Fin de la Historia
Para una mujer de formaci¨®n profundamente cristiana, como Dolores Ib¨¢rruri, la primera estancia en Mosc¨², de diciembre de 1933 a mayo de 1934, supuso la confirmaci¨®n de la nueva fe. Renuncia definitivamente a volver "a sembrar patatas" en su tierra minera de Somorrostro, donde el destino de la mujer no era otro que "parir y llorar". Ha sentido en su interior la emoci¨®n revolucionaria al ver desfilar dos regimientos de obreros de las f¨¢bricas moscovitas en la plaza Roja y ha experimentado el orgullo de triunfar como ora dora invitada en el congreso del partido bolchevique. Si, como ella misma advierte, ir a Mosc¨² es para el comunista como ir a La Meca para el musulm¨¢n, el espect¨¢culo del proletariado triunfante le hace pura y simple mente llorar. "El que no resucita despu¨¦s de presenciar un desfile de esta naturaleza", explica en carta a sus compa?eros del PCE, "es que est¨¢ m¨¢s momia que la de Tutankamen". El seguimiento de la v¨ªa sovi¨¦tica de emancipaci¨®n de los trabaja dores ser¨¢ en lo sucesivo, y sin espacio para la menor vacila ci¨®n, el ¨²nico camino, y dentro de su partido comunista espa ?ol, a ¨¦l, consagra Dolores sus esfaerzos como dirigente y su enorme capacidad como propa gandista, y como s¨ªmbolo infla mado de la pasi¨®n revoluciona ria. El Frente Popular y la gue rra civil ser ¨¢n los per¨ªodos don de esa actividad destaque, has ta el punto de convertirla en personificaci¨®n de los valores del mundial y de la resistencia espa?ola contra el fascismo. Quiz¨¢ Pasionaria nunca alte r¨® sus esquemas ideol¨®gicos, y eso explipa la prolongada fidelidad a lum parrones estalinistas, precisamente en los a?os negros donde desempe?a las m¨¢ximas responsabilidades dentro del PCE, a partir de 1942, La explotaci¨®n del capitalismo sobre los trabajadores determinaba un cuadro de negatividad radical cuya ¨²nica salida era la revoluci¨®n proletaria guiada por el partido vanguardia, con la ventaja de contar con un referentee infalible: la URS dirigida por Stalin. "Stalin", dir¨¢ Dolores en el discurso necrol¨®gico de mayo de 1953, " era una parte de la vida de cada uno, era la representaci¨®n viva de las m¨¢s nobles aspiraciones de las masas secularmente oprimidas, y a Stalin se le llevaba en el sagrario del alma como lo m¨¢s querido, como lo m¨¢s valioso". En realidad, lo inisino que ella representar¨ªa para. los comunistas- espa?oles en la prolongada era de] culto a la personalidad. De ah¨ª que el 20? Congreso supusiera un aut¨¦ntico derrumbamiento: "Para m¨ª ftie ca¨¦rseme los palos del sombrajo", contar¨¢ m¨¢s tarde, usando como siempre su repertorio de expresiones populares. Aunque, perdido el gu¨ªa, quedaba en pie el modelo irrenunciable:la construcci¨®n del socialismo en la URSS y en las democracias populares. Fidelidad ref¨®rzada por el factor sentimental, t.,antas veces presente en el ditscurso pol¨ªtico de Pasionaria. La muerte de su hijo en Stalingrado frente a los nazis, su permanente sufrimiento como madre, enlazan con otros sufrimientos, los de las masas en lucha contra la opresi¨®n, y todo ello justifica la intransigencia. Fernando Claud¨ªn y Federico S¨¢nchez la experimentar¨¢n en sus cabezas cuando llegue el debate estrat¨¦gico de 1964 y reciban de Dolores la acusaci¨®n de transformar el partido en "una organizaci¨®n de Investigadores" de reblandecido meollo, olvidando la m¨ªtica lucha. Peor les hab¨ªa ido desde tiempo atr¨¢s a todos aquellos que desde dentro o fuera se opusieron a la l¨ªnea del partido: Togliatti tuvo ya que subrayar su rigidez en tiempo de frente popular, y el rasgo se agudizar¨¢ hasta niveles extremos durante la guerra fr¨ªa.
