Poes¨ªa e historia
SI LOS pa¨ªses tienen un alma, la poes¨ªa la representa, y el nombre de D¨¢maso Alonso, que ahora acaba de dejarnos, la simboliza tanto a ella como a toda nuestra historia. Poeta escaso pero intenso; profesor interminable y derramado; cr¨ªtico l¨²cido, minucioso e iluminador, y representante clave de la estil¨ªstica contempor¨¢nea, D¨¢maso Alonso ha contribuido como pocos a la creaci¨®n, difusi¨®n y conservaci¨®n de la poes¨ªa espa?ola durante el presente siglo. Junto con tantos otros nombres ilustres -en su mayor¨ªa ya desaparecidos, amigos muy cercanos, como Vicente Aleixandre o Gerardo Diego, o m¨¢s lejanos por los avatares de la historia, como Pedro Salinas o Jorge Guill¨¦n- su nombre era inicialmente el de un gran joven poeta que calificaba sus versos como "poemillas", m¨¢s o menos puros, pero siempre sabios a pesar de su aparente ingenuidad, y que a trav¨¦s de la investigaci¨®n y la ense?anza defini¨® el gran grupo po¨¦tico de 1927 como el momento decisivo de renovaci¨®n de la poes¨ªa espa?ola de nuestro tiempo.En puridad, no cabe decir que nos haya dejado el ¨²ltimo representante de la magistral generaci¨®n del 27; ya sabemos que las generaciones son un invento de historiadores, profesores y cr¨ªticos, y que cada uno de los grandes nombres rompe las definiciones que ellos mismos inventaban. Junto a Rafael Alberti est¨¢n todav¨ªa a nuestro lado Juan Gil-Albert, o Mar¨ªa Zambrano y tantos otros, manteniendo el rescoldo de aquel gran momento de las letras espa?olas que al final se llamar¨¢ para siempre la Edad de Plata de nuestra literatura; y eso, al fin y al cabo, porque antes hubo un Siglo de Oro que dur¨® bastante m¨¢s de los 100 a?os convenidos.
D¨¢maso Alonso fue el alma de la generaci¨®n del 27, y tambi¨¦n uno de sus mayores s¨ªmbolos. Fue un poeta magistral y a rega?adientes, un cr¨ªtico f¨¦rtil e indomable que traduc¨ªa a Joyce cuando el irland¨¦s todav¨ªa no era quien al final ha sido, un profesor que luchaba a brazo partido con san Juan de la Cruz y G¨®ngora para que los dem¨¢s supi¨¦ramos leerlos como se merec¨ªan. Y dudando hasta el final de toda su enorme fe, nos la predic¨® renovando a su hora toda la poes¨ªa de posguerra, con la simple operaci¨®n de llamarnos por nuestro propio nombre, como los hijos de la ira que fuimos, y que acaso tengamos todav¨ªa que seguir siendo.
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