El viajero indiscreto y el espectador impertinente
Una visita a los ensayos generales de la ¨®pera de Luis de Pablo y Vicente Molina Foix
El Viajero, "hombre de fr¨ªos modales", acude a sendas citas de dos damas. Una de las citas es donde "el viento hiela el pelo"; otra, donde la temperatura "chamusca la piel". De aqu¨ª en adelante, el nudo, el desenlace; la peripecia, el ep¨ªlogo; el argumento, la m¨²sica, el canto... Pero no todo es tan sencillo. Cientos de personas se reun¨ªan este fin de semana en el teatro de la Zarzuela para ensayar la ¨®pera de Luis de Pablo y Vicente Molina Foix El viajero indiscreto, que se estrena ma?ana, y era un batiburrillo de voces, compases, idas y venidas, naturalmente dentro de un orden.
Desde el patio de butacas impresiona la monumentalidad del decorado, pero no tanto como desde el mismo escenario. El espectador hab¨ªa de ser impertinente y se meti¨® dentro, no s¨®lo para pisar las tablas sino tambi¨¦n para subir hasta la parrilla de los focos y el tinglado de cuerdas y enganches desde donde se mueven los decorados, a 24 metros sobre el nivel de la escena.Con un poco m¨¢s de esfuerzo y de impertinencia, recorri¨® pasillos, atisb¨® camerinos, ascendi¨® a los dominios de la luminotecnia, baj¨® al foso de la orquesta, y pudo contemplar tenores, sopranos, bar¨ªtonos, lo mismo a vista de p¨¢jaro que de gusano. De cualquier forma estaban guapos. Sim¨®n Su¨¢rez, director de escena, era hombre clave all¨ª. Rubianco de pelo, mediano de estatura, agudo de voz, gesticulante, activo, mandaba m¨¢s que un almirante de la Armada.
En tanto sobre el escenario se trabajaba a fondo, los vecinos de abajo no paraban tampoco. Los vecinos de abajo, constitu¨ªdos en orquesta, ensayaban ajenos a lo que hicieran los vecinos de arriba. No demasiado, pues las voces les imped¨ªan concertar. "No oigo nada", se lamentaba Jos¨¦ Ram¨®n Encinar, el director, y ped¨ªa a los de arriba que hablaran menos. Los profesores de la orquesta le expon¨ªan sus problemas: "A mi me falta un comp¨¢s entre el seis y el siete". Se los resolv¨ªa y luego hac¨ªa las advertencias pertinentes: "Hay un calder¨®n de la voz en el comp¨¢s 83".
Percut¨ªa el atril con la batuta, y ya estaba la orquesta en marcha. A veces anunciaba c¨®mo habr¨ªa de ser esa marcha: "Separen las negras de las semicorcheas..., uno, dos, tres, parap¨ª, parap¨¢, papap¨¢". Despu¨¦s el parap¨ª-parap¨¢ lo traduc¨ªan los instrumentos musicales a su conocida manera. Los instrumentos musicales no son en El Viajero Indiscreto los habituales en las ¨®peras . Quiere decirse que Luis de Pablo ha introducido algunos muy novedosos. Por ejemplo, hay tres steeldrums o tambores de metal, y un coro de tenores y sopranos que se sienta en el foso entre el vibr¨¢fono y los contrabajos, porque esas voces hacen la funci¨®n de verdaderos instrumentos musicales.Cuando las sopranos suben al camerino en los descansos, est¨¢n bastante alteradas. "Se debe al calor y a la tensi¨®n". Por distintos motivos tambi¨¦n est¨¢ alterada la mezzo-soprano Victoria Vergara, que se queja con su mejor acento chileno de c¨®mo le cae el vestido: "Esto no funsiona". La modista dice que tiene raz¨®n, pues el cintur¨®n se le enrolla en el corpi?o, y explica al espectador impertinente que abriendo un poco el vestido por detr¨¢s y haci¨¦ndole luego un pespunte, asunto solucionado. La verdad es que el espectador ser¨ªa impertinente, pero no hab¨ªa dicho esta boca es m¨ªa.Metr¨®polis futurista
Los vecinos de abajo se ponen de acuerdo con los de arriba y ensayan todos a una. Segundo acto. En el escenario, seg¨²n se mira, a la izquierda, hay tres enormes muros alicatados. A la derecha, tambi¨¦n. Pegadas al primero, dos enormes pilas de libracos con envejecidas pastas de cuero (a la derecha, tambi¨¦n); el segundo muro est¨¢ medio derru¨ªdo y le asoman comidos los ladrillos; en el tercero hay puerta, ventanal, escalera. De frente, gran portal¨®n que se cierra con un espejo. Delante, dos ascensores cil¨ªndricos alt¨ªsimos -casi los 24 metros que admite la envergadura del escenario-, construidos de hierro y cristal, donde suben y bajan los cantantes que mande el libreto. Es un decorado de mucha fuerza descriptiva, que comunica el ambiente s¨®rdido de la metr¨®polis futurista.
