Tiempos de de desesperanza
El dudoso bagaje social cosechado en el Reino Unido por Maggie Thatcher tras 10 a?os de mandato autoritario no ha sido otro que el haber creado las condiciones de un nuevo enfrentamiento de clases, una intolerancia creciente y un sentimiento generalizado de insolidaridad.No debe extra?ar si un cine inquieto, como demuestra ser el brit¨¢nico reciente, arremete contra el actual estado de cosas: recu¨¦rdese Sammie y Rosie se lo montan, de Stephen Frears, o el implacable cine social practicado por un cineasta como Ken Loach, y recu¨¦rdese que este cine hunde sus ra¨ªces en precedentes tan ilustres como el free cinema de finales de los a?os cincuenta o incluso antes, en la gran tradici¨®n social de la escuela documentalista surgida hacia los a?os treinta y capitaneada por cineastas como John Greirson, Humphrey Jennings o Paul Rotha.
Grandes ambiciones
Director y guionista: Mike Leigh. Fotografla: Roger Pratt. M¨¹sica: Andrew Dickson. Reino Unido, 1989. Int¨¦rpretes: Philip Davis, Ruth Sheen, Edna Dor¨¦, Heather Tobias, Philip Jackson, Lesley Manvffle. Estreno en Madrid. Azul y Picasso.
Grandes ambiciones se apunta a esta tendencia, y lo hace con todos los honores. Contiene uno de los alegatos m¨¢s indigestos que se hayan podido ver en los ¨²ltimos tiempos, algunos aspectos formales de gran cine y una indisimulada aversi¨®n de su autor, Mike Leigh, por algunas de las criaturas a las cuales da forma.
No es Leigh un hombre que se vaya por las ramas. Muestra ambientes siempre opresivos, presididos por un notable mal gusto, y lleva el realismo de su discurso hasta el l¨ªmite de la ruptura con cualquier noci¨®n de star system: sus actores son feos, indisimuladamente feos; los comportamientos de aquellos sobre los cuales el director quiere cargar las tintas son tan cargantes que bordean casi la. caricatura.
Diagn¨®stico
Grandes ambiciones cuenta la historia de un n¨²cleo familiar disperso compuesto por dos hermanos, sus respectivos esposo y compa?era y la anciana madre. Al conocimiento de ellos se llega mediante una estructura casi el¨ªptica, que emplea personajes claramente secundarios -aunque muy significativos de la actual sociedad brit¨¢nica-, para introducir a los reales protagonistas. Todos ellos simbolizan actitudes diferentes ante la realidad y, sobre todo, ante el futuro, y todos juntos son un diagn¨®stico. Cyril, mensajero motorizado, rechaza violentamente cualquier compromiso y cualquier sumisi¨®n; de ah¨ª que se niegue a asumir la paternidad con parecidos argumentos a los esgrimidos por Gunnar Bj¨®rnstrand en Lasfresas salvajes: no vale la pena darle hijos a un mundo como ¨¦ste. Su pesimismo nace de la inteligencia: por ello, tampoco resulta c¨®modo situarse en su l¨ªnea de razonamiento, que, por otra parte, es expresada en un lenguaje claro y rotundo.La hermana, Valerie, es una insatisfecha y m¨¢s bien desquiciada conciencia, e impone a los otros su particular visi¨®n de la familia -la atroz fiesta de cumplea?os de la madre-. Y Shirley, la compa?era de Cyril, es, a la postre, el ¨²nico personaje c¨¢lido, que apuesta con moderaci¨®n por un futuro mejor (al fin y al cabo, quiere ser madre).
Tambi¨¦n hay otra posibilidad de leer la pel¨ªcula, pero tampoco resulta c¨®moda: ver en ella el largo proceso de peque?os sufrimientos que llevar¨¢n a una anciana solitaria a acercarse a uno de sus hijos. Pero cuando nos parece que ¨¦se es el sentimiento positivo que pretende dejar en claro el filme, tras la noche pasada por la madre en casa de Cyril y Shirley, la secuencia final en la azotea -"es la cima del mundo"- marca un nuevo giro desesperanzador a una historia de perdedores en una sociedad construida sobre la competencia. Esa azotea no es la cima del mundo; es s¨®lo una peque?a y fea atalaya en una fea ciudad en tiempos de crisis y desesperanza, de derrota.
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