Contaminaci¨®n, ciencia y sociedad
La depauperaci¨®n progresiva de la capa de ozono de nuestro planeta es un buen ejemplo del retraso con el que, en general, los poderes p¨²blicos acaban reconociendo los peligros y los riesgos que para las especies vivas tiene la civilizaci¨®n expansiva basada en la l¨®gica del beneficio y en la conversi¨®n del dinero en principal fetiche. No es ¨¦ste del ozono el ¨²nico ejemplo, desde luego, pues algo parecido ocurri¨® hace algunos a?os con la energ¨ªa nuclear de fisi¨®n. Hubo que llegar hasta el borde mismo del abismo para que los responsables pol¨ªticos de las principales potencias industriales, y con ellos las instituciones internacionales, admitieran lo que no hab¨ªan querido aceptar durante las d¨¦cadas anteriores.En efecto, desde mediada la d¨¦cada de los sesenta, un pu?ado de cient¨ªficos sensibles, los ecologistas y no pocas personas relacionadas con el asunto, ven¨ªan afirmando que el riesgo de la energ¨ªa nuclear para la producci¨®n de electricidad era algo muy real, y que la mayor parte de los c¨¢lculos habitualmente manejados acerca de los peligros inherentes a este tipo de energ¨ªa hab¨ªan sido demasiado optimistas, se hab¨ªan visto demasiado condicionados por la euforia tecnol¨®gica de algunos expertos, cuando no por la presi¨®n derivada de los intereses econ¨®micos de las industrias el¨¦ctricas. Pero, para que al final se admitiera eso, al menos parcialmente, hizo falta que el escape radiactivo de la central nuclear de Harrisburg alertara de manera definitiva a la opini¨®n p¨²blica norteamericana; fue necesario que el accidente en la central japonesa de Tsuruga pusiera en evidencia c¨®mo las autoridades tienden al secretismo en estos casos; tuvo que llegar a las pantallas de televisi¨®n la enorme dimensi¨®n de la cat¨¢strofe que se produjo en la central nuclear de Chernobil. M¨¢s de 10 a?os han hecho falta en Espa?a para que el accidente en la central de Vandell¨°s obligara a las autoridades a pensar, simplemente a pensar, en riesgos reales para las poblaciones, advertidos en su d¨ªa" por el Comit¨¦ Antinuclear de Catalu?a.
Har¨¢ ahora m¨¢s de 20 a?os que algunos ec¨®logos pioneros (como el norteamericano Barry Commoner) y ciertos publicistas sensibles (como Gordon Rattray Taylor) llamaron la atenci¨®n sobre los peligros del efecto invernadero que se estaba produciendo en el planeta Tierra a causa del uso y del abuso de determinados productos industriales contaminantes. En aquel entonces todav¨ªa no se sab¨ªa bien cu¨¢les eran los principales productos causantes de tal efecto y se relacionaba ¨¦ste con otras formas de contaminaci¨®n atmosf¨¦rica. No obstante, se conoc¨ªa ya lo suficiente acerca del car¨¢cter potencialmente biocida de ciertos productos y actividades industriales como para adelantar predicciones fundadas sobre el riesgo de una crisis ecol¨®gica, tan incipiente como inminente, de continuar el constante deterioro de las capas altas de la atm¨®sfera. Fueron precisamente estas llamadas de atenci¨®n y los pron¨®sticos adelantados por gentes como Commoner y Rattray Taylor lo que contribuy¨® a impulsar los primeros movimientos ecologistas con una punta pol¨ªtico-social en EE UU, Reino Unido y Centroeuropa.
Pero al menos desde 1973 la comunidad cient¨ªfica conoc¨ªa ya muchos detalles importantes acerca del deterioro de la capa de ozono, gracias a las investigaciones llevadas a cabo por J. Lovelock, S. Rowland, M. J. Molina y V. Ramanathan, entre otros; detalles que s¨®lo en estos ¨²ltimos a?os han empezado a ser divulgados entre la opini¨®n p¨²blica. Se sab¨ªa, por ejemplo, que entre los causantes del deterioro estaban, o hab¨ªan estado, las pruebas nucleares atmosf¨¦ricas y los vuelos estratosf¨¦ricos de los aviones supers¨®nicos; se sab¨ªa tambi¨¦n que entre los agentes que contribu¨ªan a la depauperaci¨®n del ozono, los principales eran ciertos tipos de gases denominados clorofluorometanos, habitualmente utilizados como propulsores o impelentes en los aerosoles, gases cuya producci¨®n media anual estaba acerc¨¢ndose a la megatonelada ya en 1974; y se sab¨ªa, por ¨²ltimo, que el ritmo de empobrecimiento medio de la capa de ozono estaba haci¨¦ndose progresivamente acelerado desde comienzos de los a?os sesenta.
