Los extra?os GRAPO
EL ASESINATO a sangre fr¨ªa de dos guardias civiles ayer en Gij¨®n, en una acci¨®n de la misma factura que la que seg¨® la vida el pasado mes de marzo de otros dos guardias civiles que custodiaban la entrada de una sucursal bancaria en Santiago de Compostela, es, por lo que parece, el m¨¢s reciente acto criminal de la ¨²ltima reaparici¨®n sangrienta de los GRAPO.La oscura existencia de este grupo terrorista residual no ha dejado de estar rodeada siempre de un halo misterioso en la medida en que sus repetidas irrupciones en la escena p¨²blica han coincidido en muchas ocasiones con los momentos pol¨ªticamente m¨¢s delicados de la transici¨®n espa?ola y del actual per¨ªodo democr¨¢tico. La ya larga vida de esta organizaci¨®n terrorista, jalonada por desarticulaciones anunciadas a bombo y platillo y por s¨²bitas resurrecciones a partir de su mismo nacimiento en octubre de 1975, siempre ha provocado, con fundamento o no, reacciones recelosas y desconfiadas. A falta de informaciones m¨¢s precisas y fiables, la extra?eza ante la permanente metamorfosis de este grupo terrorista sigue viva a los 14 a?os de su eclosi¨®n criminal.
Al ciudadano le cuesta trabajo comprender que siendo tan pocos los integrantes de esta banda terrorista, careciendo de la m¨¢s m¨ªnima base social de apoyo y reducidos a una vida de rigurosa clandestinidad, puedan sobrevivir aliment¨¢ndose a s¨ª mismos y dejando tras ellos una estela de cr¨ªmenes marcados por el objetivo de la desestabilizaci¨®n. Es muy posible, sin embargo, que sean estas mismas circunstancias las que, en ¨²ltimo t¨¦rmino, hacen tan ardua su captura. Desgraciadamente, matar por matar no requiere de una organizaci¨®n estable ni de una especial preparaci¨®n. Y seguir el rastro de tales asesinos no es tarea f¨¢cil. Con todo, y aun admitiendo esa dificultad de principio, hay razones para dudar de la competencia de unos servicios policiales que durante a?os han sido incapaces de acabar con la actividad criminal de quienes se agrupan bajo tan siniestras siglas, muchos de los cuales son ya viejos conocidos de comisar¨ªas y establecimientos penitenciarios.
La ¨²ltima reaparici¨®n de estos terroristas practicantes de la estrategia de la tensi¨®n ha culminado, por el momento, en el asesinato de dos guardias civiles en Gij¨®n, en un atentado en el que los asesinos han empleado dosis especiales de sadismo; pero su firma es habitual en la serie de cr¨ªmenes que vienen cometi¨¦ndose desde hace m¨¢s de un a?o en distintos lugares de Espa?a. Recientemente, los asesinatos frustrados de un comandante y de un coronel del Ej¨¦rcito en Madrid y Valencia, respectivamente, llevan su marca, y a ellos hay que a?adir, entre otros, el asalto, en octubre de 1988, de unas oficinas del documento nacional de identidad (DNI) en Madrid, donde remataron en el suelo a un polic¨ªa nacional.
Aclarar los atentados terroristas, detener a sus autores, seguir de cerca a los grupos de los que se tiene fundadas sospechas que son propicios al recurso de la violencia y descubrir sus conexiones y apoyos exige no s¨®lo el esfuerzo de la polic¨ªa, sino, sobre todo, unos servicios de informaci¨®n altamente especializados y preparados. En estos momentos son varias las actuaciones terroristas de diverso signo perpetradas en los ¨²ltimos meses que, a medida que transcurren los d¨ªas, pueden terminar engrosando el ya abultado saco de los asuntos sin aclarar. El asesinato del diputado electo de Herri Batasuna Josu Muguruza y el secuestro por ETA del industrial navarro Adolfo Villoslada forman parte de la larga lista. El fen¨®meno del terrorismo -aislado u organizado- puede que no constituya ya una amenaza inmediata para la estabilidad pol¨ªtica de Espa?a. Pero ser¨ªa conceder una prima de incalculable valor a los violentos bajar la guardia en la persecuci¨®n de tales delitos, en la confianza de que se trata de hechos marginales de escasa incidencia en la vida pol¨ªtica espa?ola. Un tumor enquistado nunca dejar¨¢ de ser un tumor, y el resto de la sociedad sana seguir¨¢ siendo vulnerable mientras ese tumor exista.
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