Libracos, hierros, cristal... De repente pasa una se?ora de la limpieza, coge una pila de libros y se la lleva tan pimpante como si fuera la cesta de la compra. Caray. El espectador impertinente sospecha que all¨ª hay gato encerrado. Sigue el ensayo. En escena, Luna, la dama que cit¨® al Viajero all¨ª donde la temperatura chamusca la piel y, tumbado, el Robot Andr¨®gino. Luna, que es Sharon Cooper, canta con deliciosa voz de soprano "...Pero hay una criatura que es lo m¨¢s perfecto que ha salido de mi cabeza..., mientras evoluciona seg¨²n le va indicando Sim¨®n Su¨¢rez, y el Robot Andr¨®gino, que es Timothy Wilson y no evoluciona, canta con sorprendente voz de contratenor "...Fui creado a imagen y semejanza de mi duefia...". Algo debi¨® salir del rev¨¦s pues Encinar corta la acci¨®n, da unas explicaciones y manda repetir: "Volvemos con la arietta in fonna di terzetto".
Sharon Cooper es alta, rubia, bella y expresiva. Victoria Vergara, en el papel de Do?a -la que cit¨® al viajero all¨ª donde el viento hiela el pelo-, tiene un tipazo, es trigue?a, guapa y exhibe car¨¢cter. El Viajero es Manuel Cid, tenor, voz plena, buena planta, cabeza noble de las que lucen raya en medio. ?l inicia la obra cantando "...He de ir abrigado, all¨ª hay nieves perpetuas...", y ¨¦l la concluye, desapareciendo en medio de un turbi¨®n al tiempo que los muros se rasgan, un murci¨¦lago "raya la porcelana de la tarde"', acaece el silencio...
Aquello de que la se?ora de la limpieza se llevara a dos manos una pila de librajos no estaba muy claro, hasta que a simple halar de tramoyistas subi¨® el decorado entero -muros, ascensores, libracos...- y baj¨® otro de paneles transl¨²cidos, ruedas dentadas, pantallas luminosas... El espectador tuvo entonces la impertinencia de ir al escenario y comprobar, a golpe de nudillos, que muros, asensores, libros, estaban hechos de cart¨®n. Bueno, pues eran una preciosidad.Entre cajas
"?No haga ru¨ªdo, por favor!", le implor¨® un ayudante de direcci¨®n, y se qued¨® cotilleando lo que ocurr¨ªa entre cajas, sin romper nada. El apuntador (a la izquierda del escenario, seg¨²n se mira), susurraba a los cantantes los principios de frase: "Vuelvo..., la oscuridad..., me parece...". El espectador pas¨® al otro lado del escenario por detr¨¢s del foro y all¨ª se encontr¨® con una multitud api?ada: coro, bailarines, figurantes, carpinteros, es pecialistas metiendo en escena humo de anh¨ªdrido carb¨®nico Daban ganas de fumar, por cierto, pero no dejaban.
El coro cantaba. Grit¨® el director musical: "?No se les oye ?Desde donde cantan ustedes, si puede saberse?" "?Cantan desde ah¨ª", se?al¨® el tenor, en actitud de Crist¨®bal Col¨®n. "Pues que pasen al otro lado, a ver si se les oye mejor". El concertador indicaba qu¨¦ deb¨ªa de hacer el equipo de apoyo, seg¨²n sus anotaciones sobre la partitura; el repetidor lo transmit¨ªa por un micr¨®fono. Las ¨®rdenes iban a parar, por ejemplo, al para¨ªso. All¨ª, en una cabina cenital, las recib¨ªan dos t¨¦cnicos y pon¨ªan en funcionamiento, por ordenador, las luces de escena.
Durante dos meses, orquesta por un lado, coro por otro, el concertador y los cantantes por el suyo, sastres y figurinistas, t¨¦cnicos de luces y de sonido, decoradores, core¨®grafos, trabajaron a fondo la parte de la obra que les correspond¨ªa y ahora estaban todos all¨ª, en los mil vericuetos de la Zarzuela, ensamblando tareas para que ma?ana pueda levantarse el tel¨®n y todo discurra con naturalidad y buena armon¨ªa, como si nada hubiera pasado. Pero ha pasado, claro. Empez¨® a pasar cuando Luis de Pablo compuso la ¨®pera, Molina Foix escribi¨® el libreto, y todo un mundo se puso entonces en movimiento.
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