Las lecciones de Panam¨¢
1. La invasi¨®n de Panam¨¢ por fuerzas armadas de Estados Unidos es un desastre desde cualquier punto que se le observe. Primero, es un desastre internacional. Interrumpe violentamente el proceso de distensi¨®n y establece un violento contraste entre los cambios pac¨ªficos que se suceden en la antigua zona de influencia sovi¨¦tica y la arrogante incapacidad norteamericana para aceptar los caminos de la negociaci¨®n y el derecho en su propia zona de influencia en Centroam¨¦rica y el Caribe.Gorbachov ha renunciado la pol¨ªtica de esferas de influencia. Ha renunciado al intervencionismo, ha demostrado s confianza en que cada pa¨ªs sabr¨¢ dirimir sus propios conflictos internos y darse libremente los Gobiernos acordes con su experiencia nacional. Bush ha hecho exactamente lo contrario. Se niega a desprenderse de la zona de influencia caribe?a y centroamericana. Se atribuye el derecho de intervenir en los asuntos internos de una naci¨®n soberana y a dictarle los t¨¦rminos de su vida pol¨ªtica.
En otras palabras: la perestroika europea no est¨¢ siendo correspondida por una perestroika americana. Europa se en camina con decisi¨®n a metas que los latinoamericanos conocemos y apreciamos: autodeterminaci¨®n, no intervenci¨®n, soluci¨®n pac¨ªfica de controversias. El continente americano se aleja r¨¢pidamente de esas mis mas metas. Todos corremos el peligro de que las reglas m¨¢s elementales de la simetr¨ªa internacional muevan a la URSS a restaurar lo mismo que Estados Unidos se niega a abandonar: pol¨ªtica de esferas, derecho a la intervenci¨®n. Gorbachov, que es un gran estadista, necesitar¨¢ todo su talento para impedir que la inseguridad valentona de un pol¨ªtico circunstancial como lo es George Bush eche a pique un plan de convivencia para el siglo XXI con maniobras que pertenecen al siglo XIX.
2. La segunda zona de desastre es nuestro propio hemisferio. El Gobierno de Bush nos anuncia a todos que, en el continente americano, Estados Unidos se sigue arroga-I-ldo el derecho de intervenir a su antojo, quitar y poner rey y pisotear todas las leyes. No es de sorprender que, en estas circuristancias, Fidel Castro decida atrincherarse en su Numancia'insular y advierta, con raz¨®n, que la guerra fr¨ªa no ha termiriado en el Caribe. Hemos de deplorar tambi¨¦n que el proceso de paz en Centroam¨¦rica s ifra una demora mortal y que acci¨®n de Bush anuncie que no habr¨¢ m¨¢s paz en "la delgada cintura desufrimiento", que cant¨® Pablo Neruda, que la determinada por el capricho norte americano.
La lectura de lo que ha ocurrido en Panarn¨¢ tiene que ser alarmante para Nicaragua y su doble proceso hacia la paz y hacia la dernocracia. Si las elecciones de febrero no le dan el triunfo a la candidatura oficial de Washington, ?se sentir¨¢ Bush autorizado a intervenir para restaurar la democracia? La guerra a¨²n no termina en El Salvador. Los zonflictos internos de Guatemala se vuelven cada d¨ªa m¨¢s visibles y explosivos. ?Ser¨¢ nuevamente Estados Unidos el que determine el rumbo futuro de esos pa¨ªses?
Y la amenaza, claro est¨¢, no termina all¨ª. Si Washington ha decidido que el fin de la guerra fr¨ªa internacional autoriza el inicio de la guerra caliente! interamericana, nadie ni nada se encuentra a salvo. Ni Mexico, con el pretexto que sea: lucha contra el narcotr¨¢fico, fraude electoral, inestabilidad pol¨ªtica, movimientos migratorios o protecci¨®n a alg¨²n turista deslavazado en Puerto Vallerta; todo vale. Ni Colombia, el pa¨ªs al que le fue cercenada la provincia paname?a y en cuyo territorio quisiera desplegar Bush fuerzas militares contra los barones de la droga... ?Qui¨¦n estar¨ªa en estas condiciones a salvo de ser salvado por la providencia. de la Casa Blanca?
3. No ser¨¢ as¨ª, sin embargo, por raz¨®n de un tercer desastre, y es el que Estados Unidos se inflige a s¨ª mismo con una acci¨®n como la emprendida contra Panam¨¢. Esta cat¨¢strofe ata?e al coraz¨®n y a la voluntad mismos de la democracia norteamericana. Al filo de un nuevo siglo, a la. luz de una realidad internacional que sufre cambios veloces d¨ªa a d¨ªa, Estados Unidos aparece como un monstruo antediluviano debati¨¦ndose patas arriba en un mar de anacron¨ªas. ?Qu¨¦ estamos viendo? ?Nada ha cambiado desde 1803? ?Sigue Teddy Roosevelt en el poder, son realidades viables a¨²n el gran garrote, la diplomacia del d¨®lar y el destino manifiesto? Dan ganas de. restregarse los ojos.
