Cegados por el odio
La C¨¢mara de los Comunes del Reino Unido va a abrir un debate para decidir si el Estado debe procesar a los antiguos nazis implicados en atrocidades cometidas durante la guerra y que a¨²n viven en Gran Breta?a (124 han sido identificados hasta el momento). El debate se va a desarrollar ante un panorama que presenta un resurgir del nazismo en muchos pa¨ªses, situaci¨®n a la que han contribuido historiadores revisionistas, y un aumento en el n¨²mero de grupos y publicaciones neonazis, muchas de ellas fin ancladas por Estados ¨¢rabes. Semanas atr¨¢s, los neonazis salieron a las calles de Londres portando la bandera del Reino Unido y una p¨¢gina de peri¨®dico en la que aparec¨ªa en titulares: La historia del holocausto, un truco maligno.La mayor¨ªa de la gente encuentra esto tan demencial que no puede tomarlo en serio. Rabbi Barbara Bolt se declara en The Independent contraria a los procesamientos y a favor de un esfuerzo para erradicar todo el odio que nos ciega. Pero, ?ay!, no hay manera de erradicar de la naturaleza humana un sentimiento tan b¨¢sico como el odio. Constituye uno de los pilares de apoyo de la humanidad, millones de personas ser¨ªan incapaces de sobrevivir sin ¨¦l. El odio aten¨²a su sentimiento de incapacidad, llena el vac¨ªo creado por la falta de entendimiento, de habilidad, de virtudes o de talento. Si odian con la suficiente intensidad pueden llegar a sentirse como los dem¨¢s, incluso superiores a la mayor¨ªa simplemente por no pertenecer al grupo que han escogido como objeto de, su odio. El odio es la fuerza de muchos de los oprimidos, los confusos y los que tienen problemas mentales o sexuales, y esa fuerza les hace capaces de convertir la tierra en un infierno.
No estoy hablando de reflexiones abstractas, sino de hechos hist¨®ricos, y su importancia est¨¢ siendo demostrada por la respetabilidad de que son objeto las mentiras que aparecen tanto en los art¨ªculos acad¨¦micos como en los medios de comunicaci¨®n. Como dijo Mandrake hace pocas semanas, la Prensa norteamericana dispens¨® una acogida asombrosamente respetuosa a la obra ?Por qu¨¦ no se oscureci¨® el cielo: la soluci¨®n final de la historia, del catedr¨¢tico de Princeton Arno Mayer, en la que el autor intenta poner en duda la evidencia del genocidio. "Las fuentes para el estudio de las c¨¢maras de gas son escasas y poco fiables", comenta con una falsedad inaudita. "Casi todo lo que sabemos est¨¢ basado en declaraciones que oficiales nazis y verdugos hicieron en los procesos que tuvieron lugar en la posguerra y en los recuerdos de supervivientes y espectadores varios". De hecho, gran parte de la informaci¨®n que ha llegado a nosotros lo ha hecho a trav¨¦s de los archivos de la burocracia alemana. Por lo que se refiere a las declaraciones de oficiales nazis, verdugos, supervivientes y espectadores, todas ellas fueron investigadas y aceptadas no s¨®lo por el tribunal de los cuatro Poderes de Nuremberg, sino por los tribunales de muchos pa¨ªses, incluyendo los de las dos Alemanias. Ser¨ªa l¨®gico pensar que nada podr¨ªa ser m¨¢s decisivo pero por lo visto no es lo bastante bueno para Mayer. "Estos testimonios deben ser investigados a fondo, ya que pueden estar influidos por factores subjetivo de gran complejidad", declara como si no hubieran sido ya investigados suficientemente. La excelente obra de Gil Seider La negaci¨®n del holocausto tuvo que imprimirse casi de forma artesanal en Leeds por el colectivo Beyond the Pale, mientras que la de Arno Mayer, que no es m¨¢s que un compendio de desinformaci¨®n, no encontr¨® ning¨²n problema en ser aceptada por una editorial londinense. Los charlatanes hacen su agosto con la historia moderna y los medios de comunicaci¨®n van tambi¨¦n por ese camino de la informaci¨®n err¨®nea.
El Evening Standard public¨® recientemente unas declaraciones del controvertido intelectual David Irving, quien, vali¨¦n dose de una nota informativa de Tass que inclu¨ªa el descubrimiento de un listado de 74.000 defunciones en Auschwitz, afirmaba que esa informaci¨®n confirmaba su teor¨ªa de que los campos de concentraci¨®n nunca existieron. Fue tambi¨¦n Irving quien afirm¨® -sin presentar ninguna prueba- que Churchill dispuso todo para que seprodujese el accidente a¨¦reo en el que perdi¨® la vida el general Sikorski, y adem¨¢s -y ofreciendo como prueba la ausencia de una orden escrita firmada por Hitler- dijo que ¨¦ste no ten¨ªa nada que ver con el holocausto. Un hombre capaz de escribir cosas tan absurdas no puede estar capacitado para pensar y razonar en el sentido estricto de la palabra. Ni es intelectual, ni controvertido.
