Tr¨¢fico de influencias y clientelismo pol¨ªtico
Considera el articulista que para combatir el tr¨¢fico de influencias hay que comenzar por corregir los h¨¢bitos pol¨ªticos del clientelismo y, simult¨¢neamente la tipificaci¨®n delictiva en un nuevo C¨®digo Penal.
Tras la galerna en el vaso de agua, el monte va a parir un rid¨ªculo rat¨®n: al parecer todo quedar¨¢ en el alumbramiento de un nuevo tipo delictivo el "tr¨¢fico punible de influencias" que a?adir¨¢ m¨¢s caos al presente estrago de nuestro C¨®digo Penal, verdadera reliquia ruinosa llena de mu?ones, de injertos secos, de cicatrices y de llagas.Todos dec¨ªan que hab¨ªa que hacer algo, unos para acosar y derribar, otros para escabullirse, otros para salir en la foto y al final se ha decidido por unanimidad tomar el r¨¢bano por las hojas: hagamos una ley penal r¨¢pida, y si es posible confusa, creemos un nuevo delito para advertencia de navegantes, introduzc¨¢moslo con calzador en el C¨®digo Penal y ?ah¨ª quede eso! para que lo apliquen los jueces como sepan, a excitaci¨®n de los fiscales o de los ciudadanos que sientan afici¨®n al riesgo y se la jueguen de calumniadores. Por lo dem¨¢s, asunto concluido, cerrado y archivado.
Con las hojas del r¨¢bano en la mano el problema quedar¨¢ intacto, enraizado en la clandestinidad consentida de los nuestros como algo inevitable y cercado por la cr¨ªtica farisaica de los ajenos, amenazantes perpetuos con tirar de la manta.
Desdichadamente el tr¨¢fico de influencias no desaparecer¨¢ con su penalizaci¨®n, ni con leyes-coartada o lois alibi, que dicen los franceses; tampoco ser¨¢ suficiente con pasarles la patata caliente a los jueces (que ser¨¢n criticados tanto si absuelven como si condenan), ni implicar al Ministerio Fiscal (que a la postre depende del Gobierno, con toda la independencia funcional previa que se quiera), ni esperar que los ciudadanos ejerciten virtudes heroicas.
El tr¨¢fico de influencias existe hoy, como existi¨® ayer y existir¨¢ ma?ana mientras se d¨¦ el caldo de cultivo del clientelismo. Pues no es, en su ra¨ªz, una cuesti¨®n puramente penal, sino en el fondo un problema cultural, ¨¦tico-social y sobre todo pol¨ªtico.
Nuestra cultura pol¨ªtica -la realmente vivida, no la de los discursos- no est¨¢ basada en la virtud ciudadana de sus principales protagonistas, sino en su capacidad de adhesi¨®n y de fidelidad inquebrantable a los nuestros (como en tiempos de Franco), de disciplina en la cohorte y de atenci¨®n a las clientelas de cada quien. Es una cultura de vieja trayectoria caciquil en la que los nuestros y los pr¨®ximos a los nuestros nos solicitan incansables favores, recomendaciones y protecci¨®n, mientras nos ofrecen sumisi¨®n, devotio iberica, homenaje y votos. Algo, en suma, muy poco parecido a la cultura c¨ªvica que Almond y Verba predicaban de las democracias.
Lo preocupante es que de los peque?os favores, el aprobado en el examen, el puesto en la oposici¨®n, la plaza de celador en el hospital o el subsidio de paro hemos venido a parar al disloque de la mordida y bocado en los contratos y adjudicaciones, de las recalificaciones millonarias de suelo, de los planes parciales ad hoc con misteriosos testaferros y de los asesores, gestores, intermediarios y comisionistas que pueden amasar fortunas en breve tiempo y de a?adidura no pagar impuestos.
Lo nuevo es la fuerza expansiva del viejo caciquismo en modernas formas de cuello blanco, la optimizaci¨®n descarada del sistema de influencia y su perfecto acoplamiento con los mecanismos clientel¨ªsticos que perviven en nuestra reciente democracia, con sus Estas ¨²nicas oficiales en el seno de los partidos, sus olig¨¢rquicas leyes de bronce y el rechazo a toda cr¨ªtica interna como desleal y traicionera.
Combatir el tr¨¢fico de influencias (como hubiera dicho un autor decirnon¨®nico, hoy de capa bastante ca¨ªda) ser¨ªa, realmente, cambiar el sistema (de valores, precisar¨ªa yo) que lo hace posible. Y eso va mucho m¨¢s all¨¢ de la persecuci¨®n penal de los traficantes. En el tr¨¢fico no s¨®lo hay traficantes. Hay tambi¨¦n influyentes e influidos. Y hay sobre todofluidos invisibles, no siempre dinerarios, que van y vienen por vericuetos asombrosos.
Mientras el clientelismo, pol¨ªtico erosione las administraciones p¨²blicas, debilite la posici¨®n de los funcionarios profesionales, asole la espontaneidad intema de los partidos, agoste y silencie la vida parlarnentaria, el tr¨¢fico de influencias gozar¨¢ de buena salud y sortear¨¢ indemne cualquier tipo penal. No es el c¨®digo lo que hay que modificar, de entrada, y menos parchear. Hay que empezar por corregir los h¨¢bitos pol¨ªticos del clientelismo. Y simult¨¢neamente que venga como guinda la tipificaci¨®n delictiva, en el marco de un nuevo C¨®digo Penal. Pues en otro caso, cualquier acusaci¨®n ser¨¢ tildada de linchamiento e importar¨¢ m¨¢s arrojar el espejo, que la cara.
es abogado y ex ministro de Educaci¨®n y Ciencia.
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