La mano izquierda de Vel¨¢zquez
Al hablar de Vel¨¢zquez est¨¢ m¨¢s que justificado decir realidad. Pero resultar¨ªa injustificable no plantear acto seguido la pregunta: ?cu¨¢l de ellas, realidad c¨®mo, qu¨¦ realidad? Puesto que sabemos, desde Arist¨®teles por lo menos, que realidad "se predica de muchas maneras". Entre las velazque?as no encontraremos nunca el mero retrato de lo establecido, de "lo que hay", que dijo Zubiri, distingui¨¦ndolo de "lo que es". Los gui?os del pintor,son discordancia, cr¨ªtica sonrisa? El personaje engolado que, detr¨¢s de Sp¨ªnola, mira al suelo en Las lanzas constituye un contrapunto a esa representaci¨®n m¨¢s civilizada que aparatosamente victoriosa de la consecuencia de una batalla ganada; todo en El buf¨®n llamado don Juan de Austria es casi una risotada respecto a los dos hom¨®nimos superiores del histri¨®n retratado: el h¨¦roe de Lepanto sobre todo y el fruto galante de Mar¨ªa Calder¨®n y Felipe IV. Vel¨¢zquez prorrumpe en carcajada y refleja la insania de grandeza del tercer Juan de Austria. En cualquier caso, la osad¨ªa no roza la lesm majestad, ya que aquellos Habsburgo eran bastardos.Giovanni Battista Pamphili, Inocencio X desde 1644, no fue precisamente un dechado de apostura. Cuando Vel¨¢zquez le retrata, ha alcanzado el Pont¨ªfice la edad de 76 a?os. "Troppo vero", dicen que espet¨® el romano al verse en la efigie que le presentaba el pintor de c¨¢mara de su majestad cat¨®lica, seg¨²n reza protocolarlamente la dedicatoria en ese pliego que el anciano mantiene, sin entusiasmo, con una omano izquierda desahuciada de anillos cualesquiera.
?Qu¨¦ hubiese dicho este Papa ante las recreaciones geniales que ha vomitado Bacon de esta obra velazque?a? Quiz¨¢ nada, salvo acompa?ar con alaridos de espanto viol¨¢ceo los que le sobrepone el artista brit¨¢nico.
"Troppo vero"
Demasiado verdadero no es lo mismo que verdadero a secas Este retrato no es hiperrealista tendencia ¨¦sta que bien pudiera predicarse de El aguador de Sevilla, realista m¨ªsticamente en los enseres y por manera exagerada en los tres personajes. La intenci¨®n es la misma que la que anima El almuerzo, pero en este caso redoblada por ese testigo del fondo, con gola y sin rostro, ?de d¨®nde viene?, esto es fantasmag¨®rico, que sin duda habr¨¢ interesado a Antonio Saura.
?Realidad? La sustantiva no soporta m¨¢s que formulaciones diremos que adjetivadas. Vel¨¢zquez domina la jerarqu¨ªa de los ¨¦nfasis. A excepci¨®n de con los ninos y con los perros (toque este ¨²ltimo tan veneciano), ante los cuales desparrama ternura, mantiene frente a otros muchos modelos importantes una distancia en la que asienta su propio senor¨ªo. (En Toro, donde su primer protector, el Conde Duque, rumia la soga definitiva de su real desvalimiento, acompa?a el pintor a Rioja y otros deudos de Olivares, a m¨¢s de alg¨²n que otro sopl¨®n disfrazado de cariacontecidas intenciones; pero se mantiene silencioso y alejado unos pasos del grupo en torno al antiguo viceamo. Su actitud es exactamente la contraria a una de cal y otra de arena: dignidad observadora de quien agradece, mas considera no tener por qu¨¦ arriesgar posiciones conquistadas, cierto que con ayudas, pero sobre todo por m¨¦ritos propios. Don Diego de Silva ten¨ªa adem¨¢s pruritos de nobleza estamental y alguno logr¨® ver satisfecho.) No halaga con descaro ni tampoco critica desenfadadamente, sino que transmuta siempre in omnia. En tal pintura, una vasija por ejemplo no desdice desde su contundencia del empaque, acaso m¨¢s desma?ado, de alg¨²n personaje. Hablamos antes de hiperrealismo; nos referimos ahora a una opci¨®n vital. Realidad desde luego, pero la que dimana, seg¨²n Ortega, de "la realidad como funci¨®n gen¨¦rica".
