Del debate
Como me tem¨ªa, su mirada incisiva se detuvo en m¨ª. En la mano derecha esgrim¨ªa las pruebas de mis actividades comprometedoras. Misteriosamente ten¨ªa en su poder la carta que escrib¨ª en 1976 al cu?ado de una amiga para obtener una plaza escolar para mi hija. Tambi¨¦n estaba la carta que me dio mi jefe en 1981 para que la jefa de enfermeras de un hospital de la Seguridad Social tratase de acelerar el ingreso de mi madre. Ten¨ªa tambi¨¦n la declaraci¨®n jurada donde recortaba un poco mis ingresos para obtener gratuitamente los libros de tercero de EGB para mi hijo. Ciertamente, se?alaba su dedo acusador, yo era culpable por comisi¨®n.Ten¨ªa taquicardia y estaba ba?ada en sudor cuando son¨® el despertador. Eran las siete de la ma?ana del viernes 2 de febrero. Me arregl¨¦, prepar¨¦ el desayuno de mis hijos, met¨ª la ropa en la lavadora y baj¨¦ al metro. Hab¨ªa algo distinto en los rostros del personal. Un nuevo desasosiego flotaba en las miradas. ?Sabr¨¢ el vicepresidente cu¨¢ntos bol¨ªgrafos he mangado en la oficina? ?Sabr¨¢ que en el horario de reparto me escaqueo para ver a mi chavala? ?Sabr¨¢ que los s¨¢bados me llevo del bar comida sobrante?
Salimos en tropel del vag¨®n. Un sentir un¨¢nime nos llevaba a todos hacia la Moncloa: "No dimitan, por favor, se?or Gonz¨¢lez, se?or Guerra, sabemos que no les merecemos, pero no dimitan. ?Qu¨¦ ser¨¢ de los descamisados si lo hacen? ?Qu¨¦ cat¨¢strofes nos amenazan si se van?".Subimos penosamente las escaleras, al alcanzar la calle todos nos protegimos el rostro con un gesto instintivo. Una nube negra de buitres -unos gordos, lustrosos, Conocidos; otros, lampi?os, reci¨¦n llegados- cubr¨ªa el cielo.- Orense.
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