El maestro y el Castor enamorado
Las relaciones amorosas, dif¨ªciles, secretas y en todo caso extremadamente literarias, entre Jean-Paul Sastre, uno de los grandes fil¨®sofos del siglo, y su amiga Simone de Beauvoir, autora de El segundo sexo, siempre fueron objeto de especulaci¨®n y de pol¨¦mica. La publicaci¨®n reciente de las cartas en las que Simone de Beauvoir revelaba a Sastre sus frustraciones, sus miedos y su manera de afrontar el amor y la vida ha vuelto a poner de actualidad la discusi¨®n sobre aquella conflictiva relaci¨®n, que se glosa con un testimonio de primera mano.
Era un d¨ªa lluvioso de abril de 1981. En el cementerio de Mont martre, Simone de Beauvoir clava una mirada alucinada en la tumba abierta de Sartre. La mano que estrecha la rosa que va a arrojar sobre el ata¨²d no logra realizar el gesto que los fot¨®grafos esperan. Par¨ªs, Europa y el mundo se emocionan. Con el fil¨®sofo llega a su ocaso la gran ¨¦poca ideol¨®gica. Pero al mismo tiempo se extingue una uni¨®n que ha durado 50 a?os: la liaison legendaria de dos literatos de genio, hombre y mujer; una pareja de iguales que domin¨® casi todo el siglo.
Su encuentro se produjo en la Sorbona en 1929. Un grupito de estudiantes superdotados —Sartre, Aron, Merleau-Ponty— conoce a una chica bien de la burgues¨ªa, salida del colegio de Santa Mar¨ªa, especializado en preparar buenas bodas. Ella hab¨ªa escapado de una crisis m¨ªstica juvenil y tambi¨¦n del matrimonio. La estudiante de filosof¨ªa se enamora de golpe del m¨¢s fe¨²cho —aunque ninguno de los tres fuera un Adonis—, del m¨¢s bajito, con sus gruesas gafas de miope: Sartre. Ella es alta, guapa y seria, con ojos radiantes bajo unos pesados p¨¢rpados. ?Con ¨¦l podr¨¦ compartirlo todo", escrib¨ªa en una de las perentorias afirmaciones de sus memorias. "Sab¨ªa que nunca saldr¨ªa de mi vida" im¨¢genes de felicidad, intercambios fulgurantes de ideas. Aunque fuera equivoc¨¢ndose: aplaudieron M¨²nich, cayendo en la trampa pacifista. Durante la Resistencia, su papel fue marginal, entre los arcanos de la bolsa negra con un c¨¦lebre conejo comprado a peso de oro, asado y devorado. Como ella narra con honradez: "Fallamos en la guerra, cuando era preciso haberla hecho". Despiertan bajo una libertad que lleva el nombre de De Gaulle: "Lo aclam¨¢bamos... Se hab¨ªa acabado. Par¨ªs liberado ahora. Nos hab¨ªan devuelto el mundo, el futuro, y a ellos nos lanzamos".
Entre las ruinas, en la fiesta de una juventud pasmada a¨²n de haberse librado de la muerte, Sartre encuentra su ¨¦poca. Las Cartas al Castor (mote cari?oso que Sartre le daba), publicadas por Simone de Beauvoir en 1983, poco despu¨¦s de la muerte de Sartre, pertenec¨ªan a aquel tiempo remoto. Sartre en el frente (es un decir) y ella profesora en su liceo de provincias, se escriben fren¨¦ticamente, con ese furioso ejercicio de la verdad en el que basar¨¢n el principio de una uni¨®n libre de mistificaciones. Descubrimos entonces que Sartre se hab¨ªa reservado la parte del le¨®n, con los "v¨ªnculos contingentes", las aventuras, alguna prostituta, sus contritos regresos. Lo que contestaba ella lo sabemos ahora por estas Cartas, que aparecen por deseo suyo despu¨¦s de su muerte. Muri¨® tambi¨¦n ella, en 1986, a los 87 a?os, seis a?os despu¨¦s que Sartre.