Pero a la anacron¨ªa delirante de la invasi¨®n debe a?adirse una consideraci¨®n sobre la no menos rid¨ªcula falta de preparaci¨®n de los dispositivos de inteligencia norteamericanos. Si de lo que se trataba era de dar un golpe de mano contra el dictador militar Manuel Noriega, una operaci¨®n de comando debi¨® capturarlo primero y, s¨®lo entonces proceder a la invasi¨®n. La misma inercia de las operaciones en el desierto iran¨ª, en L¨ªbano y en el golfo P¨¦rsico han puesto de manifiesto una vez m¨¢s la precariedad de los servicios de inteligencia, su falta de sincronizaci¨®n con las operaciones militares y la confusi¨®n de ¨¦stas.
Pero si no las operaciones militares y de inteligencia, ?funcionan por lo menos las justificaciones pol¨ªticas? Invocar la restauraci¨®n de la democracia no pasa en un continente donde Trujillo, Somoza, Pinochet y las juntas argentir¨ªas han llegado al poder y sobrevivido con asistencia y benepl¨¢cito norteamericanos. Invocar la muerte de un infante de Marina resulta un pretexto sentimertal cuando, a la hora de escrib¨ª,, estas p¨¢gi nas, ya han muerte 20 soldados norteamericanos en Pariam¨¢ y m¨¢s de 50 murieron en L¨ªbano sin que el belicoso Reagan o su vicepresidente, Bush, se sintie sen movidos a verigarlos. ?Por qu¨¦? Porque en L¨ªba no era enfrentarse a Siria, y Si r¨ªa tiene m¨¢s de cinco inillones de habitantes.
Digo que Estados Unidos se derrota a s¨ª mismo, en una operaci¨®n como la paname?a porque demuestra una vez m¨¢s que ellos s¨®lo se meten con naciones de menos de cinco millones de habitantes: Granada, Libia, Nicaragua y, ahora Panam¨¢... A medida que sus enemigos se hacen m¨¢s peque?os, Estados Unidos tambi¨¦n se empeque?ece. El macho hemisf¨¦rico, aparece como un cobarde; el mat¨®n del barrio, t¨ªpicamente, no se mide contra uno de su propio tama?o. Estos hechos claman a la verg¨¹enza. Su v¨ªctima son los propios Estados Unidos de Am¨¦rica.
4. No hay v¨ªctima m¨¢s cierta de esta cat¨¢strofe, sin embargo, que la propia Rep¨²blica de Panam¨¢ -un pa¨ªs que me es particularmente querido, me apresto a a?adir, porque en el nac¨ª, siendo mi padrei encargado de negocios del Goblerno de Plutarco El¨ªas Calles- En todas las memorias estaba presente entonces el recuerdo de la invasi¨®n de Veracruz en 1913 en nombre de la oposici¨®n de Woodrow Wilson a otro dictador latino america no, Victoriano Huarte.
Result¨® dif¨ªcil en aquel mo
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mento asociar al asesino de Madero con ninguna ideolog¨ªa o conspiraci¨®n extracontinental, como no fuese con la ideolog¨ªa de la exportaci¨®n y consumo del co?¨¢ Martell. Pero a Carranza se le presion¨® con el fantasma del k¨¢iser, y a Calles, ya, con el del bolcheviquismo. C¨¢rdenas salv¨® limpiamente estos escollos ayudado por Franklin, Roosevelt y Trotski, pero a Per¨®n se le tild¨® de fascista, y a Arbenz, Castro, Allende y Ortega se les asedi¨® en nombre de la defensa contra el comunismo.
Al general Noriega, como a Huerta, se le puede acusar de muchas cosas, menos de comunista. Sus vicios son bien conocidos: es feo, es un s¨¢dico, es narcotraficante, es corrupto y es un tirano. Pero el vicio mayor de Noriega es de origen, y es su origen: se trata de una criatura de los servicios de inteligencia norteamericanos, y que los conoce al dedillo. ?ste es su crimen mayor y su verdadero peligro: Noriega conoce perfectamente los v¨ªnculos entre el narcotr¨¢fico y la contra nicarag¨¹ense; se sabe de memoria los detalles de la operaci¨®n Managua y las responsabilidades en que incurrieron en ella altos funcionarios norteamericanos de ayer y de hoy, incluyendo a Ronald Rea,gan y a George Bush.
