Gradeza y miseria de Euskal Herria

El pasado domingo tuve oportunidad de satisfacer la curiosidad que ten¨ªa desde que supe que Eduardo Chillida hab¨ªa situado una de sus obras, Gure Aitaren Etxea, en las cercan¨ªas de la Casa de Juntas y, aprovechando el d¨ªa libre, fui hasta all¨ª.Dentro del recinto de la mencionada casa no logr¨¦ ver nada hasta que, en un giro casual de cabeza, pude divisar, entre ¨¢rboles y a unos cuantos metros de all¨ª, un aspecto parcial pero inconfundible de una de las cara de la obra que buscaba...

Disfrutando de su universa monumentalidad y recorriendo sus alrededores en busca de dife rentes perspectivas, me acerqu¨¦ para adentrarme en la parte interior de la obra, ya que, como inu chos sabr¨¢n, recuerda la proa de un barco y es posible su observaci¨®n desde dentro, y en el momento de hacerlo, me sent¨ª sacudido como por un pinchazo procedente de unas pintadas que al guien all¨ª hab¨ªa escrito...

Estas pintadas, procedentes de ese sector de nuestro pueblo que tan vivamente dice defendernos, se un¨ªan a una p¨¢tina sucia en la pared angular, producto de repetidas micciones de algunos de nuestros conciudadanos...

En ambos casos, lo realmente triste y descorazonador no es que sospechemos en los que lo hacen la carencia total de sensibilidad sobre la universalidad de lo art¨ªstico, sino la falta de ese fundamental respeto por lo, llam¨¦mosle sagrado, que debe caracterizar a quienes tenemos la obligaci¨®n de conducirnos como seres humanos.-