algunos llaman convergencia de los dos sistemas sociales. ?Por qu¨¦ no? ?No dicen que el capitalismo de la segunda posguerra mundial ya no es el de antes, que se ha civilizado tanto al dejarse inspirar por las tertulias de Bloomsbury como la antigua aristocracia tras su paso por los salones ilustrados del Par¨ªs dieciochesco? Pues si tan refinado est¨¢ que s¨®lo discute el tama?o del sector p¨²blico y no su existencia ?qu¨¦ dificultad puede haber, a la larga, en convencer a la parroquia de que el capital se ha hecho para el hombre, y no viceversa? De momento ya se puede contar con De Benedetti, y seg¨²n como reaccionen los acogotados por la deuda externa, veremos cu¨¢ntos m¨¢s se convencen.
El resultado de esa convergencia ser¨ªa un sistema diferente del capitalismo real y del socialismo surreal actualmente existentes. No necesariamente equidistante (y vamos a dejar la cuesti¨®n bizantina de predecir a cu¨¢l de los dos sistemas actuales se acercar¨ªa m¨¢s, aunque uno tiene su opini¨®n, claro est¨¢). Lo que me parece indiscutible es que todas las declaraciones de derechos humanos hoy universalmente aceptadas -de palabra, al menos- se resumen en el apotegina antihobbesiano siguiente: el hombre es sagrado para el hombre.
Los corolarios de esa afirmaci¨®n son m¨²ltiples. Entre ellos, el de que todo nacido de mujer merece un lugar digno en la sociedad. Dicho de otro modo: merece que se le garantice la subsistencia por el simple hecho de existir, no por el m¨¦rito de trabajar. Eso tiene, a su vez, nuevos corolarios; verbigracia: que los bienes necesarios para proveer al fin arriba mencionado no pueden ser incondicionalmente objeto de apropiaci¨®n privada, sino patrimonio com¨²n de la humanidad.
Descendiendo al terreno pr¨¢ctico, este principio puede aplicarse a trav¨¦s de una u otra modalidad de lo que ciertos economistas han bautizado como asignaci¨®n universal y en algunas legislaciones se ha recogido t¨ªmidamente bajo la etiqueta de salario social. Seg¨²n estudios elaborados por un equipo de soci¨®logos y economistas del partido socialdem¨®crata sueco, ese estipendio universal a fondo perdido podr¨ªa ser de una cuant¨ªa tal que, garantizando la supervivencia, no eliminara el est¨ªmulo para obtener ingresos mayores mediante la inserci¨®n en el mundo laboral como asalariado, cooperativista, aut¨®nomo, peque?o empresario, etc¨¦tera. El efecto redistributivo ser¨ªa as¨ª compatible con el est¨ªmulo de la productividad, que crecer¨ªa reforzada por el sentimiento general de seguridad y confianza en el futuro (numerosas investigaciones de psicolog¨ªa del trabajo se?alan el tono vital optimista y la ausencia de estr¨¦s como factores primordiales del rendimiento laboral). Adem¨¢s fomentar¨ªa el que individuos o grupos con iniciativa creadora, sabiendo que tienen la subsistencia asegurada, se aventuraran m¨¢s f¨¢cilmente en terrenos de innovaci¨®n productiva o reproductiva: proliferar¨ªan los peque?os inventos que no precisan de grandes inversiones iniciales y s¨ª s¨®lo de tiempo y dedicaci¨®n libre de ansiedades; proliferar¨ªa igualmente la creaci¨®n art¨ªstica e intelectual libre (no lo es en absoluto aquella que precisa vender su producto para sobrevivir). Se crear¨ªa as¨ª una reserva de energ¨ªa social muy importante que seguramente es lo que la humanidad necesita para escapar de esa especie de colapso gravitatorio al que parece abocarla la concentraci¨®n creciente de recursos en actividades lucrativas, pero a la vez destructivas del equilibrio ecol¨®gico, biol¨®gico, social y psicol¨®g¨ªco de nuestra especie, tal como denunciaba no hace mucho Alberto Oliart.
