?Quien como ¨¦l?
El cari?o, la emoci¨®n, el dolor no se dejan cifrar en datos. La admiraci¨®n, s¨ª, y a poca costa. Voici des detai1s (relativamente) exacts.Hacia 1920, un joven poeta reci¨¦n llegado de C¨¢diz manten¨ªa con un coet¨¢neo suyo, madrile?o, interminables conversaciones sobre la l¨ªrica de ¨²ltima hora que uno y otro llevaban en la u?a. Pero, adem¨¢s, sal¨ªa de casa de su amigo llev¨¢ndose siempre bajo el brazo alg¨²n viejo libro que ¨¦l no hab¨ªa frecuentado: una edici¨®n de Gil Vicente, el Cancionero de Barbieri, los Romances de don Marcelino... No mucho despu¨¦s, un jurado presidido por Men¨¦ndez Pidal, junto a Antonio Machado y Gabriel Mir¨®, premiaba con el Nacional de Literatura la poderosa conjunci¨®n de ecos tradicionales (`En ?vila, mis ojos...") y valent¨ªa m¨¢s que moderna ("Mi corza, buen amigo... ") de un libro capital: Marinero en tierra.
Unos a?os despu¨¦s, a¨²n con brumas de dictaduras, un excepcional conocedor de las literaturas de vanguardia, tan ducho en lenguas germ¨¢nicas como en rom¨¢nicas, traduc¨ªa en una prosa admirable, como no ha vuelto a visitarnos, la primicia m¨¢s cuajada de la nueva novela europea. ?l titul¨® esa versi¨®n Retrato del artista adolescente. Dec¨ªa llamarse Alfonso Donado.
Otro premio nacional de literatura se fue al poco a un fil¨®logo excepcional por la calidad de sus saberes, pero tambi¨¦n por la capacidad de conjugarlos con la m¨¢s fina comprensi¨®n de las exigencias est¨¦ticas del momento. Porque La lengua po¨¦tica de G¨®ngora no s¨®lo pon¨ªa en limpio al creador m¨¢s proverbialmente diflicil del Siglo de Oro, sino que a la vez, sin forzar ni a don Luis ni a los contempor¨¢neos, era fiel al maestro antiguo y a los fervores modernos. Cuando el horizonte de los l¨ªricos espa?oles pocas veces iba m¨¢s all¨¢ del caramelo de unos juegos florales, un libro de versos, Hijos de la ira, pon¨ªa patas arriba a todo el Caf¨¦ Gij¨®n, entraba a saco en el jard¨ªn de los celestiales y abr¨ªa una p¨¢gina nueva y distinta en la poes¨ªa espa?ola, incluso para quien no pasara de las primeras l¨ªneas: "Madrid es una ciudad de m¨¢s de medio mill¨®n de cad¨¢veres / (seg¨²n las ¨²ltimas estad¨ªsticas)".
A vuelta de un par de a?os, a quienes les toc¨® la china fue a los romanistas. Frente al dogma positivista de que las letras europeas empezaban con los trovadores, un colega castellano, que hasta entonces apenas hab¨ªa escrito sobre el particular, los sorprend¨ªa dejando claro y bien claro que la poes¨ªa en romance se abr¨ªa ya en el siglo XI con unas "cancioncillas de amigo moz¨¢rabes" -las jarchas-, que enlazaban con la l¨ªrica latina popular y, ya a esa altura, anunciaban direcciones esenciales de la por venir.
Creadores y cr¨ªticos de Espa?a e Hispanoam¨¦rica, cuando apuntaban los cincuenta, ten¨ªan sobre la mesa un breviario de Poes¨ªa espa?ola (Ensayo de m¨¦todos y l¨ªmites estil¨ªsticos) y otro de Poetas espa?oles contempor¨¢neos. Una parte fundamental de cuanto entonces se escribi¨® sobre poes¨ªa y en poes¨ªa, muchas coordenadas que a¨²n nos sirven para comprender a los grandes autores del momento, y hasta montones de versos de las plumas m¨¢s dispares (de Blas de Otero a Gil de Biedina), nacen ni m¨¢s ni menos que de esos dos libros.
La epopeya francesa, y con ella la ¨¦pica roin¨¢nica medieval -as¨ª lo proclamaba la ortodoxia-, hab¨ªan surgido por elaboraci¨®n letrada en el curso del siglo XII. De pronto, cuando a los romanistas no les hab¨ªa dado tiempo a respirar despu¨¦s del susto de las jarchas, un art¨ªculo aparecido en la Revista de Filolog¨ªa Espa?ola y consagrado a dilucidar las pocas palabras de una desconocida Nota Emilianense demostraba m¨¢s all¨¢ de cualquier duda que para principios del siglo XII el Cantar de Rold¨¢n era ya casi una antigualla que llevaba decenios y decenios corriendo de juglar en juglar, de boca en boca.
La enumeraci¨®n, el cat¨¢logo, la bibliografia podr¨ªa extenderse hasta el tedio. Pero esos pocos detalles bastan para dar una idea de lo mucho que hemos perdido. Pertenec¨ªa a una ¨¦poca y a una generaci¨®n de gigantes, y enanos somos quienes hemos venido despu¨¦s; si no fuera por otras razones, porque hemos de medirnos por la talla que era suya. Podemos Horarle porque le quer¨ªamos, porque le deb¨ªamos m¨¢s que se puede decir. Pero le lloraremos, en cualquier caso, por lo pobres que sin ¨¦l nos descubrimos, por lo solos que sin su presencia lejanos nos quedamos. ?Qui¨¦n como ¨¦l podr¨ªa hoy encauzar una riqu¨ªsima promoci¨®n de poetas espa?oles, apuntar caminos in¨¦ditos a la novela, definir la est¨¦tica de medio siglo de plenitud literaria, revolucionar la l¨ªrica, remontarse a la Edad Media, al Renacimiento, el Barroco, y cambiar radicalmente las interpretaciones y los hechos que pasaban por m¨¢s s¨®fidamente establecidos? En verdad, ?qui¨¦n como ¨¦l? ?Qui¨¦n como D¨¢maso Alonso?Francisco Rico es acad¨¦mico de la Lengua.
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