San Jer¨®nimo el Real, un bajel madrile?o
Si el andar¨ªn avisado quiere amansar su esp¨ªritu y combatir la rutina circular del fragor urbano madrile?o aliviando su mirada en el rumor que surge de bellos edificios silenciosos, podr¨¢ caminar por una zona singular que Madrid alberga. Se trata de un rect¨¢ngulo con el Retiro a un lado, que se ensancha desde la Puerta de Alcal¨¢ hasta el Instituto Isabel la Cat¨®lica, calle de Alfonso XII abajo, y desde el palacio de Correos, por la calle de Ruiz de Alarc¨®n, hasta el Jard¨ªn Bot¨¢nico. Es, sin duda, un espacio madrile?o marcado por una distinci¨®n sellada de tristeza.Un aroma de hojarasca dulce venido del Retiro envuelve el barrio suavemente. Al comenzar el paseo, la placa que rubrica el nacimiento de Jos¨¦ Ortega y Gasset da paso la calle de Valenzuela, que se abre con dos restaurantes, uno famoso otrora por su carne de ciervo, su rabo de toro y tambi¨¦n por una cena habida all¨ª con Heinrich Himmler, siniestro comensal del Madrid de la Segunda Guerra Mundial, seg¨²n ha dado fe la Condesa de Romanones en su libro sobre Madrid, capital entonces del espionaje.
El surco pendiente de la calle baja hasta el on¨ªrico y fragmentado murall¨®n del Palacio de Correos -en su d¨ªa llamado Nuestra Se?ora de las Telecomunicaciones, por su apariencia catedralicia-, vestido ahora de negro y plata para matar su vac¨ªo, flanqueado por el nuevo edificio de la Bolsa, del arquitecto Luis Beltr¨¢n, frente a la emisora COPE.
Sigue la calle de Montalb¨¢n, erigida de grandes casas de base y molduras parisienses, que albergan notar¨ªas, compa?¨ªas el¨¦ctricas o peque?os museos, como el de Artes Decorativas, y compactos edificios como el que fuera Delegaci¨®n de Hacienda o el de la casi fortaleza del ex Ministerio de Marina, s¨®lido enjambre de antenas hacia el cielo. En esta calle, no lejos de donde Almod¨®var rod¨® sus Mujeres al borde... etc¨¦tera, fu¨¦ secuestrado el magnate Antonio Mar¨ªa Oriol, existi¨® un afamado restaurante h¨²ngaro con pa?uelos de lunares y violines repletos de czardas y nostalgia, junto a la casa donde tuvo sede el Movimiento Comunista de Espa?a.
Sue?os de esmalte
La legaci¨®n de Costa Rica, con su balconada sobre Alfonso XII, pareci¨® siempre envuelta en ese espacio sin tiempo que encapsula las Embajadas latinoamericanas y contempla mudo el quehacer afanoso de Dar¨ªos o de Nerudas, transgresores de rutinas y orfebres de sue?os de esmalte. Las calles de M¨¦ndez N¨²?ez, con el palacio que fuera de los Condes de Elda y el de la Fundaci¨®n Santillana; Moreto, con sus restaurantes; Felipe IV, la de la curva magn¨ªfica hacia el Parque; Alberto Bosch, con su suave descenso hacia el Museo y Espalter, endulzado por los efluvios de los pl¨¢tanos que cobija el Bot¨¢nico, ti?en de solera al barrio, que cobra toda su majestuosidad en la espaciosa calle de Antonio Maura, que es prolongaci¨®n del sobrio Paseo de las Estatuas del Retiro.
Si el caminante deja a su derecha el columnado edificio de la Bolsa que, con el gran hotel de los polacos, engloba la plaza de la Lealtad -la del l¨¢piz erguido al cielo en homenaje a los valientes del 2 de Mayo- y avanza luego por la umbrosa calle de Ruiz de Alarc¨®n, ver¨¢ frente a una pasteler¨ªa vienesa de cremosos petitsuisses de chocolate, el portal de la casa de P¨ªo Baroja, a s¨®lo unos metros del Museo del Ej¨¦rcito, de techo negro de pizarra, que alberg¨® los fastos de la corte del Cuarto de los Felipes de Austria.
Buque insignia
Ya desde all¨ª mismo, el contorno del buque insignia del barrio se adivina magn¨ªfico. Con la borb¨®nica Academia de la Lengua a babor y el Cas¨®n del Buen Retiro con su Gernika adentro, a estribor, la iglesia de San Jer¨®nimo el Real surge aqu¨ª imponente cual bajel anclado desde hace cinco siglos en un brumoso puerto de Flandes. Parece reci¨¦n zarpado de uno de los lienzos de El Bosco que, s¨®lo unas brazas m¨¢s abajo, cuelgan misteriosos de los muros del venerable Museo del Prado. Las piedras frescas del claustro oscuro de los Jer¨®nimos y esas sus agujas tiesas, hoy rotas, de ladrillo al cielo, parecen pedir tregua a un firmamento que desde las nubes de plomo plateado, prieto, devora hoy Madrid a dentelladas de agua.
Alvarez del Vayo, Esteban Bilbao, Isabelita Per¨®n o el coronel nazi Otto Skorzeny, pol¨ªticos; Ram¨®n y Cajal, Sarabia y Otero Navascu¨¦s, cient¨ªficos; Concha Espina y Alberto Ins¨²a, escritores; Jaime Pini¨¦s, Barandica y Rup¨¦rez, diplom¨¢ticos; Jos¨¦ Del Arco y Antonio Noriega, economistas; Zome?o, Torres, D¨ªaz Gonz¨¢lez y Alvarez Ude, m¨¦dicos; Garrigues y Adolfo Su¨¢rez, abogados; Gonz¨¢lez Romero o Su¨¢rez Guanes, periodistas; Vicente Escriv¨¢, los Gonz¨¢lez Sinde y Ladislao Wajda, cineastas; Lil¨ª ?lvarez y Roc¨ªo Arango, deportistas; Juan Belmonte, torero. Piedad Iturbe, princesa Hohenloe.... Todos fueron o son hijos o vecinos de este barrio, que destila un aroma de melancol¨ªa granate, madrile?a.
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