Honor y miedo
Sobre los hechos sigue reinando la oscuridad, aunque por lo menos hayamos aprendido algo acerca del camino que sigue nuestra democracia. Como es de dominio p¨²blico, la ¨²nica aportaci¨®n del vicepresidente ante las Cortes consisti¨® en revelar que aquel cuarto de la Delegaci¨®n del Gobierno en Sevilla fue ocupado en su d¨ªa porque sobraba sitio y un sujeto impersonal se lo asign¨® al asistente del pol¨ªtico, siendo m¨¢s tarde desafectado por la misma raz¨®n. Entre ambos momentos, nada. ¨²nicamente "el diluvio" y "la mara?a" de imputaciones aparecidas en una Prensa ligera hicieron necesario el acto parlamentario, entendido como inauguraci¨®n y clausura oficial del tema. Primera consecuencia de este deliberado vac¨ªo: el Gobierno atribuye a la C¨¢mara una funci¨®n de simple registro de sus declaraciones, neg¨¢ndole toda dimensi¨®n de control. Para remachar esto, tengamos en cuenta el lugar elegido por el presidente Gonz¨¢lez para aportar el dato decisivo de su posici¨®n personal e intenciones de actuaci¨®n: el quite por chicuelinas, o mejor, el anuncio de espantada, no lo hace en el hemiciclo, aunque fuera reiteradamente aludido, sino en los pasillos. La instituci¨®n parlamentaria nada tiene que decir sobre las decisiones de fondo. Los efectos pr¨¢cticos de tal valoraci¨®n son claros: el Gobierno, v¨ªa mayor¨ªa fiel y allegados, impedir¨¢ que se forme una comisi¨®n investigadora. A partir de este punto inicia el contraataque.Es un r¨¢pido tr¨¢nsito: de la presunci¨®n de inocencia a la autoabsoluci¨®n, y de aqu¨ª a vengar la inocencia ofendida. Los papeles se invierten por decisi¨®n superior. Cuando estamos ante un presunto abuso fundado en las relaciones familiares, resulta, seg¨²n Gonz¨¢lez, que la verdadera tragedia es ser hermano o primo de un dirigente. De acuerdo con la versi¨®n oficial, lo ¨²nico real es "la mara?a", "el diluvio": el intento de destruir la imagen de un vicepresidente, lo cual implica una amenaza de desestabilizaci¨®n de las instituciones.
As¨ª las cosas, no es de extra?ar que el Gobierno encuentre en su camino como aliados a viejos s¨ªmbolos del periodismo franquista a la hora de pedir que la libertad no degenere en libertinaje. La sanci¨®n trata de imponerse sobre el mensajero porque ¨¦ste, a imitaci¨®n de la juiciosa TVE estatal, espejo f¨¢cil de todas las caras posibles del poder, no debe traer mensaje alguno. El blanco, l¨®gicamente, es el periodismo de investigaci¨®n, ¨²nica v¨ªa de conocimiento de las posibles irregularidades al estar cegada la parlamentaria.
Claro que la historia pol¨ªtica del siglo XX es rica en casos de intervenci¨®n del periodismo amarillo en la esfera pol¨ªtica, y ya que de linchamiento moral se ha hablado, cabe aportar la comparaci¨®n del presente con el caso m¨¢s emblem¨¢tico, la difamaci¨®n derechista contra el ministro franc¨¦s Salengro en 1936, cuyo desenlace tr¨¢gico fue el suicidio del pol¨ªtico. Pero las situaciones nada tienen que ver. Ahora el problema queda acotado a una evidencia de irregularidad -al uso de una dependencia pol¨ªtica por persona que desarrolla actividades privadas en circunstancias que favorecen una imagen de confusi¨®n de planos-, y las presuntas responsabilidades judiciales y pol¨ªticas han sido cuidadosamente deslindadas al ser requerido el vicepresidente. Adem¨¢s, Salengro proporcion¨® una cumplida explicaci¨®n de su conducta, refrendada por la Asamblea Francesa. Ahora nada se ha explicado y nada se explicar¨¢, al recibir carpetazo oficial el asunto. De manera que es justamente la decisi¨®n de mantener las cosas en la sombra lo que pone sobre el tapete la cuesti¨®n de la honorabilidad.