La invasi¨®n de Panam¨¢ tambi¨¦n. es, de esta manera, la cacer¨ªa de un hombre que hasta ahora ha jugado provocativamente las cartas de su gran chantaje internacional. A este hombre, Estados Unidos le ha puesto, como el ayatol¨¢ Jomeini a Salman Rushdie, precio a su cabeza: un mill¨®n de d¨®lares. Sospecho que el prop¨®sito de esta. cacer¨ªa no es capturar a Noriega y someterlo a juicio en Estados Unidos, sino asesinarlo lo m¨¢s pronto posible y callarle la boca para siempre.
En aras de esta s¨®rdida vendetta contra el soldadete que result¨® respond¨®n, Estados Unidos ha puesto en jaque la distensi¨®n internacional, la atenci¨®n diplom¨¢tica latinoamericana, que una vez m¨¢s es distra¨ªda de sus verdaderos prop¨®sitos -la reanudaci¨®n del crecimiento con justicia en un clima de respeto y negociaci¨®n-, para perderse en un sideshow, un carnaval sangriento, pero, al fin y al cabo, un asunto interno que s¨®lo compete a los paname?os, y a nadie m¨¢s, resolver.
Panam¨¢ mismo es, por ello, el desastre mayor. Pues si esta peque?a naci¨®n tiene derecho a existir como pa¨ªs soberano en el conjunto hemisf¨¦rico a pesar de su origen artificial, sacrifica ese derecho en la medida en que aplaude la invasi¨®n o tolera la imposici¨®n de un Gobierno pelele. Pues nuevamente, sean cuales fueren los t¨ªtulos de legitimidad de Endara, los acaba de perder prest¨¢ndose al triste papel de t¨ªtere tropical, tan deplorable como los de Indra, Bilak y Musak, que aprobaron la invasi¨®n sovi¨¦tica de Checoslovaquia en 1968. ?No ten¨ªan los paname?os otro recurso para deshacerse de Manuel Noriega que apelar a la invasi¨®n extranjera? Los mexicanos no dijimos esto para acabar con Huerta ni los rumanos para expulsar a Ceaucescu. No valen pretextos en estos casos, salvo si se quiere sacrificar la soberan¨ªa misma y repetir tarde o temprano el mal que s¨®lo nosotros, y nadie m¨¢s, puede exorcizar.
La ilegitimidad hist¨®rica del r¨¦gimen de Endara va a ser ratificada por otra necesidad surgida de este desastroso evento. Destrozadas las fuerzas de polic¨ªa, librado el pa¨ªs a la anarqu¨ªa y al vandalismo, devastada la econom¨ªa por dos a?os de sitio, sanci¨®n y sangr¨ªa, previsiblemente organizadas algunas fuerzas en resistencia, francotiradores o guerrillas, la fuerza de invasi¨®n necesariamente pasar¨¢ a ser fuerza de ocupaci¨®n.
Entonces, con desnudez, se ver¨¢ el prop¨®sito de este catastr¨®fico cuento: permanecer en Panam¨¢ para controlar el canal y declarar, por causa de fuerza mayor, nulos los tratados Torrijos-Carter.
Pero si Bush puede hacer esto en Panam¨¢, ?no lo puede hacer Deng en Hong Kong o Gorbachov en Berl¨ªn? El crimen de George Bush es haberle dado una nueva oportunidad a la pol¨ªtica del hecho consumado sobre la pol¨ªtica del hecho negociado. La realidad econ¨®mica y social de Panam¨¢ hubiese dado cuenta al cabo del general Noriega como dio cuenta de Ceaucescu o de Honecker.
5. Por eso digo que, finalmente, no debemos alarmarnos m¨¢s all¨¢ de ciertos l¨ªmites. La acci¨®n en Panam¨¢, desastrosa sobre todo para los paname?os, s¨®lo nos amenaza a los mexicanos, a los colombianos, a los argentinos, si permitimos que nos espante un Superman a?il que est¨¢ dando, peligrosamente, sus ¨²ltimas patadas de ahogado.
En M¨¦xico, Brasilia o Buenos Aires debemos tener presente que el mundo ya no responde a las visiones o ilusiones provincianas de Estados Unidos. Los procesos de cambio que se han desatado son demasiado profundos, a la par que imprevisibles. Washington no se debe enga?ar creyendo que ellos han triunfado y los otros han perdido, y que esta lectura falaz le da a Estados Unidos patente de corso, si no en Europa, Asia o ?frica, s¨ª en este hemisferio. Si desconocemos nuestras armas cundir¨¢ la pirater¨ªa. Debemos reconocerlas pronto y usarlas, llegado el caso, con prudencia y decisi¨®n.
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