El amor juvenil
Los j¨®venes, con tremenda audacia, se sumergen en el mar de su ¨ªntima realidad oscura sin ahogarse nunca, pero no es para yacer ah¨ª ni dormirse en el letargo de la tristeza. Dentro del yo cerrado, y en continua vuelta sobre s¨ª mismos, crean las condiciones de la posibilidad de su amor juvenil. A esta pasi¨®n pura, Kant la denomina empat¨ªa. El joven, pues, va configurando su amor puro, desinteresado, ajeno a criaturas concretas. Sin embargo, Kant sostiene que no existe una pasi¨®n totalmente pura, porque todas ellas est¨¢n dirigidas a la b¨²squeda de algo que, por deseado, es valioso. Asombrosamente, el amor juvenil es una armoniosa conciliaci¨®n o s¨ªntesis de la pasi¨®n pura solitaria, creadora, y la pasi¨®n impura, ardorosa, posesiva. En la subjetividad reclusa, el joven comienza idealmente el gran viaje hacia el otro. Es all¨ª, en ese hontanar interior, donde fragua la idea sobre la figura perfecta, mediante una, reflexi¨®n, un unilateralismo apasionado. Por intr¨ªnseca necesidad, el joven es el m¨¢s metaf¨ªsico de todos los seres, un especulador incesante, que el psic¨®logo Vigotski describe como "un vivir para s¨ª". El amor que concibe, ajeno al cuerpo y al deseo, es una satisfacci¨®n interior del sentimiento puro, como el que experimentan los protagonistas de La porte ¨¦troite, de Andr¨¦ Gide.La etapa de la enso?aci¨®n ¨ªntima finaliza al crear el joven un proyecto amoroso definido, concreto, que se lanzar¨¢ a buscar afanosamente por los caminos de la vida. Cegado por la idea plat¨®nica que tiene en mente, cometer¨¢ errores, torpezas, pues la dispersi¨®n y movilidad son propias de la agitaci¨®n amorosa que vive. En general, estas primeras experiencias son decepcionantes por exigentes, ya que espera que el otro encarne y se adapte a los imperativos ideales de su yo. Y estalla el drama del amor juvenil: por una parte, se empe?a en encontrar la realidad exacta de su figura ideal y que no acierta a descubrir, y de otra, sue?a el amor al que aspira desesperadamente. De esta contradicci¨®n nace el ansia amorosa, hambre avasalladora de vivir el amor. Esta ansiedad inserta al joven en la vida, es su integraci¨®n desordenada y dolorosa en la sociedad.
A la concentraci¨®n y repliegue en s¨ª le sucede la expansi¨®n activa, multiplic¨¢ndose en afanes ca¨®ticos. Ya no es el programador ideal, y quiere, busca concretamente. No puede esperar, como el joven dan¨¦s Malte Lauridde Brigge, desde la ventana de un hotel de Par¨ªs, el sereno y consolador advenimiento del amor. En realidad, el amante juvenil no quiere ser amado, sino amar sucesivamente, sin detenerse en la ternura apacible, busc¨¢ndose a trav¨¦s de distintos objetos amorosos, ya sean imaginados o reales.
El joven ansioso vive sus amores como si fuesen fragmentos de una melod¨ªa apenas iniciada que, al interrumpirse bruscamente por el fracaso, provocan una ansiedad a¨²n mayor. La insatisfacci¨®n que sufre el joven la define Locke con la palabra uneasiness, estado desabrido y carencia de tranquilidad. La ansiedad se genera de esta desaz¨®n ¨ªntima que experimenta con mayor fuerza el joven, porque est¨¢ rico de deseos incompletos. Explica Leibnitz que la inquietud expresa la caracter¨ªstica de un ser que busca un objeto que necesita vitalmente, pero, al no lograr la posesi¨®n plena, permanece en un estado de tendencia que no llega a ninguna parte.
El amor juvenil tropieza con la misma problem¨¢tica inmanente al ansioso, pues, sabiendo lo que busca, no acierta a percibirlo. Abraza una criatura, siempre la protagonista de su idea, pero no logra descubrir la persona real y concreta que ama. Claro que, como el joven no pretende conocerla ni le importa, es natural que sufra fracasos m¨²ltiples en sus aventuras amorosas. Sin embargo, y pese a su fugacidad, estas experiencias le van obligando a objetivar su b¨²squeda, y de la errabunda y m¨²ltiple ansia se percata que debe concentrarse en una sola, ¨²nica. Pero el drama de esta ansiedad consiste en que al joven, en el decurso de sus tentativas amorosas, se le ha ido borrando de la mente la imagen ideal creada. Desde este momento, s¨®lo la presencia de una criatura le descubrir¨¢ lo que busca realmente.
El encuentro con ella o con ¨¦l es el hallazgo, un fortuito y azaroso acontecimiento. Entonces, en lo que se empe?ar¨¢ el amante juvenil es en lograr integrarse, unirse con el otro, para dejar de ansiar. Sin embargo, la misma ansiedad le impide entregarse totalmente. La posesi¨®n siempre posible, esperada y nunca realizada plenamente, lleva la ansiedad al paroxismo subjetivo, pero a la vez demuestra la capacidad de donaci¨®n del joven, su torrente de energ¨ªa interior.
La pureza ideal del amor juvenil coexiste con un deseo ardiente, imperativo, que no cesa de desear. Como dice justamente el profesor Ignacio Izuzquiza, en su hermosa obra sobre Bergson: "El deseo no tiene un t¨¦rmino definitivo, se niega a ser cumplido y se recrea en la mera actitud de desear". De aqu¨ª proviene la intranquilidad er¨®tica de los amores juveniles. Dominado por este deseo febril, el cuerpo del otro permanece tan oscuro que no lo percibe jam¨¢s como una realidad independiente ni un ser por s¨ª mismo; es tan s¨®lo un mero objeto apetecible para satisfacer el deseo c¨®smico que le arrastra en su fluencia incontenible. Por esta raz¨®n, el joven no puede vivir una pasi¨®n real, que es la identificaci¨®n e integraci¨®n de los cuerpos diferentes. "Amantes, vosotros que os bast¨¢is el uno al otro", ?tienen pruebas de su realidad rec¨ªproca?, se interrogaba Rilke, pues el deseo vertiginoso del joven le impide conocer, serena y concretamente, a la criatura amada.
Los j¨®venes viven el amor arrastrados por los deseos m¨²ltiples de la corriente fluvial de su sangre, que, una vez satisfechos o no, pueden caer en una profunda melancol¨ªa. Sin embargo, los amores juveniles, aun los m¨¢s decepcionantes, revelan al joven las posibilidades infinitas de su ser. Y es entonces cuando la angustia comienza a insinuarse en su coraz¨®n, porque la mera posibilidad le descubre tambi¨¦n la nada de su ser en esa etapa de la vida. Dolorosos y humillantes son los fracasos amorosos de los j¨®venes, porque evidencian su realidad incompleta. Parad¨®jicamente, sienten a la vez la potencialidad de su ser, su riqueza ¨ªntima, el poder que tienen de ser todo lo que quieren y la capacidad de alcanzarlo en el ancho horizonte sin la menor duda. Por ello, los fracasos amorosos no arredran al joven, ya que es consciente de su energ¨ªa natural y del din¨¢mico futuro que est¨¢ presente en ¨¦l. En consecuencia, el amor juvenil es una dichosa desdicha o una desdichada dicha.
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