Nadie crece a la sombra de los Gandhi
La oposici¨®n india tiene posibilidades de ganar las elecciones de esta semana
ENVIADO ESPECIAL, En la India suele decirse que la familia de Jawaharlal Nehru, de quien es nieto el actual primer ministro, Rajiv Gandhi, "es como un gran ¨¢rbol frondoso que no permite crecer a otros bajo su sombra". La comparaci¨®n puede aplicarse al gobernante Partido del Congreso, que esta semana, a partir del pr¨®ximo mi¨¦rcoles, disputa por novena vez unas elecciones generales. La pimienta de estos comienzos es que por segunda vez en 42 a?os la oposici¨®n tiene posibilidades reales de ganar.
De esos 42 a?os el Partido del Congreso ha gobernado 39, es decir, siempre. Por eso, tanto dentro como fuera del pa¨ªs, Gobiernos incluidos, se le asimila con la India, con su misma existencia como naci¨®n independiente. Y por eso tambi¨¦n, como toda organizaci¨®n pol¨ªtica que se perpet¨²a, ha llegado a un estado de descomposici¨®n que le hace especialmente vulnerable.
Para Rajiv Gandhi, de 45 a?os, ha sonado la hora de la verdad. Aupado en volandas al poder en 1984, tras el asesinato de su madre, Indira, el joven e inexperto piloto comercial tom¨® los mandos sin especiales t¨ªtulos ni ambiciones.
Sus cr¨ªticos dicen ahora que en parte por eso ha malgastado este tiempo al frente de un pa¨ªs que requiere cada d¨ªa esfuerzos tit¨¢nicos para mantener su tim¨®n.
Coalici¨®n circunstancial
Cuando la campa?a electoral acabe hoy en la mayor¨ªa de los Estados indios habr¨¢ quedado listo para sentencia un combate que ha tenido dos exclusivos protagonistas: Rajiv Gandhi, l¨ªder del Congreso I (de Indira) y V. P. Singh, la estrella de la oposici¨®n, jefe de un denominado Frente Nacional, que agrupa una coalici¨®n de partidos regionales a la que apoyan desde ultranacionalistas hind¨²es hasta comunistas.El ¨²nico programa de esta coalici¨®n de circunstancias es expulsar a Gandhi del poder. Y, de llegar al gobierno el Frente Nacional, nadie apuesta un duro por el incorruptible V. P. Singh, para quien, seg¨²n los m¨¢s maliciosos, ya est¨¢n afilando los cuchillos sus m¨¢s curtidos compa?eros de cama.
Singh, de 58 a?os, l¨ªder del partido Janata Dal, el m¨¢s importante del Frente, fue, como ministro de Finanzas de Gandhi, el arquitecto del programa econ¨®mico con el que Rajiv ha cosechado sus mayores ¨¦xitos pol¨ªticos. Un programa de liberalizaci¨®n que ha permitido b¨¢sicamente la aparici¨®n de una clase media que compra coches y televisores en un pa¨ªs donde m¨¢s de 600 millones de personas tienen que pensar cada d¨ªa en si podr¨¢n comer al siguiente.
Bombay, la capital del dinero y del cine (hay no menos de 15 estudios) ejemplifica lo extravagante del milagro indio. Nueve millones de almas se agolpan en una ciudad donde el templo de la diosa: de la riqueza, Mahalaxmi, est¨¢ siempre lleno a rebosar. Yves Saint Laurent trae aqu¨ª a sus modelos femeninos de alta costura a presentar las novedades para 1990 -bien es verdad que sin pechos al aire- en una gala donde cada asistente paga 125 d¨®lares por beber champa?a.
Casi a tiro de piedra del hotel donde se celebra el desfile, centenares de miles de personas que no aparecen en ninguna estad¨ªstica pero que van a votar esta semana viven en tenderetes de caflizo y cart¨®n. En sus puertas tienen pintado: "No luz, no voto". La electricidad que reclaman es, sin embargo, un lujo impensable para otros muchos millones en este pa¨ªs. Es m¨¢s, como en la f¨¢bula, no son ¨¦stos los peor tratados en una ciudad como Bombay, espejo del empuje econ¨®mico indio: otros tienen por hogar un trozo de tela apoyado en dos palos y el conjunto sujeto a la tapia m¨¢s pr¨®xima.
Los acontecimientos de cada d¨ªa relativizan en la India la noci¨®n de democracia formal. La denominada mayor democracia del planeta es un escenario donde se desenvuelven 850 millones de personas, de las cuales dos tercios viven en un nivel desesperado y el 55% no sabe leer ni escribir. En este mismo escenario la vida pol¨ªtica ha sido virtualmente monopolizada por un partido, y en grandes ¨¢reas, sobre todo rurales -casi todo en la India es rural-, vaciada de contenido por el caciquismo y la intimidaci¨®n.
Democracia din¨¢stica
Hubo un tiempo en que la elecciones en la India se desarrollaban a lo largo de varias semanas. A¨²n hoy, la tarea de convocar a las urrias a 500 millones de personas -como si Estados Unidos y todos los pa¨ªses de Europa occidental votaran simult¨¢neamente- llevar¨¢ tres d¨ªas: 22, 24 y 26 de noviembre, una vez que se ha descartado el uso de ordenadores en el recuento. Treinta y cinco millones de j¨®venes que han cumplido 18 a?os se incorporan a estos comicios y nadie tiene la menor idea de c¨®mo van a pronunciarse.No se decide sobre programas pol¨ªticos, nunca se ha decidido. Se dirime la continuidad o no de la democracia din¨¢stica de los Nehru, encarnada ahora por Rajiv Gandhi. Con los ¨²ltimos d¨ªas de campa?a y el viento en contra, el Partido del Congreso, que controla tambi¨¦n la radio y la televisi¨®n, se ha lanzado a una fren¨¦tica oleada de propaganda con un leitmotiv: o Rajiv o el caos y la desintegraci¨®n. P¨¢ginas enteras de los grandes peri¨®dicos nacionales reproducen la palma de la mano que identifica al Partido del Congreso junto al lema: "Mi coraz¨®n late por India".
?stas son las primera elecciones en muchos a?os que no tienen su origen en un acontecimiento extraordinario. Para ganarlas se necesita la mayor¨ªa de los 529 esca?os que se disputan en la C¨¢mara baja. Nadie le da a Gandhi ninguna posibilidad de conseguirla. Rajiv Gandhi lleg¨® al poder prometiendo regeneraci¨®n, igualitarismo econ¨®micosocial y paz interna. Cinco a?os despu¨¦s, la corrupci¨®n, rampante en su partido y en la maquinaria pol¨ªtica, se ha acercado peligrosamente a su persona con el esc¨¢ndalo Bofors (los sobornos pagados por firma sueca de armamento), principal argumento opositor en la campa?a electoral.
Cinco a?os despu¨¦s, el primer ministro indio gobierna un pa¨ªs donde el foso de las desigualdades econ¨®micas y de casta es tan abismal como sol¨ªa; y en el cual las tensiones entre hind¨²es y musulmanes son tan explosivas como la cuesti¨®n sij en el Punjab, que se sigue cobrando 10 o 15 vidas cada d¨ªa.
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