Caza y captura del 'gringo'
Miembros de los Batallones Dignidad se hacen con rehenes norteamericanos
ENVIADA ESPECIALEl cielo enrojeci¨® mientras desde el cuartel central de las tropas norteamericanas del Comando Sur se bombardeaba a la luz de las bengalas. Pero mucho m¨¢s cerca, en el pasillo del piso 14 del hotel Marriott, situado en el barrio residencial de San Francisco, donde se hallaba esta enviada especial, potentes gritos, culatazos en las puertas y alg¨²n disparo contra las cerraduras anunciaban un peligro m¨¢s cercano: la irrupci¨®n de miembros de los Batallones Dignidad armados en busca de rehenes extranjeros.
Apagamos las luces y esperamos que el objetivo no fueran espa?oles, ni periodistas. Poco despu¨¦s comprobamos que su prop¨®sito era capturar a cuanto norteamericano pudieran. Se llevaron a una decena -entre ellos, algunos informadores y en el momento de escribir esta cr¨®nica fuentes del Ej¨¦rcito de Estados Unidos afirman que son 41 los rehenes de esta nacionalidad que permanecen en poder de las milicias civiles paname?as, aunque comunicados de la emisora oficial de las Fuerzas de Defensa del pa¨ªs invadido afirman que han capturado a una veintena m¨¢s. Era medianoche, algunos fueron sacados de la cama, y otros vieron interrumpida dram¨¢ticamente en el bar su copa de happy hour, en medio del pavor de los otros hu¨¦spedes. Todos, a punta de metralleta abandonaron el hotel con rumbo desconocido, en furgoneta civiles y coches de los hu¨¦spedes que fueron requisados sin contemplaciones. Entre los que quedamos corri¨® el rumor de que unos pocos gringos hab¨ªan conseguido no ser apresados y se encontraban escondidos en alg¨²n lugar del edificio de 15 pisos, desde cuyos ventanales pod¨ªa seguir contempl¨¢ndose el espect¨¢culo pavoroso de la ciudad vieja ardiendo.
Hotel incomunicado
El hotel qued¨® incomunicado efectos internacionales. Miembros del servicio de seguridad condujeron a los hu¨¦spedes hasta el hall, en donde fue habilitado un buf¨¦ de urgencia con caf¨¦, t¨¦, agua fresca y pasteles A algunos los nervios les hicieron comer compulsivamente. Los numerosos hu¨¦spedes japoneses fueron los primeros en organizarse y salir a buscar mantas con qu¨¦ dormitar sobre los pocos colchones que hab¨ªan sido instalados. Un caballero jud¨ªo de unos 60 a?os paseaba hist¨¦ricamente con el kip¨¢ ladeado. Un napolitano dijo que prefer¨ªa dormir en su cama y subi¨® a su habitaci¨®n, pese al estruendo de las bombas, ante la consiguiente indignaci¨®n de un compatriota suyo, milanes, que aprovecho para despotricar contra la gente del Sur.
Sin embargo, la mayor¨ªa de los hu¨¦spedes -muchas se?oras en traje de noche, alg¨²n caballero de esmoquin y todos con el miedo pintado en los rostros desencajados- prefirieron agruparse en tomo al ¨²nico aparato de radio que se ten¨ªa a mano, y que era precisamente la de esta enviada. As¨ª permanecimos durante horas, agachados y con el temor de que alguien decidiera atacar el hotel, que permanec¨ªa bravamente iluminado mientras avanzaba la noche. La ¨²nica emisora que qued¨® bajo el control de las Fuerzas de Defensa paname?as, Radio Nacional, emit¨ªa soflamas patri¨®ticas y mensajes en clave, as¨ª como ardorosos llamamientos a los combatientes civiles para que replicaran a la agresi¨®n norteamericana, todo ello con el h¨ªmno nacional intercalado.
Los hu¨¦spedes se divid¨ªan entre partidarios de Noriega y un n¨²mero menos numeroso que estaba a favor de su captura. Aunque estos ¨²ltimos se cuidaban de comentarlo en voz demasiado alta, por temor a que entre nosotros se hallaran miembros de los Batallones Dignidad o simples sapos, como se llama a los chivatos.
Cuando empez¨® a clarear, un nuevo motivo de alarma se sum¨® a la provocada por helic¨®pteros Cobra y aviones-radar de combate que nos sobrevolaban en silencio: en la bah¨ªa situada frente al hotel apareci¨® una fragata no que, aparentemente, estaba cubriendo a un par de lanchas r¨¢pidas de reconocimiento. A lo lejos, en la l¨ªnea del horizonte, m¨¢s de una docena de buques permanec¨ªan atorados, imposibilitados de atravesar el cerrado Canal. Fue entonces cuando algunos optamos por utilizar los pocos veh¨ªculos que quedaban para salir del hotel. En Balboa, la avenida que conduce al centro, carros de combate norteamericanos controlaban cada esquina. El hospital de Santo Tom¨¢s, que hab¨ªa recibido el grueso de heridos y cad¨¢veres, permanec¨ªa en un blanco mutismo.
Los espa?oles, a salvo
Los espa?oles se encontraban bien hasta este momento, seg¨²n las gestiones realizadas por el embajador Tom¨¢s Lozano, cuyos desvelos alientan permanentemente a la colonia. Un sacerdote, el padre Mazadas, p¨¢rroco de la localidad de Chitre -a 300 kil¨®metros de la capital- tuvo que esconderse despu¨¦s de que miembros de los Batallones Dignidad intentaran detenerle.
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