Ley¨¦ndola hoy podemos juzgar si renunci¨¦, en la ternura y el desconcierto, a su voto de total franqueza. El secreto, custodiado durante 50 largos a?os, ?merec¨ªa tanta discreci¨®n? Aunque la prensa rosa derroche mucha tinta rom¨¢ntica —quien las publica en Francia es, y no por casualidad, la revista femenina Elle—, como un talism¨¢n para la felicidad, nosotros podemos apreciarlas quiz¨¢ como un controlado ap¨¦ndice de El segundo sexo (1949). O ser¨¢ una continuaci¨®n de La ceremonia del adi¨®s? Contrapunto de la feroz cr¨®nica de la decadencia f¨ªsica e intelectual de Sartre, que se mea en la butaca, cuya vista se debilita hasta desembocar en la ceguera, y de la enumeraci¨®n de sus man¨ªas, con el vaso de vino blanco y el gauloise siempre encendido, la irritaci¨®n por la "tercera persona", la invitada siempre renovada, en el s¨¦quito femenino que fastidia a Simone en la puerta de Sartre.
Desprecio
Era la ¨¦poca del desprecio de Simona de Beauvoir por los j¨®venes del 68 que rodeaban al fil¨®sofo. La ¨¦poca sobre todo en que Sartre se encontr¨® con Aron, "anticomunista" declarado, y subieron del bracete las escaleras del El¨ªseo (nunca antes pisadas por Sartre) para ver a Giscard d'Estaing (foto estrella en la Prensa mundial) e invocar la ayuda de Francia para el "pueblo de los barcos" que hu¨ªa desesperado del Vietnam comunista. Primer siguo aparente de la colada de lava de 1989. El encuentro entre los dos recibi¨® el nombre burl¨®n de "Sartron", inventado por Bernard-Henry L¨¦vy. ?Ajuste de cuentas filos¨®fico, amalgama, autocr¨ªtica? Me inclino por la tesis de la honradez de Sartre, la que sus amigos —como a¨²n hoy se definen ciertos intelectuales comunistas italianos, como Rosana Rossanda— son incapaces de asumir. Simone de Beauvoir sufri¨® en silencio, pero su reacci¨®n no fue menos exasperada. Guardiana durante toda la vida de un Absoluto de Bien, de Moral, de Raz¨®n, le era imposible releer la historia de su vida a la luz de los otros —y tambi¨¦n de las otras mujeres—, que ocupaban desesperados el primer plano de una nueva historia.
Ambos hab¨ªan enriquecido su uni¨®n con una atenci¨®n voraz a las cosas de su tiempo, con el ansia de adelantarse a los acontecimientos, de no dejarse coger desprevenidos, de no desmentirse: existencialismo, fe ideol¨®gica en la libertad marxista, izquierdismo, guerra de Argelia, Cuba, China, Vietnam, antigermanismo y despu¨¦s el imprevisto 68 y el insospechado viraje de la disidencia del Este. Aunque memorialista de excepci¨®n sobre la intelligentsia de medio siglo, Simone de Beauvoir dej¨® planear el olvido sobre los compa?eros que se quedaron por el camino, "perros anticomunistas", como Camus y Merleau-Ponty. Sobre ellos hab¨ªa dejado caer una g¨¦lida afirmaci¨®n, en la cual se pod¨ªa basar cualquier estalinismo; ataca a Merleau-Ponty, que hab¨ªa acusado a Sartre de una posici¨®n "ultrabolchevique", y escribe lapidaria: "La verdad es una, el error m¨²ltiple.'No es un azar que la derecha profese el pluralismo" (del ensayo El pensamiento de la derecha hoy, 1945). Pero entonces su poder intelectual era absoluto y lo jaleaban millones de vasallos intelectuales que se defin¨ªan, a su sombra, "amigos de Sartre y de Simone de Beauvoir". Si la pareja sigue siendo fant¨¢stica no es s¨®lo por su maniaca atenci¨®n a los acontecimientos mundiales, a las ideas que se enfrentan en el mundo, al compromiso, sino por su devoci¨®n cartuja al trabajo intelectual, la atenci¨®n respetuosa a la obra escrita, adeptos sobre todo a la fe de Buifon, para el cual "el estilo es el hombre". Contempl¨¦moslos un momento en cualquier atardecer. Ella corre desde su estudio polvoriento y desordenado al alto estudio igualmente polvoriento y desordenado de Sartre en el bulevar de Raspail. Ligados por una doble pasi¨®n, inventar la vida y hacerla servir de algo escribiendo. Se leen en voz alta lo que acaban de escribir, subrayan lo superfluo, eliminan las repeticiones, se emocionan con una novedad, les fascina un razonamiento. Sartre le dedica sus primeros grandes ensayos filos¨®ficos, incluido El ser y la nada. Ella, con la voz medida de una profesora de solfeo, impaciente de inteligencia, lo interroga, lo sondea, lo entrevista. Escribiente de las filos¨®ficas confesiones de Sartre sometido a interrogatorio, nos entrega Sartre a trav¨¦s de un testigo de su vida, y despu¨¦s La ceremonia del adi¨®s. A los ojos de los literatos Simone de Beauvoir seguir¨¢ siendo c¨¦lebre con sus memorias: Memorias de una joven formal (1958), La plenitud de la vida (1960), La fuerza de las cosas (1963), En resumidas cuentas (1972) donde no omite nada, con la escrupulosidad del celo cr¨¦dulo, con una exactitud de gu¨ªa tur¨ªstica, de estudiante ¨¢vida de conocimientos, gran andarina por los caminos del mundo. Le perdono, hoy, la total ausencia de humor, de risa ligera, de alegre iron¨ªa. Su genio es que ella ha pesado sobre el destino de las mujeres.