Tocamos as¨ª uno de los puntos centrales que deja ver, a falta de otra cosa, el caso del depacho sevillano. La concepci¨®n que acerca de la centralidad de su propio poder tiene nuestro Ejecutivo le va arrastrando cada vez m¨¢s hacia una invasi¨®n progresiva, cuando no a una depreciaci¨®n, del espacio tradicionalmente reservado a los dos restantes poderes. Sobre el judicial, por la designaci¨®n de hombres de confianza en puestos claves y por la fijaci¨®n de l¨ªmites estrictos a la facultad de investigaci¨®n cuando ¨¦sta afecta a los aparatos del Estado. Sobre el legislativo, haciendo entrar en juego una y otra vez la mayor¨ªa parlamentaria para impedir todo ejercicio de las actividades de control. La oposici¨®n queda encerrada en un c¨ªrculo vicioso: al no serle permitido emprender la fiscalizaci¨®n de los recursos parlamentarios, ha de apoyar su informaci¨®n en esa Prensa desautorizada desde el Gobierno. S¨®lo queda, pues, apretar a fondo esta ¨²ltima tuerca para que la opacidad en la actuaci¨®n gubernamental sea definitivamente asegurada.
Como consecuencia, la ¨²nica fuente de verdad resulta ser el propio Gobierno. Aqu¨ª tiene lugar un aut¨¦ntico desdoblamiento: el Gobierno garantiza la inocencia de las conductas de sus l¨ªderes, y ¨¦stos presentan a su vez como suprema raz¨®n el aval de su persona, implicando en ello su responsabilidad p¨²blica: fue as¨ª como en su primera intervenci¨®n el vicepresidente conjug¨® las referencias en tercera persona a la propia funci¨®n (mensaje aparentemente objetivo: la verdad con el sello del poder) y las declaraciones exculpatorias en primera persona (expresi¨®n de sinceridad individual: no le gustan los negocios). Luego tocar¨ªa a Gonz¨¢lez desarrollar hasta el fin esta perspectiva de los dos cuerpos del gobernante, al fundamentar sobre una confianza personal (en la honorabilidad de su n¨²mero dos) tanto una decisi¨®n pol¨ªtica de car¨¢cter hipot¨¦tico (la propia dimisi¨®n) como la inmediata de impulsar, desde el Gobierno y no como ciudadano, las acciones frente a la Prensa. Queda as¨ª forjado otro c¨ªrculo de hierro, esta vez de impunidad, y no extra?a que su remate simb¨®lico sea la interposici¨®n abrupta del jefe del Ejecutivo a todo procedimiento que implique en este caso la materializaci¨®n del principio de responsabilidad. Sobre las v¨ªas regulares de intervenci¨®n parlamentaria o judicial se alza la sombra del caos, en forma de amenaza de dimisi¨®n. Y el desario personal: "Por eso los animo", a?ade. Claro que hay alg¨²n antecedente concreto de este gesto en que un l¨ªder esgrime su gallard¨ªa y compa?erismo por encima de las instituciones, pero tr¨¢tese entonces de bandoleros pol¨ªticos, ahora de hombres de honor, el contenido antidemocr¨¢tico es el mismo. S¨®lo una investigaci¨®n parlamentaria, pues de responsabilidad pol¨ªtica se trata, puede esclarecer una situaci¨®n que ofrece indicios de irregularidad, por lo que toca a las formas de relaci¨®n entre poder pol¨ªtico e intereses privados.
En definitiva, esta constelaci¨®n de problemas no es nueva en la historia pol¨ªtica. Por eso cabe recordar dos advertencias cl¨¢sicas que encajan con la presente situaci¨®n. La primera es de Montesquieu: "No son s¨®lo los cr¨ªmenes los que destruyen la virtud, sino tambi¨¦n las negligencias, las faltas, una cierta tibieza en el amor de la patria, los ejemplos peligrosos, las simientes de corrupci¨®n; aquello que no vulnera las leyes, pero las elude; lo que no las destruye, pero las debilita". De ah¨ª que la actuaci¨®n de los censores resulte necesaria en una rep¨²blica. La segunda procede de otro pensador liberal, Guillermo de Humboldt: "El Estado no debe intentar jam¨¢s influir mediante el miedo, que no sirve sino para mantener la ignorancia de los ciudadanos respecto de los derechos o para hacer que desconf¨ªen de que ¨¦l los respeta". Y bastante tiempo hemos vivido en este pa¨ªs envueltos en el miedo para que ahora regresemos a ¨¦l ante la amenaza de oscuras crisis o de torpes revelaciones sobre una corrupci¨®n generalizada de la clase pol¨ªtica. Nada iba a pasar, salvo un incremento de la confianza general en la democracia, si el caso Guerra fuera iluminado hasta el fondo por la hoy imposible comisi¨®n parlamentaria. Ahora bien, de poco sirven los buenos deseos. En este r¨ªo sin retorno hacia la concentraci¨®n de poderes en un Ejecutivo con conciencia de fortaleza sitiada, la corriente seguir¨¢ sin duda otro curso. De momento, entra en juego la libertad de expresi¨®n. Todo lo cual sugiere que est¨¢mos ante algo m¨¢s que una cuesti¨®n est¨¦tica.
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