La chapuza
CON EL apresamiento de Noriega por, las tropas norteamericanas no se pone fin a nada. Las condiciones en que se ha producido no hacen sino subrayar hasta qu¨¦ punto la invasi¨®n de Panam¨¢ ha sido, desde la perspectiva pol¨ªtica, jur¨ªdica y moral, una chapuza Vergonzosa para EE UU. El presidente Bush ha proclamado con satisfacci¨®n que "el objetivo ha sido cumplido". Pero ?a qu¨¦ precio? Las tropas norteamericanas han empleado, para invadir un pa¨ªs sin capacidad defensiva, los m¨¦todos propios de la III Guerra Mundial: sus aviones supermodernos han arrasado barrios densamente poblados, causando cientos o quiz¨¢ miles de muertos. ?Son ¨¦sos los nuevos procedimientos militares de que tanto ha alardeado el Pent¨¢gono y que deb¨ªan reducir al m¨ªnimo las v¨ªctimas humanas? ?O acaso se computa s¨®lo como v¨ªctimas humanas los soldados norteamericanos? Resulta lamentable que ni siquiera se conozca el n¨²mero total de bajas. Y toda esa muerte y destrucci¨®n ?para llevar a un solo delincuente ante la justicia?El Gobierno de EE UU y las nuevas autoridades de Panam¨¢ acusan al dictador Noriega de delitos de diversa ¨ªndole: falsificar las elecciones, violar las leyes, asesinar a ciudadanos paname?os, aparte del narcotr¨¢fico. Si hubiese una democracia en Panam¨¢ -objetivo proclamado de la invasi¨®n de EE UU-, lo l¨®gico seria que Noriega fuese juzgado primero en su pa¨ªs, y se tramitara posteriormente su comparecencia ante los tribunales de EE UU. Ello no ha ocurrido por una raz¨®n obvia: porque la invasi¨®n norteamericana no ha establecido la democracia en Panam¨¢; lo que ha hecho es colocar en los edificios oficiales a un Gobierno de legitimidad tan discutible tras la invasi¨®n como indiscutible en su origen electoral.
Los ¨²ltimos momentos de la estancia de Noriega en la nunciatura se hallan rodeados de circunstancias poco claras. El Vaticano, despu¨¦s de una actitud valiente en defensa del derecho de asilo, ha acabado comport¨¢ndose a lo Poncio Pilato: lav¨¢ndose las manos y dejando que las tropas ocupantes impongan su ley. Por otra parte, la llegada a Panam¨¢ de una importante personalidad de la Administraci¨®n de EE UU como Lawrence Eagleburger permite pensar que Noriega pact¨® en cierto modo su salida de la nunciatura. No puede olvidarse que el presidente Bush, al menos en la etapa en que fue jefe de la CIA, tuvo contactos y sin duda colabor¨® con el depuesto dictador. Es natural que tenga sumo inter¨¦s en impedir que ¨¦ste pueda utilizar la plataforma de un tribunal, sea en Miami o en Panam¨¢, para sacar a la luz aspectos de su pasado que sean comprometedores. Ya los abogados que llevan el caso en EE UU se quejan de la negativa oficial a darles acceso a documentos importantes. Hay, pues, indicios de que EE UU saca a Noriega de Panam¨¢ para llevarle a un juicio por narcotr¨¢fico, pero con cierto arreglo previo para evitar que hable demasiado.
Pero no creemos que la raz¨®n ¨²ltima de la invasi¨®n pueda ce?irse a la detenci¨®n del jefe de Gobierno paname?o. Ni tampoco al deseo de restablecer la democracia, como dice el Gobierno de EE UU. Si fuese as¨ª, ?por qu¨¦ no invadi¨® Chile para echar a Pinochet, en vez de ayudar a ¨¦ste a derribar un poder democr¨¢ticamente elegido como el de Allende? Prostituir la palabra democracia hasta tal extremo supera las dosis de cinismo acostumbradas en la vida internacional. El objetivo esencial de la invasi¨®n era colocar en Panam¨¢ un Gobierno obediente a los deseos de Washington. Pero eso es un cap¨ªtulo m¨¢s de una historia ya larga. Bush ha tirado por tierra el inicio de un nuevo tipo de cooperaci¨®n, m¨¢s equilibrada, que se plasmaba en el Tratado Carter-Torrijos.
El presidente Bush afirm¨®, despu¨¦s de una experiencia que ¨¦l considera brillante, que todo ello no es sino una advertencia a los narcotraficantes del mundo. Las consecuencias de esta actitud pueden ser grav¨ª simas para todos. En el momento en que Europa entierra con las revoluciones del Este la doctrina de Breznev, ?se puede aceptar que una nueva versi¨®n de dicha doctrina sea v¨¢lida para los pa¨ªses de Centroam¨¦rica? Ser¨ªa la ley del embudo: por parte de la URSS, no; para Europa, no. Pero por parte de EE UU, y para Am¨¦rica Latina, s¨ª.
Por eso ha sido tan importante -y elogiable- la actitud que Espa?a ha mantenido en la Asamblea de las Naciones Unidas votando con la mayor¨ªa y con los principales pa¨ªses latinoamericanos una resoluci¨®n que "deplora" la invasi¨®n de EE UU. Pero es muy gra ve que los otros miembros de la CE hayan rechazado esa resoluci¨®n. No se trata de que Espa?a tenga inte reses especiales en esa parte del mundo. Est¨¢ en juego un principio fundamental: la misma raz¨®n de ser de la ONU. Si la CE guarda silencio cuando EE UU pisotea el derecho internacional, poco cabe esperar de la "pol¨ªtica exterior coordinada" iniciada a ra¨ªz del Acta ?nica. Es un doble juego, cuando menos, hip¨®crita.
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