El Madrid pierde la Recopa por su propia ceguera
El Real Madrid juega harto de perder batallas, hastiados sus jugadores de visitar el vestuario convertido en un rinc¨®n de pla?ideros. Y ese mismo hartazgo, transformado en codicia por cualquier victoria reivindicativa, es el origen de todo mal. El Real Madrid perdi¨® la final de la Recopa sin mayor excusa que su propia ceguera que le inhabilit¨® para adoptar soluciones racionales. A estos jugadores s¨®lo les queda la Liga para alimentar su encomiable, denodado, pero peligroso af¨¢n de gloria. El Knorr de Bolonia consigui¨® as¨ª su primer t¨ªtulo europeo, su ventaja no radic¨® tanto en el factor local como en una disposici¨®n t¨¢ctica mucho m¨¢s paciente.El t¨¦cnico George Karl lucha infructuosamente porque sus jugadores entiendan que la paciencia es una virtud y la estrategia un arma y que la soluci¨®n de sus males no puede venir de golpe, por el mismo camino que llegaron las desgracias que han asolado la plantilla.
D¨ªa a d¨ªa, Karl trabaja en dotar a sus hombres de fundamentos b¨¢sicos y en transmitirles un clima de sensatez, pero todo ese material salta hecho pedazos cuando el af¨¢n indiscriminado de victoria hace su aparici¨®n. La final de ayer fue una prueba contundente de ello: mientras el Real Madrid sigui¨® la estrategia convenida, mantuvo el partido controlado; cuando apareci¨® el deseo sanguinario de alcanzar la soluci¨®n f¨¢cil, el esquema se diluy¨® espectacularmente.
Curiosamente, los jugadores madridistas fueron incapaces de darse cuenta, bien avanzado el segundo tiempo, de que la victoria era posible. Incluso, a pesar de algunas acciones individuales bien improvisadas, el saldo final fue ruinoso. Anderson jug¨® con arma de p¨ªvot, Antonio Mart¨ªn trat¨® de emular a un fino alero, y Villalobos se crey¨® por un momento investido por el destino de la responsabilidad de alcanzar la gloria. Rota toda idea de conjunto, los minutos finales representaron una dram¨¢tica agon¨ªa para el Real Madrid, en la que el rival no hizo otra cosa que limitarse a esperar pacientemente a que el tiempo se agotase.
Toda idea de estrategia, mientras dur¨®, redujo el partido a una idea muy simple, la acci¨®n indivual del alero americano Richardson, que estableci¨®, merced a su capacidad de improvisaci¨®n, las primeras diferencias interesantes en el marcador. El trabajo madridista en defensa se centr¨® en anular, inicialmente, al tirador Bon y en controlar el rebote.
Y ambas intenciones se cumplieron perfectamente hasta que entr¨® en escena el citado Richardson. Pero ¨¦se es el drama de todo dise?o t¨¢ctico porque los mapas y los esquemas no pueden imponerse fatalmente a la acci¨®n individual de los jugadores. Un hecho as¨ª convert¨ªr¨ªa al baloncesto en un mero ajedrez m¨®vil.
Aun as¨ª, el empe?o de Karl fracas¨® porque sus jugadores fueron desatendiendo sus consignas seg¨²n la frustraci¨®n abri¨® la puerta a su ansiedad.
Tras llegar al descanso en una situaci¨®n inc¨®moda pero no dram¨¢tica (37-48), los madridistas se dispusieron en la reanudaci¨®n a resolver por el m¨¦todo expeditivo que tanto les caracteriza ¨²ltimamente. El Knorr aprovech¨® esta oportunidad para alcanzar su m¨¢xima ventaja (37-54), momento a partir del cual Anderson decidi¨® unilateralmente convertirse en el impulsor de una remontada. El Madrid tard¨® m¨¢s de cinco minutos, tras la reanudaci¨®n, en encestar alg¨²n lanzamiento que no fuese un tiro libre. De una forma improvisada el Real Madrid lleg¨® al minuto 34 con un marcador id¨®neo para intentar el asalto a la final (60-67). Pero ah¨ª dio la sensaci¨®n, nuevamente, de que los madridistas eran incapaces de racionalizar la situaci¨®n.
Los seis minutos finales fueron la constataci¨®n de ello. Karl daba instrucciones, pero cada jugador actuaba pose¨ªdo de un af¨¢n inagotable por resolver el partido. Se desaprovecharon puntuales oportunidades, se actu¨® en la ofensiva de forma impropia, desplazando los bases a los p¨ªvots o enviando los pases a cualquier punto insospechado. Sin racioncinio enfrente, el Knorr, curiosamente, se encontr¨® sin rival cuando su posici¨®n empezaba a ser m¨¢s d¨¦bil, lesionado su cerebro, el base Brunamonti, desde el comienzo de la reanudaci¨®n. Pero la ceguera de los madridistas convirti¨® esta circunstancia en un final aparentemente c¨®modo para los italianos que, rodeados de sus fieles en las inmediaciones de la cancha, esperaron, sorprendidos y euf¨®ricos, a que la final acabase para celebrar su primer t¨ªtulo europeo.
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