Tabla rasa
En un texto capital, su discurso de clausura (1960) en la Universidad Men¨¦ndez Pelayo, de Santander, Lafuente Ferrari enfoca a Vel¨¢zquez como salvador de la circunstancia. (Este art¨ªculo tiene un punto de homenaje a don Enrique en efem¨¦rides velazqueria, que desde su primer esfuerzo, en 1962, y tan conseguido, nos invade hoy, por segunda vez y esplendorosamente.) Seg¨²n el historiador, Vel¨¢zquez "hace tabla rasa de la ret¨®rica figurativa italiana, con una radicalidad sin compromiso...". Tal radicalidad es la que nos interesa, y no hemos citado en balde a Zubiri; el discurso de Lafuente est¨¢ impregnado de zumos orteguianos La circunstancia, la atenci¨®n que el pintor le presta, no rebaja su obra a un realismo detallado, ni siquiera a una visi¨®n m¨¢s objetual que objetiva, pegada dema siado cerca a meros datos ¨®pti cos, sino que la a¨²pa a una "compleja imbricaci¨®n", muy distinta del "espejo impasible de la reali dad visual". La mano izquierda de Vel¨¢zquez est¨¢ a la obra, es un poco su Weltgeist, mucho menos enorme que el de Hegel, en virtud del cual "ni juzga ni califica", antes por el contrario incorpora un "sesgo metaf¨®rico", que a lo que menos se asemeja es a la martingala.
Un disc¨ªpulo, gracias a Dios vivo, de don Enrique public¨® en 1961 y 1962 dos ensayos (que las bibliografias oficiales de la actual exposici¨®n pasan nada ol¨ªmpicamente por alto) sobre la funci¨®n del movimiento en las composiciones velazque?as. Me refiero a Joaqu¨ªn de la Puente, para quien el gran pintor perfecciona la elipse de los venecianos del siglo XV, enga?ando con un sosiego eficazmente esceriogr¨¢fico. El¨ªptico es el ritmo de La t¨²nica de Jos¨¦ (como lo es el del Guernica picassiano, sobre todo, nos ense?a De la Puente, en el primer esbozo de mayo de 1937) y menos patentemente el de La fragua. Los espejos del barroco, que tanto atraen a Praz y a Haskell, tienen un azogue especial: ?provocan reflejo o espejismos? En Vel¨¢zquez los espejos se truecan por momentos en puertas abiertas o en ventanas que lo est¨¢n de par en par. Cuando hay en ellos imagen, disminuye ¨¦sta el tama?o natural. Un ejemplo cl¨¢sico de otro pintor lo constituye Los Arnolfini, de Van Eyck. "Como mucha pintura en lienzo escaso". El juego de la mano izquierda penetra, pues, en los mismos cuadros de Vel¨¢zquez. (Pega hasta d¨®nde? Yor qu¨¦ no hasta nosotros para hacernos a nuestra vez jugar?
Restauraci¨®n
Est¨¢ probado que Leonardo era zurdo. ?Jugamos a que lo fue Vel¨¢zquez? Su autorretrato en Las meninas es una taba en este juego. Tiene don Diego la paleta, mucho m¨¢s chica que la que emplear¨ªa para cuadro tan grande, en la mano derecha. ?Se autorretrat¨® frente a un espejo con la izquierda? No es un dislate hacer pregunta similar ante, por ejemplo, el retrato de G¨®ngora, no pocos de los ecuestres, el dios tocado con alas de Mercurio y Argos, El ge¨®grafo y ante el mism¨ªsimo Juan de Pareja. Nadie debe ganar en este juego; ¨¦ste es el pacto: era ambidextro Vel¨¢zquez. Con el obispo medieval de Lugdun, repetimos nuestra intenci¨®n jocosa (?l¨²dica nunca!): "Pasar siempre de los juegos a lo serio y, viceversa, de la seriedad al juego".
La tradici¨®n m¨¢s docente es la que impulsa al futuro. Que Vel¨¢zquez es un tramo important¨ªsimo de dicha tradici¨®n lo prueban, entre otros, Bacon, Saura, los de Cr¨®nica, y con art¨ªculos recent¨ªsimos Antonio L¨®pez, Jos¨¦ Hern¨¢ndez, y el profesor Vallec¨ª?lo con una atinada broma comparat¨ªva entre Las hilanderas y La novia desnudada por sus solteros, inso, de Duchamp. Vallecillo no especula sobre la hilandera vieja, cuya pierna se metamorfosea en casi suculenta juventud por imperativo de la de su compa?era, joven toda ella.
Tengo para m¨ª que el ¨¦xito m¨¢s clamoroso, sin tijeras posibles, de la exposici¨®n en curso debe ofrecerse a los restauradores del Prado. En cuanto a las bibliograf¨ªas oficiales, ?qu¨¦ le vamos a hacer! Quiz¨¢ practiquen la fuga hacia adelante. Por desventura, hay poso en ellas, si no de mezquindad, desde luego que de cicater¨ªa. En cualquier caso, nos consuela Nietzsche, para quien el olvido es uno de los manantiales de la memoria.
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