Las carencias
Simplificando mucho, a la vez que profundizando en la idea de la convergencia de sistemas, dir¨ªa que innovaciones sociales como la ejemplificada en la asignaci¨®n universal permitir¨ªan sacar a la vez al actual sistema socialista de la patente falta de democracia del consumo, y al sistema capitalista, de la no tan patente pero igualmente real falta de democracia de la producci¨®n.
En efecto, la planificaci¨®n central conocida, aunque respondiera a mecanismos de decisi¨®n perfectamente democr¨¢ticos (elecci¨®n de abajo arriba de todos los responsables econ¨®micos, y consiguiente o previa sanci¨®n democr¨¢tica de las grandes l¨ªneas directrices de la producci¨®n), dif¨ªcilmente dar¨ªa respuesta satisfactoria a las mil configuraciones diversas que puede adoptar en un momento dado la demanda, imprevisibles por naturaleza. El consumidor preferir¨¢ casi siempre que le den los ingredientes (en efectivo) y prepararse ¨¦l mismo sus guisos (en un mercado bien abastecido a precios competitivos).
Por lo que hace a la econom¨ªa de libre empresa, su nombre resulta todo un sarcasmo si se lo contrasta con la realidad. La tendencia irrefrenable a la oligopolizaci¨®n, y, dentro de ¨¦sta, a la concentraci¨®n en poqu¨ªsimas manos de la titularidad de los capitales sociales de las empresas, restringe tan fuertemente las posibilidades de acceso a las instancias de control de la producci¨®n que las gestas que pueblan el llamado sue?o americano de botones convertidos en presidentes de banco son tan fantasiosas como las de los buscadores del Santo Grial.
Frente a ambos modelos socialmente ineficientes cabe imaginar la s¨ªntesis de propiedad social de los medios de producci¨®n y de cambio-gesti¨®n y usufructo privados, con control fiscal democr¨¢tico, de los mismos. La titularidad social ¨²ltima de los recursos posibilitar¨ªa el control democr¨¢tico de su asignaci¨®n (la cual podr¨ªa adoptar la forma de arriendo, accionariado p¨²blico u otras similares) y una redistribuci¨®n equitativa de las rentas generadas que permitiera mantener el fondo de subsistencia antes mencionado y subsidiar a las rarnas productivas, o de servicios imprescindibles pero cuyos m¨¢rgenes comerciales insuficientes o negativos exigieran ponerlas a cubierto de la l¨®gica convencional del mercado.
Todo esto puede sonar a m¨²sica celestial, por supuesto, y uno es plenamente consciente de que se arriesga a ganarse reproches tan viejos como el del fabulista Esopo: "?Qui¨¦n le pondr¨¢ el cas cabel al gato?". Porque, partiendo de las condiciones actuales, cues ta trabajo ver c¨®mo se llegar¨ªa a quebrar la l¨®gica capitalista del m¨¢ximo beneficio privado aun a costa del m¨¢ximo perjuicio social y a romper la inercia estatalsecia lista de hacen como que nos pagan y hacemos como que trabajamos. Pero, optimista que es uno, siem pre cabe la posibilidad de que, al acercarse la humanidad al precipicio, se agudice su conciencia del peligro que corre. Si finalmente no es as¨ª y se consuma el fracaso no de uno, sino de los dos sistemas hoy en crisis, se habr¨¢ acabado la Historia, por descontado. Pero tras ese final irreversible -a diferencia de lo que predican al gunos profetas que pretenden bautizamos a todos en aguas no del Jord¨¢n, sino del Potomac- no cabr¨¢ ni siquiera el aburrimiento. Por desgracia.
es funcionario de la Comisi¨®n de las Comunidades Europeas.
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