Calle de Echegaray
Manuel Machado dej¨® escrito que la calle de Echegaray ven¨ªa a ser una especie de extensi¨®n flamenca de Sevilla en Madrid; y pasados o andados los a?os de calle, puede considerarse como cierta tal aseveraci¨®n. Adem¨¢s, ya se sabe que en Madrid existe todo tipo de extensiones, hasta de las menos extendidas.Echegaray, antigua sede del puter¨ªo capitalista de retal, conserva todav¨ªa un esp¨ªritu jondo que se materializa en las disertaciones t¨¢uricas del cr¨ªtico Laver¨®n, en el complaciente trasiego de finos sanluque?os de La Venencia o en las paredes estampadas de Los Gabrieles, colmao remozado donde hicieron voz, y seguramente otras cosas peores, cantaores tan insignes como Antonio Chac¨®n y Juan Mojama.
Espacio de estrecheces
Es, adem¨¢s, la calle de Echegaray un espacio de estrecheces, categor¨ªa ¨¦sta que instant¨¢neamente la eleva hasta el firmamento flamenco. All¨ª, en tan pocos y tan bien repartidos metros cuadrados, puede el paseante darse de bruces, a poco cegat¨®n que sea, con un torero tremendista, con una maruja embatada, con un descuidero acechante, con una guiri doncella, con un cr¨¢pula de aspecto patibulario o con un cura curda.
Faunas, al cabo, que caben de corrido en una opereta flamenca de anta?o. Pero tambi¨¦n puede el paseante o similar considerar otras opciones acaso m¨¢s serias y digestivas, como, por ejemplo, la de meterse entre pecho y espalda una suculenta f¨¢bada en El Garabatu, o la de desarrollar su itinerante paladar en un restaurante japon¨¦s que queda un poco m¨¢s all¨¢, a mano izquierda, seg¨²n se mire.
Se demuestra, pues, que ese aleve aserto que proclama que los flamencos no comen es pura filfa. M¨¢s peque?os son los p¨¢jaros y van al r¨ªo, como dir¨ªa alguno de ellos.
Una calle flamenca
Lo dicho: que hasta en sus costumbres (las calles tambi¨¦n las tienen) es Echegaray una calle no tanto sevillana como flamenca. Sus horarios de ebullici¨®n se rigen por el latir acompasado de los corazones jondos, que suelen ser ¨®rganos sujetos a las altas horas, ya sean ¨¦stas de ma?ana o de noche.
El paseante o similar puede comprobarlo d¨¢ndose un garbeo. Si sigue los dictados flamencos de su coraz¨®n, se meter¨¢ en el v¨®rtice de un tumulto experto en coper¨ªo y onomatopeyas; si lo hace a deshoras, penar¨¢ su soledad entre muros desconchados y cierres corridos con la letan¨ªa sonora y remota de unas buler¨ªas de Camar¨®n o de El Sordera.
Los paseantes o similares resablados sabr¨¢n a qu¨¦ atenerse. Es su problema. De cualquier modo, hemos de a?adir, para los necesitados de recibir consejo espiritual, que no hay color entre el esplendor nocturno, una miaja acanallado, y la hora de la siesta. Preg¨²ntele si no al ?otero de la rue.
As¨ª es Echegaray a pesar de Echegaray, que fue var¨®n experto en libros talonario, pero no lo fue tanto en metafisicajonda, que no deja de ser la, a veces dulce, a veces amarga, metafisica de la mism¨ªsima vida.
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