Se acab¨®
Por favor, nunca se le ocurra decir de ninguna manera que descubri¨® un lugar tranquilo. Que existe ese peque?o pueblo con un riachuelo y cuatro casas baratas, y cuartel de la Guardia Civil al borde de la carretera, y ¨¢rboles frondosos y una ermita, y buena gente de la que ya no queda. Est¨¢ perdido. Es la ruina. Se acab¨® la paz.Un amigo se lo dice a otro y, juntos, ya no son sus amigos. Son aliados que vienen a invadir aquel rinc¨®n id¨ªlico con el pretexto de echar un vistazo y de hacer una barbacoa. Apenas encienden la hoguera, con la primera chuleta a¨²n en la parrilla, aniquilan la quietud e incineran el sosiego.
Y el deshabitado enclave experimenta una transformaci¨®n malthusiana: viene uno y pone aparcamiento para que el infeliz del pueblo se cale la gorra de plato y disfrute de empleo fijo. El carnicero ampl¨ªa el negocio y a?ade congelados. El tipo del bar, que era alguacil y enterrador, abandona el pluriempleo y monta un sombrajo con anuncios de mierda-up y coloca un ordenador en la caja. Los guardias se emborrachan al anochecer del viernes Imaginando los ca¨ªdos por la patria del tr¨¢fico de fin de semana.
El riachuelo ya arrastra pl¨¢sticos, los ¨¢rboles se arrancan para plantar farolas, y la ermita, debidamente desacralizada, se convertir¨¢ en discoteca al estilo de Nueva York. No se hable m¨¢s: todos tan contentos porque ruido y jam¨®n ahumado al aire libre es el montadito perfecto.
?Es que no hay forma de preservar algo aunque no sea m¨¢s que para saber que a¨²n es posible carg¨¢rselo otro d¨ªa?
Pues no. Se ve que no. Nuestro pa¨ªs es el para¨ªso de las sorpresas. De pronto aparece el emisario castrense y amenaza con un campo de tiro. Se inician obras de aeropuerto. Se instala un vertedero de basuras, hornos de cemento y otra planta de alquitr¨¢n, eligiendo un sitio muy tranquilo y mirando al 92.
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