En 1977, cuando escribi¨® La guerra de Hitler, Irving a¨²n admit¨ªa la realidad del holocausto -ya no lo hace- "No creo ni en las c¨¢maras de gas ni en la existencia de un plan maestro", dice. "El testimonio de los testigos presenciales es un asunto para los psiquiatras. Mirad, el orgullo de la gente que vivi¨® en aquellos a?os les hace creer que vieron cosas que nunca existieron".
Mi primera esposa fue uno de aquellos testigos presenciales que Irving intenta desacreditar. Sobrevivi¨® a Auschwitz, pero todos sus familiares, excepto su madre y un t¨ªo suyo murieron en la c¨¢mara de gas. Viv¨ªa en un estado de ansiedad y depresi¨®n casi constante ?Era su orgullo lo que le hac¨ªa deprimirse? Una amiga m¨ªa, otra superviviente de Auschwitz, se hab¨ªa raspado despu¨¦s de la guerra el n¨²mero que llevaba tatuado en el brazo para que nunca le mencionasen nada de aquello. ?Era su orgullo lo que hac¨ªa que por las noches se despertase gritando?
Una de las mentiras de base de Mayer, Irving y los que son como ellos es la pretensi¨®n de que los ¨²nicos testimonios de genocidio son las declaraciones que unos cuantos miles de personas han hecho ante un tribunal o ante investigadores de los pa¨ªses aliados despu¨¦s de la guerra. A m¨ª nadie me llam¨® a declarar, pero me cri¨¦ en Hungr¨ªa y cuando ten¨ªa 11 a?os vi c¨®mo se llevaban a Auschwitz a los jud¨ªos h¨²ngaros. Recuerdo haber visto horrorizado c¨®mo les empujaban hacia el interior de vagones para el ganado, c¨®mo les trataban peor que al mismo ganado, como si ya fuesen cad¨¢veres. Entre las v¨ªctimas se encontraban unos vecinos m¨ªos, y por eso, cuando les detuvieron, fui con ellos hasta el tren: era una familia compuesta por el padre, la madre y una hija de 18 a?os que ol¨ªa tan bien que recuerdo que me encantaba cruzarme con ella por los pas¨ªllos del edificio donde viv¨ªamos. Cuando termin¨® la guerra me puse en contacto con la Cruz Roja para intentar encontrarles, pero todo fue
Verdaderamente, no hay muchos h¨²ngaros, aparte de los amigos nazis que Irving tiene en Hungr¨ªa, que duden de H?ss, el comandante de Auschwitz que testific¨® despu¨¦s de la guerra declarando que m¨¢s de 400.000 jud¨ªos h¨²ngaros hab¨ªan muerto en el campo. Esto no es s¨®lo un crimen del pasado; es tambi¨¦n una herida del presente, y no s¨®lo para los jud¨ªos, sino para todos los h¨²ngaros. La matanza de 105.000 jud¨ªos h¨²ngaros de la regi¨®n de Transilvania propici¨® una mayor¨ªa de poblaci¨®n rumana en la zona m¨¢s antigua del territorio h¨²ngaro y esta zona se anexion¨® a Ruman¨ªa, pa¨ªs que ahora persigue a la minor¨ªa h¨²ngara. Para un pa¨ªs tan peque?o, fue un duro golpe perder m¨¢s de 450.000 personas que representaban a la mayor¨ªa de su clase media, el grueso de sus profesionales -hombres y mujeres-, muchos de sus pol¨ª ticos liberales, defensorels de la artes y artistas, entre ellos Mikl¨®s Radri¨®ti, uno de los mayores poetas h¨²ngaros. Si los jud¨ªos h¨²ngaros y los descendientes que nunca llegaron a tener viviesen hoy, Hungr¨ªa se habr¨ªa recuperado mucho m¨¢s f¨¢cilmente del comunismo. Lo mis mo podr¨ªa decirse de mucho otros pa¨ªses cuya dif¨ªcil situaci¨®n afecta hoy a toda Europa El holocausto es una tragedia europea y no solamente jud¨ªa. Y mientras los que se lamentan son cada vez menos, los que viven del odio son cada vez m¨¢s. No es momento de olvidar los cr¨ªmenes contra la humanidad.
Traducci¨®n: Lorena Catalina.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.