C¨®mo evitar un IV Reich
Cada intento de retrasar la unidad alemana y cada recelo o suspicacia expresados en voz m¨¢s o menos queda a ambos lados del antiguo tel¨®n de acero sobre sus peligros suponen no s¨®lo un desprecio total a las realidades hist¨®ricas europeas, sino que muy posiblemente contribuir¨¢n a potenciar lo que aparentemente se trata de evitar: un resurgimiento del nacionalismo germano.Henry Kissinger, alem¨¢n de nacimiento y profundo conocedor del tema, lo acaba de se?alar en una intervenci¨®n en Washington. El antiguo secretario de Estado ha concluido que la unidad alemana es inexorable, y cuanto antes se consiga, mejor para todos.
Levantar fantasmas del pasado, aunque el pasado sea reciente y cruel para muchos pa¨ªses europeos, no puede servir sino para crear en Alemania una mentalidad de sitio parecida a la que vivi¨® la Rep¨²blica de Weimar tras las horcas caudinas impuestas a Alemania en el Tratado de Versalles, causa principal de la ascensi¨®n al poder de Hitler y del nacionalsocialismo.
Las elecciones del 18 de marzo en la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana (RDA) han demostrado muchas cosas, pero, sobre todo, han confirmado que el anhelo de unidad nacional sigue vigente en una de las cunas de la civilizaci¨®n europea como es Alemania. Frente a la teor¨ªa de una naci¨®n, dos Estados, que durante a?os configur¨® el pensamiento de la ostpolitik y la socialdemocracia alemana, los alemanes orientales han escogido de forma abrumadora el reencuentro con su historia com¨²n a trav¨¦s de la f¨®rmula una naci¨®n, un Estado.
La historia demuestra que, m¨¢s; pronto o m¨¢s tarde, todo lo que es artificial, como lo es la divisi¨®n de Alemania, y por extensi¨®n la de Europa, acaba por derrumbarse. Y en el caso germano era incomprensible pensar, como muchas canciller¨ªas occidentales y orientales pensaban, que los cinco l?nder de Prusia iban a elegir voluntariamente una marcha separada a la de sus hermanos alemanes occidentales.
Todos los pa¨ªses tienen en su territorio y en su historia un elemento catalizador de la unidad nacional, que en el caso alem¨¢n se llama Prusia; en el de Espa?a, Castilla, y en el del Reino Unido, Inglaterra. La amputaci¨®n de estos territorios de sus naciones-madre s¨®lo puede producirse por medio de un cataclismo, como fue, en el caso de Prusia, la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial. La prolongaci¨®n de la divisi¨®n alemana a lo largo de los ¨²ltimos 45 a?os s¨®lo ha podido conseguirse mediante la construcci¨®n del muro de Berl¨ªn y la permanencia en el pa¨ªs de cerca de 400.000 soldados sovi¨¦ticos. En cuanto el primero ha sido derribado y los vientos de libertad han empezado a soplar en la RDA, el clamor por la einheit (unidad) se ha hecho sentir en todo su territorio, a pesar de que los soldados sovi¨¦ticos contin¨²an en suelo alem¨¢n oriental.
La mejor garant¨ªa para los vecinos de una Alemania unida de que no se volver¨¢ a producir un nuevo reich es alentar con toda la generosidad posible esa unidad dentro de una Europa comunitaria y de la Alianza Atl¨¢ntica, ¨²nicas organizaciones que por supranacionalidad son capaces de garantizar la estabilidad europea.
Los recelos hacia la unidad alemana expresados con su crudeza habitual por Margaret Thatcher, anclada todav¨ªa en los recuerdos de la battle of Britain, y, recientemente en Washington con su desenfado habitual, por el primer ministro italiano, Giulio Andreotti, que parece olvidar que durante cuatro a?os, entre 1939 y 1943, el Eje corr¨ªa de Berl¨ªn a Roma, s¨®lo pueden contribuir a exacerbar los sentimientos de una todav¨ªa exigua ultraderecha alemana.
En la conferencia de prensa ofrecida por el canciller Helmut Kohl tras su entrevista en Camp David con el presidente George Bush el pasado febrero, el jefe del Gobierno alem¨¢n s¨®lo perdi¨® la compostura en una ocasi¨®n, cuando un periodista norteamericano se permiti¨® dudar de la sinceridad alemana en el tema de la permanencia de una Alemania unida en la OTAN. Kohl, que no es conocido precisamente por un ferviente nacionalismo, salt¨® como un tigre y le record¨® al periodista dos cosas: la primera, que se hab¨ªa jugado su futuro pol¨ªtico en 1983 al defender el despliegue en suelo alem¨¢n de los proyectiles cruise y Pershing y la segunda, que la Rep¨²blica Federal de Alemania se hab¨ªa comportado como un socio mod¨¦lico de la Comunidad y de la OTAN desde hac¨ªa m¨¢s de cuatro d¨¦cadas. "Creo", coment¨® irritado Kohl, "que est¨¢ usted confundiendo 1945 con 1990".
Con un poder¨ªo econ¨®mico creciente y unas fuerzas armadas cercanas al medio mill¨®n de hombres, una Alemania aislada en la Europa central, desligada de la Comunidad y separada de la Alianza podr¨ªa sentir una vez m¨¢s tentaciones expansionistas. Por eso no tiene sentido desde el punto de vista de la futura estabilidad europea la pretensi¨®n sovi¨¦tica -por cierto, cada vez m¨¢s tenue- de querer neutralizar a Alemania.
Una neutralizaci¨®n alemana, posibilidad a la que se opone tajantemente Estados Unidos, es una receta segura para la resurrecci¨®n del viejo nacionalismo alem¨¢n y para que el autoritarismo engarzado en el alma germana vuelva de una forma o de otra a manifestarse. De lo que s¨ª hay que cuidarse es de que la unificaci¨®n alemana -el t¨¦rmino reunificaci¨®n es una invitaci¨®n a recordar las fronteras de 1937 previas a la anexi¨®n nazi de Austria y de los Sudetes- y los cambios dram¨¢ticos que se est¨¢n operando en el este de Europa no den al traste con la fecha clave de 1992.
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