El hombre de la d¨¦cada
LOS TIEMPOS de revoluci¨®n no son tiempos de certezas. Aun as¨ª, una nos queda cuando concluye, con un 1989 lleno de portentos, la d¨¦cada de los ochenta: que un mundo antiguo agoniza y otro est¨¢ empezando a nacer. Como s¨ªmbolo de la que ya ha adquirido carta de naturaleza como revoluci¨®n de 1989 quedar¨¢ durante mucho tiempo el obsceno muro, roto en mil pedazos, que durante m¨¢s de un cuarto de siglo fue el emblema de la divisi¨®n de dos mundos que, siendo hermanos de la misma madre, fueron artificialmente separados en nombre de una teor¨ªa del planeta basada en el dominio y en el reparto.No fue ¨¦se ni el primero ni el ¨²ltimo de los prodigios que los ciudadanos europeos tuvieron el privilegio de vivir en este a?o reci¨¦n inscrito en los libros de historia. Antes, Polonia hab¨ªa estrenado un Gobierno no comunista, y la lucha de las fuerzas de oposici¨®n, agrupadas en torno al sindicato Solidaridad, alcanzaban su madurez, despu¨¦s de 10 a?os de persecuciones y sufrimientos, con una rotunda victoria electoral sobre el viejo mundo comunista. Hace s¨®lo unos d¨ªas, el Parlamento polaco suprim¨ªa de la Constituci¨®n los restos del antiguo r¨¦gimen y sentaba las bases de un sistema de libertades. Tambi¨¦n antes, los propios comunistas h¨²ngaros disolv¨ªan su partido en una suerte de auto sacramental que acababa con la hegemon¨ªa de un partido herido de muerte a los ojos del pueblo magiar desde la tr¨¢gica revoluci¨®n frustrada de 1956.
Despu¨¦s de la ca¨ªda del muro y de la incorporaci¨®n de la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana al feliz cortejo de naciones en busca de un futuro m¨¢s humano y m¨¢s digno, Bulgaria primero y Checoslovaquia en seguida se unieron al movimiento, cuyas ¨²ltimas consecuencias no ver¨¢n la luz probablemente sino al final de la d¨¦cada que ahora comienza. ?sta de 1989 est¨¢ siendo, por lo dem¨¢s, la revoluci¨®n de los ciudadanos. La iniciativa ha correspondido en todos los casos a un pueblo que fue perdiendo el miedo a una velocidad inusitada y que sali¨® de sus casas pidiendo -exigiendo- libertad. Si la revoluci¨®n cuyo segundo centenario acabamos de conmemorar tom¨® impulso con el asalto a una antigua prisi¨®n de nobles, la de 1989 se convirti¨® en un fen¨®meno pol¨ªtico imparable con la toma de la calle por parte de los ciudadanos. La toma pac¨ªfica, se entiende. Porque esa ha sido otra de las felices caracter¨ªsticas de la recuperaci¨®n de las libertades en Europa central y del Este: la contundencia de los movimientos populares se ha impuesto por la fuerza de los argumentos y de la raz¨®n.
No han faltado, por desgracia, las excepciones te?idas de tragedia: el pueblo rumano ha tenido que pagar el insoportable precio de miles de vidas humanas para sumarse al carro de la historia; el pueblo chino ni siquiera lo ha conseguido incluso despu¨¦s de pagar ese mismo precio. Tiananmen y Timisoara han quedado convertidos en monumentos de la demencia de los hombres en la defensa animal de privilegios obtenidos a costa de la felicidad de la mayor¨ªa.
Nada de todo esto hubiera sido posible -no desde luego de la misma manera y al mismo ritmo- sin un hombre providencial. El paso del tiempo dar¨¢ sin duda la raz¨®n a quienes hoy proclaman a Mijail Gorbachov como el hombre de la d¨¦cada. Uno de los cuatro o cinco personajes de esta segunda mitad de siglo, habr¨ªa que a?adir tal vez. El rostro impreso del presidente sovi¨¦tico era enarbolado en las calles como una especie de nuevo icono secular por los centenares de miles de ciudadanos del este europeo que reclamaban democracia. Y con raz¨®n. Al tiempo que las pantallas de televisi¨®n convert¨ªan a este personaje salido de las oscuras entra?as de la burocracia comunista en otro icono, esta vez electr¨®nico, entronizado en los hogares occidentales en tanto que garant¨ªa necesaria de los cambios que se operaban al otro lado de las fronteras de Yalta. El grito de "?Gorby, Gorby!" le acompa?¨® por las calles de Estados Unidos, la Rep¨²blica Federal de Alemania o Italia, en un clamor que ven¨ªa a confirmar que, probablemente despu¨¦s del Papa, Gorbachov se ha convertido en el personaje con m¨¢s capacidad de atracci¨®n de masas de nuestro tiempo.
Triste iron¨ªa del destino, Gorbachov se ve obligado a desempe?ar el papel reformista, y no el de revolucionario, en su propio pa¨ªs. Es el sino, acaso, de un hombre que en apenas un lustro ha tenido que desempe?ar muchos -y a veces contradictorios- papeles, tal como se se?alaba en el art¨ªculo en que la revista Time le proclamaba el hombre de la d¨¦cada: "Es simult¨¢neamente el papa comunista y el Mart¨ªn Lutero sovi¨¦tico, el apparatchik tanto como el Magallanes y el McLuhart". Un hombre excepcional, en cualquier caso, sin el cual la historia de este siglo habr¨ªa tenido que ser escrita de otra manera.
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