El feminismo no habr¨ªa estallado 36 a?os despu¨¦s sin tener en las manos El segundo sexo, m¨¢s famoso en Am¨¦rica que en Europa. Con la c¨¦lebre afirmaci¨®n "Una mujer no nace, se hace", en el sentido de que la realidad femenina es el resultado de un proceso familiar, educativo, social e ideol¨®gico. Entre diferencia e igualdad hay un punto de encuentro: "Aunque sea preciso rechazar 'el eterno femenino', cuando quiero definirme me veo obligada a declarar en primer lugar que 'soy una mujer'. Esta verdad constituye el fondo del que parte cualquier otra afirmaci¨®n".
Feminismo radical
Su feminismo radical es, m¨¢s que agresividad, una arenga brillante a favor de "una asimilaci¨®n de la mujer en una sociedad ya s¨®lo masculina". Le repugna totalmente "la idea de encerrar a las mujeres en el gueto femenino", el rechazo de los modelos masculinos es un sinsentido para ella, como un juego de azar, un experimento cient¨ªfico in vitro: "Quer¨ªa darme existencia a trav¨¦s de los otros, comunicando de la forma m¨¢s directa el sabor de mi vida. Casi lo he logrado". En este sentido es muy de agradecer la inmensa libertad del relato de sus amores con el escritor estadounidense Nelson Algren en Los mandarines (Premio Goncourt de 1947), al desvelar ante los pasmados lectores de El segundo sexo la pasi¨®n er¨®tica, narrada con puntillosa precisi¨®n de detalles, haciendo pedazos la escayola que aprisiona a las mujeres de talento y echa un p¨²dico velo sobre su vida. El libro suscit¨® gran esc¨¢ndalo en Par¨ªs. Mauriac, grosero, estall¨®: "Ya lo sabemos todo sobre la vagina de esta se?ora". Sartre, que no cre¨ªa en la "fidelidad integral", se lo tom¨® con calma: "Estoy seguro de m¨ª, e incluso demasiado. Nunca ha habido discusiones entre Simone de Beauvoir y yo sobre sus amores secundarios".
"Cuando encontr¨¦ a Simone de Beauvoir", confesar¨¢ m¨¢s adelante, en 1977, a Le Nouvelle Observateur, "tuve la sensaci¨®n de alcanzar la relaci¨®n m¨¢s plena; no hablo de vida sexual o ¨ªntima, sino de una conversaci¨®n, de un intercambio continuos".
?Por qu¨¦ pues hace ella al final la dram¨¢tica, amarga y enigm¨¢tica afirmaci¨®n: "Me han enga?ado"? Sigue siendo un misterio. No me preguntar¨¦ qu¨¦ habr¨ªa sido Simone de Beauvoir sin Sartre. Porque significar¨ªa afrontar otro cap¨ªtulo de la historia femenina, el del hero¨ªsmo solitario de las mujeres de ingenio. La pol¨ªtica ha sido la parte m¨¢s fr¨¢gil, contradictoria y err¨®nea de la obra de Sartre y de Simone de Beauvoir, pero su peripecia de pareja se ha convertido en mito, con esa idea central de El segundo sexo, seg¨²n la cual "amar de verdad al otro quiere decir amarlo en su alteridad". Sin enemistad, sin lucha muerte con el hombre, entendi¨¦ndose, avanzando juntos cogidos de la mano. Mejor, claro, si el compa?ero es alguien de genio.
Traducci¨®n: Esther Ben¨ªtez.
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