La llamada de atenci¨®n de los cient¨ªficos y de las personas sensibles -el grito de alarma en este caso- hac¨ªa referencia a una serie de efectos o consecuencias negativas potenciales, algunas de las cuales eran observables ya entonces: aumento de los porcentajes de c¨¢ncer de piel, aparici¨®n de rasgos degenerativos en plantas, insectos y plancton, cambios en la composici¨®n estructural de la estratosfera y posibles cambios clim¨¢ticos (relacionados tambi¨¦n, por otra parte, con varias intervenciones tecnol¨®gicas megal¨®manas). El aumento porcentual de la incidencia del c¨¢ncer de piel y de las enfermedades degenerativas tienen que ver con la mayor penetraci¨®n de las radiaciones ultravioletas, favorecida por el adelgazamiento de. la capa de ozono. Las otras consecuencias, y particularmente la hip¨®tesis que correlacionaba el deterioro de la capa de ozono con los cambios clim¨¢ticos, planteaba, adem¨¢s, delicados problemas geoestrat¨¦gicos, s¨®lo resolubles en el marco de las instituciones internacionales y mediante un nuevo derecho mundial.
La pregunta que uno se hace naturalmente a partir de ah¨ª es ¨¦sta: ?por qu¨¦ se ha tardado tantos a?os -veintitantos si el punto de referencia son las primeras llamadas de atenci¨®n, casi 20 si nos atenemos a la aparici¨®n de los primeros art¨ªculos dedicados al tema en las revistas cient¨ªficas brit¨¢nicas y norteamericanas- en adoptar medidas operativas en los primeros pa¨ªses productores de aerosoles?
Esta pregunta se contesta a veces argumentando que las comunidades cient¨ªficas necesitan un plazo razonable para considerar probada una hip¨®tesis, y que la correlaci¨®n entre el deterioro de la capa de ozono y los aerosoles no era sino eso, una hip¨®tesis. Otras veces se alude a la complicaci¨®n de los aparatos burocr¨¢tico-administrativos, al viejo asunto de que las cosas de palacio van despacio (y a¨²n m¨¢s cuando se trata de palacios imperiales). Argumentos as¨ª han vuelto a esgrimirse estos d¨ªas con ocasi¨®n de la cumbre internacional sobre la contaminaci¨®n, que ha tenido lugar en Noordwijk. Pero esos argumentos, que a primera vista parecen razonables, no tienen entidad suficiente como contestaci¨®n satisfactoria a una pregunta no s¨®lo razonable, sino adem¨¢s preocupada por la cuesti¨®n del tiempo, pues todos sabemos la fulminante rapidez con que pueden llegar a actuar las Administraciones cuando se trata de otros temas. Y conviene saber tambi¨¦n -si es que no se sabe- que, por lo general, no se espera tanto tiempo ni se piden tantas pruebas cuando de lo que se trata es de derivar aplicaciones tecnol¨®gicas de hip¨®tesis arriesgadas que, en cambio, van a dar lugar con toda probabilidad a ping¨¹es beneficios econ¨®micos.
Yendo al caso: la desidia burocr¨¢tico-administrativa no es ajena a los obst¨¢culos hasta ahora interpuestos por los principales fabricantes de aerosoles y otras empresas implicadas para que la hip¨®tesis m¨¢s extendida entre los cient¨ªficos no llegara a la opini¨®n p¨²blica. Inter¨¦s econ¨®mico y desidia administrativa han permitido incluso ciertas derivaciones pseudocient¨ªficas que se utilizaron hace a?os y que todav¨ªa a veces son aludidas hoy: ha llegado a decirse que los aerosoles eran s¨®lo un problema secundario y que la causa principal del deterioro de la capa de ozono ser¨ªan los gases procedentes de las flatulencias del ganado...
He ah¨ª otro interesante ejemplo de c¨®mo la pura luz de la ciencia puede llegar a convertirse en pura porquer¨ªa por efecto de la l¨®gica del beneficio, del industrialismo y del productivismo a ultranza. Tambi¨¦n Noordwijk, donde EE UU, Jap¨®n y la Uni¨®n Sovi¨¦tica han impedido de hecho la reducci¨®n de los gases contaminantes para este fin de siglo, ense?a. Y es que mientras la cremat¨ªstica siga sustituyendo a la econom¨ªa, la ciencia s¨®lo podr¨¢ brillar sobre el oscuro trasfondo de la ignorancia.
Noordwijk ense?a, efectivamente. Sus acuerdos, y sobre todo los argumentos all¨ª empleados por las principales potencias del mundo, invitan a la reflexi¨®n. Mientras los Gobiernos contin¨²en induciendo en las poblaciones la man¨ªa absurda de traducirlo todo, naturaleza y humanidad, a dinero, es previsible que el c¨ªrculo siga cerr¨¢ndose y que el desfase negativo entre conocimiento cient¨ªfico y acci¨®n social se deteriore. Esperemos que el espect¨¢culo al que se obligue a asistir -cada vez con m¨¢s riesgo- a las poblaciones del fin de siglo posmoderno y posindustrial no sea ¨¦ste: conversi¨®n en dos d¨ªas de hip¨®tesis biol¨®gicas, todav¨ªa discutibles, en objeto de patentes que incluyen los m¨¢s ¨ªntimos fluidos humanos (haciendo a un lado toda exigencia de moratoria), mientras se necesitan 20 a?os para admitir los riesgos anunciados por aquella parte de la comunidad cient¨ªfica que a¨²n piensa en algo m¨¢s que en la mercantilizaci¨®n.
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