Pero Dolores Ib¨¢rruri fue algo m¨¢s que una dirigente comunista tradicional de la era estaliniana. Ya en el momento de entusiasmo de: la primera estancia moscovita pone sobre la mesa la baza de su sinceridad revolucionaria. Discrepa de la pol¨ªtica sindical de clase contra clase que la Internacional Comunista desarrolla en Espa?a, y al borde de su vuelta a Espa?a asume el riesgo de manifestar esa discrepancia al dirigente internacionalista Manuilsky. Cuando ¨¦ste le advierte que tendr¨¢ que aplazar su regreso, piensa por un irnomento en la retenci¨®n en la URSS aplicada a los disidentes de otros pa¨ªses, y comenta la propia suerte con un expresivo: "?Que sea lo que Dios quiera!". La historia tiene un final feliz, pero anticipa gestos posteriores, culminados en la espectac-ular oposici¨®n a la intervenci¨®n militar del Pacto de Varsovia que en agosto de 1968 pone fin a la primavera de Praga. Breznev y Suslov no debieron dar cr¨¦dito a sus ojos al ver alzarse contra ellos a uno de los mitos (de *la 111 Internacional. Para Dolores Ib¨¢rruri, la necesidad de decir no surg¨ªa entonces de una confluencia de factores sentimentales e ideol¨®gicos. Lamentaba el trato dado a los veteranos de las Brigadas Internacionales en Praga antes de 1968. Muy posiblemente le resultaba intolerable que de nuevo soldados alemanes, por muy socialistas que, fuesen, hollaran el suelo checo. Y sobre todo no cre¨ªa l¨ªcito el uso de la fuerza contra un pa¨ªs socialista donde se manten¨ªa la uni¨®n entre el partido comunista y el pueblo. A pesar de todo, no renegaba en modo alguno de su vinculaci¨®ri con la URSS. Pero precisamente por eso, su no a la invasi¨®n era el m¨¢s rotundo.
Marcada por la dureza de la vida minera y por el componente tradicionalista del medio familiar, Dolores Ib¨¢rruri concibe la militancia como un compromiso casi saeramental con la suerte del pueblo, de los trabajadores. De ah¨ª esa sensibilidad que le perrinite aunar tradicionalismo e innovaci¨®n, al aplicar la m¨¢xima de que "los comunistas no deben fre¨ªrse en su propia salsa", y el acierto de la autodefinici¨®n como comunista intuitiva. Ello explica el sorprendente refrendo a la pol¨ªfica comunista de reconciliaci¨®n nacional en 1956, imponi¨¦ndose "el sentido de lo nuevo" a las "verdades inoperantes y ya sobrepasadas".
Es tambi¨¦n un secretario general comunista que dimite por voluntad propia en 1960. Y hasta el final cumplir¨¢ su deber, haciendo intervenir el peso simb¨®lico, reforzado por su presencia a lo largo de interminables sesiones, en el congreso comunista de diciembre de 1983. Se acerca entonces a los 90 a?os.
En definitiva, la figura hist¨®rica de Dolores Ib¨¢rruri no merece una presentaci¨®n a modo de mito inmaculado. Es el punto de encuentro de corrientes contradictorias desde la lucha antifascista por la democracia al estalinismo, y tambi¨¦n la referencia obligada para situar un largo per¨ªodo de la nuevamente sepultada historia del movimiento obrero. Su nombre viene a sumarse en el recuerdo a los de Juan Peir¨®, Joaqu¨ªn Maur¨ªn, Francisco Largo Caballero, y a la evocaci¨®n del sujeto colectivo en la perspectiva revolucionaria de los a?os treinta. No es un patrimonio ¨²nico ni ofrece una lecci¨®n permanente. Es m¨¢s, si Dolores Ib¨¢rruri vio en la Revoluci¨®n de Octubre el momento decisivo que le permiti¨® superar la radical soledad de mujer minera, el hundimiento de ese mundo de sus creencias supondr¨ªa hoy el aislamiento de su figura si nos atenemos a esa lectura reduccionista. Maestra en el uso de la palabra, Dolores sol¨ªa advertir que al buen orador se le conoce en que sabe terminar. Y lo mismo ser¨ªa aplicable a los planteamientos superados, como aquella esperanza, quebrada en 1956, de anular la derrota republicana. Hoy en Europa ya no tiene sentido la pol¨ªtica de los trabajadores inspirada en "el odio santo hacia sus explotadores", que invocaba Pasionaria en sus primeros art¨ªculos, all¨¢ por 1922. El ¨²nico camino se ha cerrado. Pero si el socialismo real se hunde, la explotaci¨®n y las razones,para la lucha social no han desaparecido, y ah¨ª est¨¢ Latinoam¨¦rica para demostrarlo. Es el fin de una historia, no de la historia. Por eso, entre tantas poes¨ªas hagiogr¨¢ficas que recibiera en vida Dolores Ib¨¢rruri, destacan unos versos de Nicol¨¢s Guill¨¦n: "Que al pie del ¨¢rbol ca¨ªdo,/ paloma, dile, / otro ¨¢rbol crece, y su tronco / de verde viste".
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