Racismo y orden social
La "disciplina republicana", expresi¨®n tradicional con la que en Francia se designaba el trasvase de votos entre comunistas y socialistas a favor del candidato mejor situado, acaba de ampliarse a los candidatos de la derecha democr¨¢tica. ?La raz¨®n de este hecho ins¨®lito desde la liberaci¨®n? Cerrar la v¨ªa a los candidatos racistas del Frente Nacional, que en alguna localidad supera el 40% de votos y en Marsella alcanza aproximadamente el 33%.En Francia, como en otras partes, el racismo destaca entre las clases populares sin excluir una franja de la clase obrera urbana; es decir, los sujetos m¨¢s racistas son aquellos a los que las condiciones materiales de existencia equiparan mayormente a las v¨ªctimas del racismo.
De ah¨ª la consternaci¨®n que en los esp¨ªritus bien pensantes provoca el fen¨®meno: ?racismo en el n¨²cleo sociol¨®gico de la democr¨¢tica y liberal Europa!
Y tras la consternaci¨®n, naturalmente, un repaso a los principios ¨¦ticos por parte de los intelectuales y una exhortaci¨®n a los ciudadanos por parte de las autoridades civiles o religiosas. Todo ello, sin embargo, perfectamente est¨¦ril; y mientras proliferan los discursos edificantes, en Hannover, Marsella o Valencia, el turco, el magreb¨ª y el suramericano sienten que en su entorno cotidiano se acent¨²a la sordidez de las miradas que excluyen.
Y es que el discurso antirracista s¨®lo es te¨®ricamente f¨¦rtil si no elude la interrogaci¨®n fundamental: ?Por qu¨¦ el - racismo? ?En qu¨¦ condiciones ¨¦ste resulta inevitable? ?Cu¨¢les son las condiciones de posibilidad de su superaci¨®n? Y el discurso antirracista s¨®lo es eficaz si, tras desvelar las causas, apunta a su efectiva liquidaci¨®n.
Pues bien, la anterior constataci¨®n de que en la Europa actual los sujetos m¨¢s racistas son los m¨¢s pr¨®ximos a los que sufren del mal s¨®lo admite dos explicaciones: o bien son racistas por maldad intr¨ªnseca de las clases populares (explicaci¨®n indiscutiblemente racista que a m¨¢s de uno quiz¨¢ tiente), o bien son racistas porque las condiciones materiales en que su vida transcurre son intr¨ªnsecamente canallescas y conducen irremediablemente a desplazar sobre v¨ªctima a¨²n m¨¢s desprotegida la agresividad por la rapi?a de que se es objeto.
El racismo no tiene origen ni en el orden biol¨®gico ni en el esp¨ªritu de un pueblo forjado en la comunidad de lenguaje. El racismo tiene ciertamente caldo de cultivo en lo que constituye expresi¨®n de una historia y de una comunidad de referencia (religi¨®n en primer lugar, como lo muestra el hecho de que en Europa va dirigido esencialmente contra los musulmanes), pero su matriz real reside en las condiciones sociales que condenan a una parte de la poblaci¨®n a la astenia de su capacidad inventiva y creativa y a la mutilaci¨®n de su capacidad afectiva. Por eso el racismo no se curar¨¢ jam¨¢s con buenos sentimientos individuales o colectivos. El discurso antirracista ha de inscribirse en un proceso efectivo de destrucci¨®n del germen. Pero ciertamente tal discurso, a la vez explicativo y operativo, se vincula a un proyecto que hoy parece agonizante; proyecto sustentado en la convicci¨®n de que, m¨¢s all¨¢ de sus diferencias, los humanos son equiparables entre s¨ª por su mera condici¨®n de seres racionales, mas esta esencial igualdad s¨®lo ser¨¢ efectiva cuando las bases materiales de la jerarquizaci¨®n irracional entre los seres de lenguaje sean abolidas. De la agon¨ªa de este proyecto se alimenta hoy no s¨®lo el conservadurismo, sino tambi¨¦n el oscurantismo, resucitando valores contra los que se alz¨® el pueblo, no ya en la Revoluci¨®n de Octubre, sino incluso en la Revoluci¨®n Francesa. Y as¨ª, m¨¢s all¨¢ de la conciencia religiosa individual, el Santo Padre vuelve a ser referencia respetada y (sobre todo) temida; correlativamente, un pensamiento en genuflexi¨®n se vuelca sobre la crisis de la raz¨®n, no para lamentarse e intentar poner remedio, sino para regocijarse y darle -en caso de respiro- la puntilla. Mas no cabe regresi¨®n de la raz¨®n sin regresi¨®n social y, sustentado en ambos, retorno del esp¨ªritu a los prejuicios, ya denunciados por Descartes, que hacen aparecer "extravagantes y rid¨ªculas las cosas admitidas y aprobadas com¨²nmente por otros grandes pueblos".
?Racismo en Hannover o Marsella? Racismo entre nosotros, en todos y cada uno, en la medida en que interiorizamos un discurso que de la propiedad privada y la jerarquizaci¨®n de los humanos a la propiedad inherente hace un principio estructuralmente configurador del orden social. Y si se objeta que la evoluci¨®n misma de los grupos o reg¨ªmenes radicales viene a dar emp¨ªrico respaldo a tal tesis, si se afirma que todo proyecto transformador ha de limitarse a una justa y equitativa satisfacci¨®n de exigencias de individuos cuyas necesidades se inscriben en el r¨¦gimen de propiedad privada y cuyos deseos son perfecta y acabada expresi¨®n del funcionamiento de ¨¦ste, entonces, por mucho que proliferen los discursos edificantes, el racismo seguir¨¢ siendo ci¨¦naga en la que el deseo de vincularse al otro se empantana.
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